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Afiche. Un poco DON CAMILO Y LOS JÓVENES DE HOY como que recuerda. Inocua del todo no es esta amable comedia |
La España que dibuja esta comedia del popular
PACO MARTÍNEZ SORIA, envuelto en sotana a imitación del rotundo cura de La Baja italiana al
que tanto debe este argumento (a saber desde cuándo JOSÉ LUIS SÁENZ DE HEREDIA
tenía el guión en la recámara, inspirado por los relatos de DON CAMILO), es la que empieza a intuir la metamorfosis
que llamaríamos La Transición. Aunque tiene apóstoles, las alimañas izquierdistas de la nueva política nacional (que adquieren chalets de la Casta, tascas,
pisos de lujo —qué ejemplo comunista—) están por derribarla,
negándose admitir que gracias a sus aciertos (y sus desatinos, que estaremos
pagando caro) pueden estar listos piqueta en mano para demolerla e imponer…
vete a saber qué desastre (válido siempre que sea republicano).
El sacerdote de una antigua parroquia sita
en un suburbio madrileño, DON MARIANO, convive justo con los mismos sujetos que
tenía Don Camilo en su grey: la feligresía atea-comunista con
la cual congenia (o con el émulo de PEPPONE, interpretado por RAFAEL LÓPEZ
SOMOZA) así como lidia con los capitalistas con trazas de usureros que cicatean
cuanto pueden así como elevan las cuotas de sus préstamos a nieles estilo
Mafia.
Don Mariano representa la transformación
que estaba “en puertas” en España. Clérigo que vivió la Guerra Civil y la
Postguerra, refleja a la inmensa mayoría de españoles (unos más ricos que otros, fruto de los planes económicos del
Régimen, que generando una aplacada burguesía próspera —que luego liquidó al
Régimen, y ahora es víctima del PEDRONISMO— pensó no armaría jaleo social) no
encontraban incomodidades en el franquismo. Empero se avecinaban nuevos
tiempos, los que la voluble Iglesia (que antes sacaba a FRANCO bajo palio;
ahora se apunta por postureo a todas las Revoluciones Rojas) impone al
doméstico Don Mariano, sensible a las necesidades de su obrera grey.
Exigen remoce su iglesia, hogar de
ceremoniosos santos de célebre antigüedad; debe convertir en discoteca ye-yé
la sacristía. Para “tomar notas”, lo envían adonde un joven cura hace de BRUCE
LEE y en unas salas del templo debaten intelectuales izquierdosos maoístas que dejan
al sencillo párroco perplejo con su huero mas elaborado politiqués.
La acelerada transformación causa los naturales contratiempos a un cura y parroquia cómoda con lo de siempre. Renegará del oscurantismo clerical (demuestran los exaltados entre los comunistas), aunque asumen que todo forma parte de un engranaje que ha ido más/menos bien y ¿a qué cambiar las cosas? Pudiera la reforma ser algo que entrañase indeseadas secuelas inesperadas. Y el montaje del belén “televisado” es un ejemplo.
Este
conjunto es la analogía que desarrolla la historia pocos años antes de que se
produzca La Transición. Además de volverse España demócrata, debía obcecarse a en
ingresar cualquier coste en la Democrática Europa del Mercado Común. Cierto: Franco
coqueteó con la idea. Ejecutó a ratos la tolerancia como luego volvió a apretar
el dogal. Ensayó con esperanzas de ablandar a los europeos con distintos grados
de aperturismo que estallaron tras su muerte. La primera exigencia de los
europeos para admitirnos en su seno, retóricas insustanciales aparte, fue
desmantelar nuestra industria y añadir parados a los ya existentes entonces. El
desempleo es de democracias.
Esta cinta debió gozar de un momento de
aperturismo, pues Don Mariano acusa del rigor policial como tenían vigilados a sus
feligreses comunistas, algo complicado de decir pocos años antes. Si la censura
imperante lo toleró, sería porque el proceso de cambio se intuía próximo. Este muy
taquillero cine generó una industria que la actual no puede producir, prostituta
harto sumisa con la Izquierda, siempre ávido de la libérrima obtención de subvenciones, lo
cual desvirtúa este cine ‘progresista’, Propaganda pura. La moraleja que
incluye la película procede también de Don Camilo: sobre ideologías o
religiones está la integridad de los Hombres, capaces de orillar sus discordias
y estrecharse la mano bajo el fraternal palio del respeto, el entendimiento y
la cordialidad.
Es analogía de la anhelada (y necesaria) reconciliación de los bandos de la Guerra Civil.