Portada de un recopilatorio. CHARLES DICKENS se tomó como obligación 'premiar' a sus lectores con un relato basado en las Navidades |
Con un poco de suerte podré comentar algo novedoso (difícil lo veo) sobre esta inmortal contribución de CHARLES DICKENS a la literatura. Como pocas obras antes, quizás después, esta parábola del Adviento ha influido en la CultuPop mostrándose bajo distintos pelajes. Impostó el estereotipo del tacaño, EBENEZER SCROOGE, y parece inevitable que, aproximándose estas fechas, se desempolve algún metraje oportuno que recuerde al espectador la singular odisea del rácano londinense asaeteado por los fantasmas. No tanto por predicar con su ejemplo como por completar la parrilla.
He advertido, de su lectura, que Dickens no suministró de ‘discurso interno’ a Scrooge. Nos impidió internarnos en su cráneo (por ende, en ninguno de los participantes en este villancico de ultratumba) y comprobar la calidad de sus pensamientos, de sus sensaciones, qué barrena efectuaba las vivencias que le surtían los Espíritus, la íntima desconfianza hacia ellos. No hay un solo “pensó”, una reflexión introspectiva. Dickens lo difiere todo a ciertas frases y párrafos donde la emoción imprime huella en Scrooge.
Dickens, de afilada pluma, dispuesto a criticar las malversaciones morales de su época |
De este modo, impidiéndonos profundizar a través del discurso particular, Scrooge, BOB CRATCHIT (cliché del conformista), el sobrino del avaro, etc., no son más que marionetas que danzan la tonada orquestada por Dickens, moviéndose por los vaporosos escenarios cargados de ácidos reproches que afligen al rácano. Una vez acabó su participación, y al amor de esta reflexión, estos personajes acaban arrumbados en un rincón cogiendo polvo. No se les concede la oportunidad de tener una vida (incógnita) más allá del relato.
Quedan, quizás, inmóviles en el teatro como robots sin energía, aguardando una recarga para vivir una existencia limitada dentro del fabuloso Universo de la Literatura. No se nos provoca activamente a imaginar un Cuento de Navidad II; con vago espasmo, y según los últimos párrafos que cierran el relato, teorizamos cómo evolucionó todo. Qué prosperidad fecundó Scrooge; qué fue de los Cratchit más allá de la no-muerte del pequeño TIM. ¿Scrooge abandonó el tenebroso mausoleo donde vivía, principal tablado de sus “devaneos” sobrenaturales? ¿Se mudó a un lugar más decente? ¿Qué?
Ilustración de alguna edición de época: en el escenario EBENEZER SCROOGE y el DIFUNTO MARLEY |
Todos esos personajes (y no es una particularidad de Dickens; así escribían entonces) tuvieron una función ‘vital’ concreta y luego los devoró la oquedad de su interior. Como las sombras a las que los distintos Espíritus aluden, permanecen anclados en nuestro recuerdo brillando un instante cuando algo nos los refresca. ¿Antaño los personajes no sentían, per se, no experimentaban, no podían acumular una identidad distinta a la que el autor les brindaba? Porque Dickens, más que de sujetos, escribe sobre estereotipos: el avaro, el conformista, el buenista…
Todo eso lo suple el autor, empero, con el coloquialismo (Dios nos lo conserve muchos años) más afable que supo encontrar. Hijo de una época implacable con los menos afortunados [y ésta, ¿no lo es?] volcó la amargura que lo carcomía, ora de su propia experiencia, ora de su entorno, en Cuento de Navidad y luego apeló al coloquialismo (entiendo) como fórmula para acolchar el golpe. La Sociedad a la que destinaba la parábola podía mostrarse muy pía y devota y tal, caritativa como el que más según la conveniencia (hoy día lo llaman “galas benéficas”; aparezco, luzco palmito, me ven en la pomada por-la-causa —que vende, vende, dándome prestigio personal—) y me olvido), pero ya está. Que no venga ahora Dickens jodiéndonos la Pascua con acusaciones en prosa sobre la miseria a la que contribuimos merced a una rígida segregación de clases.
