viernes, 14 de agosto de 2020

HELLBOY 2: EL EJÉRCITO DORADO — SUBLEVACIÓN SUBMUNDANA

Afiche. Desafiante prota con
audaz novia frente a una
pesadilla steampunk que la
más arcana brujería despierta

GUILLERMO DEL TORO firma/filma la segunda entrega de las aventuras del personaje icónico creado por MIKE MIGNOLA (quien tuvo presencia “presencial” en el rodaje, que aprovechó, confiesa, para llenar un cuaderno de bocetos de monstruos y diablos) confiando dar solidez suficiente a la licencia como para asegurar como otro episodio más.

Si bien la precuela sui generis adaptaba Semilla de Destrucción, este Ejército Dorado despliega escenarios quasipropios, creando un entorno fantabuloso de reinos perdidos que llegaron a acuerdos de convivencia con los humanos, en el Remoto Pasado, mas la pujante presión de la raza en auge obliga se retiren a recónditos pagos secretos a los que sólo unos pocos, con recursos específicos encima (acaso ciertas lentes), pueden acceder.

La albina/pálida Casa Real que del Toro pinta (sospecho que “a medias” con Mignola) recuerda a las estirpes sibaritas y como de porcelana andante-parlante de MICHAEL MOORCOCK. Poderosos brujos del ayer ven cómo la lenta empero inexorable decadencia los devora lento-despacio/sin remedio. Sus gloriosos baluartes y torreones caen. Quedan reducidos a escombreras, cubiles de indeseables-inmundos Terribles Trasgos.

Y el Hombre empujando Empujando EMPUJANDO sin cesar, cuan terrible analogía de cómo los colonos euro-norteamericanos se adueñaron de las graves planicies de Estados Unidos, arrebatándoselas a los nativos. Recluyéndolos en paupérrimos guettos donde, más que la decadencia, veían cómo la degradación y el exterminio silencioso avanzaban.

Un príncipe del Mal con aire
melniboneano. Como ocurre
con esa nobleza a lo 
MOORCOCK, no es un Mal
por gusto, sino provocado por
una fatalidad extranjera que
le justifica

El astado Rey (¿elegante inspiración del DIOS CORNUDO, el CARNÚM celta?) se opone al ofendido Príncipe (a modo, belicoso ELRIC más que CORUM) que planea devolver la grandeza de su antigua raza al ancho mundo, antaño su predio. Es la base de una película donde los habituales elementos nazis u ocultistas clásicos del personaje están más diluidos, saliendo un poco como por compromiso, por enlazar precuela con secuela, y confirmar que, sí, ajá, es nueva aventura de Hellboy.

Su plan requiere la fuerza que le proporcione un bizarro ejército de indestructibles robots auríferos steampunk. Golpe de estado, asesinato del vetusto monarca, carrera hacia el desastre de la joven sangre, injuriada por haberse visto relegada al olvido y los pasajes mugrientos de las “realidades paralelas”, cada día más angostos e insalubres.

El esfuerzo por extraer a Hellboy de su zona de confort (nazis, LOVECRAFT) tiene mérito relativo. Porque Hellboy es “famoso” por reinar en esa zona de confort. Ruinas. Runas. Espíritus. Telarañas. Malditos. “Dioses” del espacio. Un recargado barroco tenebrista, en conjunto. Sacarlo de ahí tiene el peligro de que no cuaje, sea chasco. Del Toro salva la situación decorosamente, sin embargo, admirándonos con el escenario del clímax, esa Forja de IVALDI donde reposan los invencibles androides dorados.

De nuevo Hellboy se hace así más visual (lo que es: en esencia viñetas) que literario. Salir a la luz del día cuanto le reporta es el agravioso desdén del populux. El Hombre es, en esencia, mezquino e ingrato (lo que el Príncipe más/menos predica). Desprecia los esfuerzos por salvarle de las atrocidades lovecraftianas o los megalómanos delirios de dominio de RASPUTÍN, que va/viene del más allá al más acá casi a voluntad.

Guerreros invencibles e indestructibles que
dormían en lo hondo de la Tierra serán sueltos
en la superficie para recuperar unos reinos que
la Humanidad ha arrebatado por ciega codicia

La escena en que Hellboy y ABE SAPIEN discuten sobre los gatitos parece de FRASIER. Un fallido “giro humorístico” mas prólogo de la gran tragedia wagneriana en ciernes: la extinción de una añeja, respetable y sabia raza no humana. Parientes lejanos de Hellboy.

Hellboy es material delicado de tratar. Un resbalón, y fracaso al canto. Del Toro insiste en darle esa pátina del respeto que le produce el personaje, consiguiéndolo a grandes rasgos. La versatilidad que demuestra al variar de los siniestros pagos de Lovecraft a los de Moorcock consigue, al menos, una cinta entretenida, unos días más que otros, sin reportar las grandes glorias o méritos que persiguieran obtener en postproducción.