Ilustración de MICHAEL WHELAN preñada del exotismo (estrambótico) del que EDGAR RICE BURROUGHS haría gala constante en estos relatos |
…cuya nueva entrega es de ¡inminente! estreno.
Observemos: entre las virtudes de la Revolución Industrial cuentan la explosión
demográfica y la extensión de la educación a las masas obreras. Un número
creciente y potencial de lectores (saber leer no significa querer hacerlo)
empezaba a exigir variedad de títulos, multiplicando las oportunidades para los
escritores, merced a avispados editores.
El gusto comenzaba a variar. La Cultura
dejaba de ser un intocable privilegio preferente de unos pocos. El populux que sabía
leer comenzaba a acceder a esos ilustres salones pseudofeudales reservados, y
la evasión de masas empezó a adquirir conciencia de sí misma, su valor, y se
urgió la necesidad tanto de evolucionar como de dignificarse.
La plebe, empero, continúa pretiriendo
sexo, casquería y comadreo, mientras las elites se han atrincherado aún más en
la numantina defensa de la Cultura, transformándola en un sibaritismo
exclusivo/excluyente que aúpa hacia lo inmarcesible según qué arte (ópera,
ballet, poesía…) u obra, mientras abomina del resto, fabricando etiquetas
despectivas fuertemente empeñada en destruirlo tras previo desprestigio.
Aprovechando, no obstante, esa eclosión
de la lectura entre las clases humildes, nacen las revistas pulp, que adquirirán su prestigio y
madurez durante Década 30. EDGAR RICE BURROUGHS, fecundo e imaginativo
personaje que practicara infinidad de oficios dispares, sabrá barrenar este
filón, como H.G. WELLS, o SIR ARTHUR CONAN DOYLE, a vuelapluma, lo harían en Gran
Bretaña.
Pintura sobre Burroughs y muchos de los elementos que constituyen el grueso de su producción literaria |
Burroughs se da a conocer mediante las entregas
de lo que podemos definir el primer space-opera
maduro. A voleo, podría recordarse que JOHANNES KEPLER o VON MÜCHHAUSEN ya
“volaron” a la Luna, sosteniendo algún tipo de andanza allá con sus exóticos nativos.
Burroughs, sin embargo, ensancha la
grieta. Traslada a un bravío, pero misterioso, oficial confederado, JOHN CARTER
de Virginia, a las graves planicies de Barsoom, un fantabuloso planeta Marte que, con rigor actual, puede definirse
como un Camelot fetish. (Esto habla
mucho —o nada; pudo ser mera ocurrencia, golpe de efecto con el cual cautivar
indecisa audiencia— sobre las fijaciones sexuales del autor.)
Burroughs, uno de los activos padres de
la ciencia ficción y pilar de la literatura pulp,
empero no creía en absoluto en el género. Escribir “disparates” sobre marcianos
en cueros, mas embridados por correajes estratégicamente ubicados, combatiendo
ancestrales enemigos, o alimañas nativas de aspecto peculiar, era forma cómoda
de ganar dinero. Mucho mejor que buscar azarosamente oro en California, o
Canadá, o guiar reatas de mulas cargadas de pertrechos por Arizona, expuesto a tiroteos
o robos en esos desolados pagos.
Recatada cubierta (comparada con la de Whelan) del primer recopilatorio de las andanzas de JOHN CARTER |
Tenía Burroughs, puede intuirse, ambiciones
burguesas, y se entregó a satisfacerlas apasionadamente. Obtener cierto crédito
escribiendo aquellas tonterías que habían
cautivado a un llamativo delta de lectores, lo alejaba de la intemperie o los
saqueos. Como STEPHEN KING afirma, la mejor literatura sale del estómago (de
tener que llenarlo). Esta lucha por no perder sus comodidades hace al
“ambicioso” Burroughs escribir sin parar duelos de capa y espada y romances
interplanetarios en un marco característico de novelas de caballería. (Así debe
describirse su epopeya marciana, de moderna novela artúrica.)
Personas acomodadas han producido
clásicos y obras maestras, sin duda. El talento, como la Muerte, no efectúa discriminaciones.
Pero el factor ‘necesidad’ prima considerablemente en la producción. La
‘ambición’ de LESTER DENT, que ve en DOC
SAVAGE forma de ganarse bien la vida, no es igual a la de algún autor
respaldado por una opulenta fortuna. El primero escribe porque es su trabajo y medio
de sustento; el segundo lo haría como por capricho.
John Carter dio para estas y más novelas aún |
Esto resume la trayectoria de Burroughs.
A golpes de fértil (aunque, con frecuencia, disparatada) improvisación,
encajados con cierto esfuerzo en el continuo de la saga, Burroughs obliga a su
galante caballero virginiano a superar a punta de sable las penalidades de un hedonista
mundo nudista moribundo. Gorilas blancos gigantes, Hombres Verdes, nómadas de
los secos fondos oceánicos marcianos (y trasunto de los pieles rojas
norteamericanos), Hombres Rojos que mantienen fresca la flor de la caballería y
la bellaquería más folletinesca, amores límite… Da igual. ¡Lo que sea!
Es la guerra contra la miseria, no dormir
entre lobos, sino en cómoda cama. La fiebre creativa de Burroughs se dispara,
componiendo una colorida oda a la aventura, la camaradería y lo que luego Dent perfeccionaría:
el viaje de las tres mil millas. El
problema empezaba aquí, y terminaba en la otra cara de Barsoom. Entre medio, ¡chico!
Qué viaje.
Y para esta película que, bueno... |
Una
princesa de Marte acusa
la impericia de Burroughs. Parte del comienzo aburre y alienta el deseo de
querer suspender la lectura. Pero cuando sumerge a John Carter en el Camelot
marciano, las cosas ganan color y empiezan a mirarse, con más tolerancia, los
distintos e inventivos disparates y ocurrencias que el escritor acuña.
Que la masa lectora popular de la Revolución
Industrial expresara hambre de fantasía jugó a favor de la incierta suerte
sobre la continuidad de John Carter y su saga interplanetaria. Listo a saciar
esa apetencia, allí estaba Burroughs, condimentando las más delirantes
aventuras.