viernes, 28 de abril de 2017

SIN PERDÓN — EL WESTERN DEFINITIVO

Nunca hubiera existido SIN PERDÓN si
SERGIO LEONE no hubiera reescrito el
western al modo spaguetti
CLINT EASTWOOD ha recibido suficientes encomios por este filme como para añadirle unos cuantos más que, en el fondo, no van a mejorar la excelente calidad del relato, un potente, lúcido, desmitificador/revisionista guión que llevaba años durmiendo en un cajón a la espera de director. Resalta todo lo auténtico que tenía el Salvaje Oeste, algo muy distinto de aquello que plasmaban diversas facetas de la ficción. BUFFALO BILL popularizó un tanto la imagen falsa/fantabulosa del Oeste en su espectáculo itinerante, donde WILD BILL HIKOCK precisamente no destacó por buen hacer.

En el Este, el Oeste era mezcla de ruindad, despiadados indios asesinos, riqueza y vastas graves planicies donde el audaz podía hacer fortuna, aunque la muerte también rondara. A un tiempo era boca al Huerco, y al otro, al paraíso material que todo emprendedor (con o sin escrúpulos) andaba buscando. Una mezcla de ilusión, magia, glamour y miedo recorría las calles de las populosas urbes situadas a levante.

Fue empero imponiéndose la irreal, la de cowboys siniestros de sombrero negro y los del blanco Stetson que defendían la ley a ultranza respetando suerte de Nuevo Manual de la Caballería Andante/Galante versión norteamericana. Las dime novels populares de la época ayudaban a incrementar esa sensación de aura dorada lejana en la pradera.

WILLIAM MUNNY llevaba años rehabilitándose; pero la
apremiante necesidad lo incitará  a hacer un "ultimo
trabajo" como el de los viejos tiempos
Esto lo refleja BOB EL INGLÉS, tirador-sicario seguido por un biógrafo, BEAUCHAMP, que reescribe sus hazañas procurando ampliar su gloria, enmarcada en los pequeños libros que redacta sobre él. Beauchamp dibuja inmensa semblanza quijotesca de Bob, hasta que la realidad aplasta a ambos la cara, representada por la ruda simpleza del sólido sheriff LITTLE BILL, gobernante férreo, menos veces amable, de Big Whiskey.

Little Bill encarna al Oeste, como WILLIAM MUNNY al desperado más feroz que circuló por aquellas desérticas tierras. Hubo hombres crueles, pero cuando los comparamos con otros, hasta contemporáneos, su maldad no es tampoco suceso de veras extraordinario. Otra vez la distancia amplia las leyendas urbanas, según va borrando, o procesando, encumbrando, desvirtuando, a figuras como las dos citadas.

Y, de golpe, la cruda realidad. El rostro de BOB EL INGLÉS
lo refleja con toda intensidad
Beauchamp, entusiasmado con las mentiras heroicas y difícilmente contrastables que Bob el Inglés fue surtiéndole, en su interés y para mayor aureola de su nombre, se topa con un Oeste no indómito, pero sí superviviente, con fascinantes reglamentos propios, y descubre que su biografiado ha estado adulterando muchas verdades. Little Bill sí es a quien conviene retratar, con justeza, porque no alardea; trata a diario con personajes peligrosos que primero disparan y luego preguntan, muestra una versión del carácter humano que desdeña las patrañas, curtida en el día-a-día con la dura violencia.

Poco épico/noble tenían renombres como los EARP. WYATT fue encumbrado por un Beauchamp que le tocó vivir. Pero era un proxeneta asesino a sangre fría que, junto a sus poco fiables hermanos, propiciaron los acontecimientos del mitificado OK Corral. No querían competencia en su “otra actividad”. Y se encargaron de no tenerla.

Nunca debieron colocar a su viejo camarada como trofeo;
todos morirán por eso. Otra acertada faceta del filme sobre
el Oeste: lo nada racista que era. Esa fue una noción que
el colono del Este introdujo en sus graves planicies
Little Bill es leal retrato de Wyatt Earp. Pero honesto. Carece, perdido en Big Whiskey, del Beauchamp que ¡aclame! hasta su más mínimo-nimio gesto al desenfundar. Hay que dudar, de llegar a tener su escriba, de que sus andanzas conmovieran sin embargo a la masa del populux, a quien habían cegado las candilejas del teatro donde Buffalo Bill recreaba al Legendario Oeste. El populux sólo ansía le distraigan. Ama la mentira ilusionante de la ficción sobre la prosaica relación de hechos, aunque sean sangrientos.

Eastwood no obstante filmó al Oeste en su desamable esencia con excelencia. No había vertiginosos pistoleros infalibles, sombreros blancos caballerescos. Sólo putas rajadas, asesinos avejentados de trémulo pulso, rudos policías, farsantes e ingenuos del Este que ven la luz en el Oeste.