Empero siendo positivo el balance general,
la novela de CLIFFORD D. SIMAK posee desconcertantes detalles. Distopía
setentera, se nota que, pese a antecedentes como NUEVA YORK, 2012 o LA CARRERA
DE LA MUERTE DEL AÑO 2000, Simak procura no “hacer olas”; escribe “entre
algodones”… ‘generacionales’. Pulcros. Dos años después de su publicación,
estrenarán MAD MAX, revulsivo de los
apoqueclipses. Hay un ANTES de Mad Max
y un DESPUÉS de Mad Max. El AC-DC del género es Mad Max. Y cuanto venga después se estimará según Mad Max. Esta obra es AC, por tanto.
Simak no puede evitar ser "hijo de su
tiempo”, amar más las especulaciones más/menos sesudas hard science fiction, que lo que GEORGE MILLER, queriéndolo, o de
casualidad, improntó con Mad Max. Un sangriento futuro caótico,
dinámico-visual, de salvajes personajes extremos entregados a sus pasiones
primarias por completo; quemaron el lustre de la civilización para satisfacer, como
sea, sus necesidades. Sobre nada de todo eso, habiendo paradigmas
cinematográficos como los citados, repito, escribe Simak.
Herencia
de estrellas es novela de
aventuras, no de acción. Ésta es mínima-nimia. Plantea una interesante premisa:
la tecnofobia global absoluta. Transgeneracional,
Simak, además, arma la narración como una montaña rusa. Cuando la historia “desfallece”,
inserta un elemento de suspense (esto, abunda) que remonta los párrafos; empuja
a seguir leyendo. Sabe situar el ¡bang! que renueva el interés, aunque éste no esté
donde suele instalarse: al fin del capítulo. Resumo este… anti-Mad Max:
CLIFFORD D. SIMAK, que parece un asesor de JFK en esta foto. Autor con premio importante a su espalda |
TOM CUSHING, protagonista, es una especie
de HUCKLEBERRY FINCH de, si bien he contado, 4300DC. La Humanidad, tras el
Colapso Tecnológico que ella misma provocara, vive en el Paleolítico, con segmentos
heredados de nuestra tecnología acá/allá dispersos. Es tabú hablar de
tecnología. Vagabundo de los bosques, se instala en la Universidad de Minnesota
donde, un tipo que a priori no tiene
por qué sentir estímulo cultural alguno, aprende a leer y escribir. Filosofar.
Encuentra un manuscrito (un milagro, por cierto) redactado por un tal WILSON mil
años antes que, grosso modo, refiere
el apoqueclipse y deja una pista que acaba, por su misteriosa brevedad, obsesionando
(estimo sin motivo) al recolector/sembrador de patatas Cushing: el Lugar de Ir
a las Estrellas.
Semimítico, fantabuloso. Como Camelot.
Cushing abandona su vida agrícola. Atraviesa parte de los Estados Unidos para buscar
algo que podría ser insustancial leyenda urbana. Por el camino, suma compañeros
(una bruja telépata, un robot —el último, cree—, dos extravagantes médiums, un
caballo, una luz con vida propia, unos fantasmas morados) y juntos, a la Torre
Oscura llegan. Mejor, al Otero del Trueno, hogar de una fortaleza en la alta
sierra, defendida por un denso bosque de árboles semiintiligentes… alienígenas.
Unas piedras vivientes (alienígenas —salen varios—) casi completan el pintoresco
lienzo.
Portada foránea. Estaban bien construidos estos robots. Pues ROLLO, muy milenario, no se había averiado; sólo oxidado... |
Me ha desconcertado de la novela el culto
garlar de todos. Consideremos: llevan más de mil años ignorantes perdidos (lo
de la Universidad es total rara avis
en este panorama tecnófobo agudo; tal es que ni, allí, sus “académicos” han
redescubierto la pólvora). No ha degenerado la lengua, conversan como eruditos,
sin coloquialismos o dialectos tribales. Nuestro hablar cotidiano es mutante. Cada
día acuña o esparce un nuevo palabro.
En esta futurista Norteamérica tecnófoba-tribalpunk
(guerras y escaramuzas de ésas citan varias —ninguna batalla relatada—), casi
pueden charlar con la Reina de Inglaterra cumpliendo la etiqueta más exigente.
Es el problema de Simak, o su generación: temían
ir más allá de la Cúpula del Trueno. Construyeron visiones peligrosas para
personajes cuyo máximo riesgo era cortarse con un papel, según declamaban en
refinado culterano, creando este halo de incongruencia. Siendo entorno que acepta
las licencias, las exageraciones, ¿por qué no aprovecharlo; osar ir más allá, a
las estrellas, romper arcaísmos? El
sesgo “educativo” que impregna estas páginas acaba siendo su principal defecto,
pues limita disfrutar esta buena historia.