Afiche. La sensación general de dinero que despide la serie no merma sus errores |
De aquella idea, borrador, embrión, boceto,
de MICHAEL CRICHTON que luego se explayaría más lujosamente en Parque Jurásico, la cadena de TV HBO, que al parecer es la más atrevida y
cañera, ofrece esta serie cuya trama, en sí, daba para cinco episodios y mucho
es.
Sus responsables, empero, la extienden aún
más empleando una sucesión de fatuos y previsibles suspenses misteriosos y
personajes cruzados donde la figura maquiavélica de ANTHONY HOPKINS gravita con
el empaque de su interpretación de WOTAN, hablando de manera enigmática,
pausada, cínica, sarcástica, arrojando más sombras y aristas para tenernos rehenes
atentos esperando el desenlace de tantos secretos que van encadenándose en una
producción que ofrece demasiados desnudos y muchos tiroteos gratuitos para
compensar la evidente falta de miga del contexto intelectual.
Según avanzas, empiezas a verle fallos por
doquier. Recaes, una vez tras otra, en que todo cuanto bruñe la serie es el ‘impactarnos’
con los desnudos y los tiroteos, desarrollados para sacar la bestia que
guardamos dentro, entusiasmada con el restallo de los revólveres que truenan a
veces sin motivo y sin cesar. Los ejecutivos responsables del impresionante
parque temático urden diversas situaciones violentas para aplacar la sed de mal
de los acaudalados clientes.
El hombre de negro huía a través del desierto y el pistolero iba en pos de él. Parece ser una cosa, pero luego resulta otra. Y, sí: también este pistolero persigue a su "hombre de negro" |
Y punto. Semeja todo Westworld querer contarnos algo harto sabido: lo de que bajo la
piel tenemos algo retorcido que allí
aflora libre de preocupaciones. Es como una sesión de catarsis de los problemas
cotidianos que se resuelven vistiendo de época y portando el Igualador al costado por un puñado de
dólares. Vuelves al hogar, al estrés diario, y sueñas con el momento en que
puedas regresar al espectacular parque temático a matar… ¿replicantes?... para
sentirte hombre, liberado, descansado…, malvado.
Eso tiene cortísimo recorrido. Nos lo han narrado
en montones de historias antes con mayor éxito. Es el viaje de nuevo, aunque en vez del
héroe, del villano, hacia la transición al supervillano. En algún momento
del descenso se supone empiezas a remontar, a saber cómo eres realmente: bueno,
feo, malo. Mas todo está orientado de forma que allá sólo asome lo peor que reservamos.
Tomar a uno, o dos, personajes que van desplegando un juego equívoco de
emociones es otro pretexto (que venderán sin embargo como importante motivo para
justificar la producción) para añadir episodios a una historia corta, pobre, y
que, está dicho, va sobre lo infame que podemos llegar a ser si nos lo proponen,
o permiten.
El titiritero manipula a sus infinitos títeres en un perverso juego que intuimos es una filfa espectacular. Nada más |
Westworld recuerda a ese experimento donde torturas
a alguien aplicándole electroshocks. O te niegas, o matas al otro. Muestras tu
valía moral o capacidad de obediencia a alguien con poder según oprimas el botón.
Sí, ajá. Así/de eso va Westworld:
¿obligatoriamente debo implicarme en la muerte tenía un precio porque sí? ¿O
sin más puedo deleitarme con la oferta que genera un impresionante parque
temático?
Generar luego a los ¿replicantes? que
reciben ese castigo incesante una progresiva ‘alma’, porque el programa que
borra sus memorias es defectuoso encima, es otro pretexto para dar impresión de
“cultura” a la serie. ¿De veras precisan una inteligencia tan elaborada que les
permite almacenar flashbacks que van
formulándoles una personalidad? Porque vas a Westworld a matar y/o a follar,
dicho en plata. El/la receptor/a de tus ‘atenciones’ ¿debe tener una prolija personalidad
sintética? Sirve para dos cosas, en esencia. ¿A qué crearles un “pasado”? Pues
para que Hopkins aparezca más siniestro aún.
Pienso que el motivo de tanto desnudo es para que los técnicos no vean a tan elaboradas máquinas como seres humanos. Al despojarles de ropa, les privan de humanidad. Los cosifican |
La idea original que Crichton plasmaba en
la película podía ser que conocemos tan poco a las máquinas muy evolucionadas que
éstas podrían desarrollar carácter genuino y que éste nos guardaría mucho
rencor. Esa idea se apuntala aquí, aunque de ese modo tan lánguido, engreído,
abstracto, que terminas hastiado del flatulento producto final.