Afiche, venga. Frente a conceptos de los extraterranos en plan trekkie, o pacíficos-semidivinos, rompen taquilla con un concepto más básico y pasional, que el espectador común comprende |
Situémonos: comienzos Década 80 (tumultuosa
y brillante, pese a sus graves sombras). Un tiarrón como un almacén de
ladrillos protagoniza CONAN, EL BÁRBARO, sobre la cual después podemos disertar
cuanto queramos. Pese a sus premios del culturismo y diversas y titubeantes
actuaciones en filmes como HÉRCULES EN NUEVA YORK o el episodio de LAS
CALLES DE SAN FRANCISCO, se trataba sólo de un cachas tipo STEVE REEVES o
GORDON SCOTT, reyes del peplum. ¿Podía tomarse en serio al forzudo, con
tamaños italianos antecedentes? Porque el peplum estaba kaputt. Y
¿con qué nos vienen en la era de LA GUERRA DE LAS GALAXIAS? Con épico peplum.
Basado en un personaje de TBO (porque lo de
los cuentos de ROBERT E. HOWARD era para espabilados que estuvieran al
loro de estos temas. El resto, in albis; no existían internet o Gloogglee,
ideas locas imposibles de vivir fuera de la ciencia ficción), la mejor manera
de acceder/conocer al personaje, JOHN MILIUS sorprende con una tenebrosa visión
violenta de un culturista del Remoto Pasado que, atención, hará escuela. ¡Las “secuelas” italianas aparecerán en corto espacio de
tiempo!
Así Schwarzenegger atrae atención sobre sí.
Llega Conan, EL DESTRUCTOR, que es casi su Reverso Tenebroso. Carente
de las previas y estéticas cotas de filosofía y misticismo, es una comedia con
personajes cargosos y una estereotipada villana. De peplum chungo. Y, de
golpe, TERMINATOR. Palabras mayores. Empero, claro, ese Conan el
Destructor, más la "homófoba" EL GUERRERO ROJO, más EJECUTOR… como que amenazaban su carrera.
Mas Predator consagra al austríaco
que nos obligó a pronunciar su escabroso apellido. La idea no tiene apenas
originalidad; es casi otra versión de LA COSA o todas esas baratas películas de
alienígenas invasores de una forma u otra. Puede hasta verse Predator
como una revisión, a su vez, de ALIEN, la claustrofóbica cinta (origen de otra suculenta —y
manoseada— franquicia) de RIDLEY SCOTT. Mientras explorábamos los angustiosos
pasillos tenebrosos de la Nostromo, Predator sucede bajo los
amplios palios de la jungla centroamericana. A plena luz, vaya, en espacios muy
abiertos que, sin embargo, la tupida maleza se las apaña para acotarlos,
hacerlos… claustrofóbicos.
Predator “evoca” aun a RAMBO; imagino no debo referir, a estas
alturas, el contenido de la popular producción que independizó a Schwarzenegger
de los bodrios (a los cuales “regresaría” en ocasiones) y poder elegir sus
papeles a gusto, por no mencionar el ca$h; cada músculo suyo suponía un
millón de dólares. Incluso Predator se enriquece de una época menos controvertida,
más libre, sin la WOKEangustia, el transinclusivismo y el censor neopuritanismo
de izquierdas actual, dogales para la creación. Encima, el reaganismo logró arrodillar
al comunismo, conseguir que el ancho mundo respetara más Más MÁS a los EE.UU.,
y sus personajes de la pantalla de plata remachaban esa certeza.
Y, por fin, el enemigo da la cara. Jugó al misticismo, la superstición, el suspense para prevalecer. Este ser estaba en la onda de regenerar el concepto, ya pútrido, del extraterrano, iniciado con ALIEN |
No obstante, el concepto del básico
barbarismo impregna Predator. Pese a llevar un poderoso arsenal, el grupo
de avezados guerreros que Schwarzenegger comanda va cayendo sucesivamente ante una
criatura, a su vez provista de una sofisticada panoplia, que se rinde a un
estímulo primordial evolutivo: la caza. Escoge a sus víctimas valorando su
potencial como rival. No quiere a cualquier mindundi. Necesita un enemigo que
permita proporcionarle un trofeo con el cual fardar entre otros de su raza, asimismo
duchos en la batalla planteada.
Schwarzenegger, para sobrevivir, debe recurrir a métodos propios de Conan. Y su rival, el alien “invisible” (una idea que se vio intensa/innovadora), no aprovecha las grandes ventajas que le brindaban sus equipos; decide satisfacer sus pasiones viscerales en un brutal mano a mano. La conclusión, o moraleja, a sacar de esta cinta es que el triunfo pertenece al barbarismo, y los refinamientos, técnicos o armamentísticos, son meros bibelots que pueden incluso obstaculizar la victoria.