Más de época: la robusta concurrencia lo pasa bomba. Mientras, alguien se congela en los arrabales |
Por eso, para colar el mensaje, Dickens afea la conducta de sus opulentos compatriotas empleando ese sutil coloquialismo afectuoso, que posee no obstante capacidad para recordar el que una falta de caridad en un momento dado puede suponer un muerto por congelación esa Nochebuena.
Es un modo elegante de clamar contra la dureza de corazón y, al mismo tiempo, criticar una forma de ‘vida’ social que aún retenía privilegios feudales, donde la masa ingente de pobres y asalariados miraba a la rancia aristocracia, donde la burguesía se hacía pujante, esperando que estas señaladas fechas ablandaran un poco (apenas mínima-nimiamente) los prejuicios de los poderosos sobre tantos infortunados. Era el momento que Dickens halló mejor para dilatar la grieta y exclamar: Mientras aquí escanciáis ponche, en cualquier portal alguien muere de frío y hambre. ¿Por qué pasa eso? ¿Cuál es el motivo? ¿Cómo, hermanos, lo remediamos?
LOS FANTASMAS ATACAN AL JEFE, o BILL MURRAY haciendo de Scrooge |
Porque apelar al discurso socialista del equitativo reparto de la miseria entre todos los oprimidos tampoco es una solución dado como el invento comunista acabó: con mayor ruina. Estamos atrapados, sin solución parece, entre el capitalismo que quiere trascender a neofeudalismo (sí, ajá) y las mentiras sanguinarias de los desharrapados de izquierda, que so pretexto de luchar por la equidad y la dignidad general, buscan tan sólo destronar al ahora gobernante para ponerse ellos a mandar. El cambio no supondrá mejora ninguna.
Tampoco debemos ser rigurosos con Scrooge. Era, en el fondo, tanto “hombre de su tiempo” como víctima de unas circunstancias personales adversas. Los destellos de luz, calor y amor no fueron tantos ni tan duraderos como para inclinarle a la bondad. Hizo de la avaricia el arma con la que agrede al mundo que, en señaladas Pascuas de su infancia, lo abandonó en una institución docente de apariencia rígida y lejos de un padre que se nos insinúa le detestaba. Los buenos le fallaron entonces y ahora él se lo hará pagar.
Los TELEÑECOS refrescan el texto. A destacar MICHAEL CAINE, que desde luego no puede presumir de interpretación, por infantil que sea la cinta |
En amasar dinero había algo. No cariño, pero sí certeza. Era como Scrooge trincaba al mundo por los huevos. El ejemplo está en cuando el FANTASMA DE LAS NAVIDADES FUTURAS le muestra al matrimonio que habla que, ahora muerto el tirano, esa noche al menos podrán dormir en paz. Scrooge no era más que un avinagrado hombrecillo mustio por su vileza (inyectada en la infancia por el abandono) que, como el MORIARTI descrito por SHERLOCK HOLMES, permanecía agazapado en las entrañas de su oficina pero controlando un vasto dominio con el poder de estrangular a sus víctimas exigiendo el pago del préstamo. ¡Qué gran imperio le proporcionaba el dinero! ¿Acaso no hace grande, ejemplar, dignifica? El resto, ¡ah, bah, Felices Fiestas y pavo relleno, son ¡paparruchas!!
Por si acaso, no tentemos la fortuna. Honremos la Navidad ahora que nos la quieren prohibir. Evitémonos visitas espectrales en tan entrañable noche. Tampoco cuesta tanto, considero…
Vuestro Scriptor.
Y en el otro extremo, este exceso que, sui géneris, reproduce la trama de Dickens. Hicieron una mierda atómica de ésto en plan secuela años después |