Afiche. Desafiante prota con audaz novia frente a una pesadilla steampunk que la más arcana brujería despierta |
GUILLERMO DEL TORO firma/filma la segunda
entrega de las aventuras del personaje icónico creado por MIKE MIGNOLA (quien
tuvo presencia “presencial” en el rodaje, que aprovechó, confiesa, para llenar
un cuaderno de bocetos de monstruos y diablos) confiando dar solidez suficiente
a la licencia como para asegurar como otro episodio más.
Si bien la precuela sui generis adaptaba Semilla
de Destrucción, este Ejército Dorado
despliega escenarios quasipropios,
creando un entorno fantabuloso de reinos perdidos que llegaron a acuerdos de convivencia con los
humanos, en el Remoto Pasado, mas la pujante presión de la raza en auge obliga
se retiren a recónditos pagos secretos a los que sólo unos pocos, con recursos
específicos encima (acaso ciertas lentes), pueden acceder.
La albina/pálida Casa Real que del Toro
pinta (sospecho que “a medias” con Mignola) recuerda a las estirpes sibaritas y
como de porcelana andante-parlante de MICHAEL MOORCOCK. Poderosos brujos del
ayer ven cómo la lenta empero inexorable decadencia los devora
lento-despacio/sin remedio. Sus gloriosos baluartes y torreones caen. Quedan
reducidos a escombreras, cubiles de indeseables-inmundos Terribles Trasgos.
Y el Hombre empujando Empujando EMPUJANDO
sin cesar, cuan terrible analogía de cómo los colonos euro-norteamericanos se adueñaron
de las graves planicies de Estados Unidos, arrebatándoselas a los nativos. Recluyéndolos
en paupérrimos guettos donde, más que la decadencia, veían cómo la degradación
y el exterminio silencioso avanzaban.
Un príncipe del Mal con aire melniboneano. Como ocurre con esa nobleza a lo MOORCOCK, no es un Mal por gusto, sino provocado por una fatalidad extranjera que le justifica |
El astado Rey (¿elegante inspiración del
DIOS CORNUDO, el CARNÚM celta?) se opone al ofendido Príncipe (a modo, belicoso
ELRIC más que CORUM) que planea devolver la grandeza de su antigua raza al
ancho mundo, antaño su predio. Es la base de una película donde los habituales elementos
nazis u ocultistas clásicos del personaje están más diluidos, saliendo un poco
como por compromiso, por enlazar precuela con secuela, y confirmar que, sí,
ajá, es nueva aventura de Hellboy.
Su plan requiere la fuerza que le
proporcione un bizarro ejército de indestructibles robots auríferos steampunk. Golpe de estado, asesinato
del vetusto monarca, carrera hacia el desastre de la joven sangre, injuriada
por haberse visto relegada al olvido y los pasajes mugrientos de las
“realidades paralelas”, cada día más angostos e insalubres.
El esfuerzo por extraer a Hellboy de su zona de confort (nazis, LOVECRAFT) tiene mérito relativo. Porque Hellboy es “famoso” por reinar en esa zona de confort. Ruinas.
Runas. Espíritus. Telarañas. Malditos. “Dioses” del espacio. Un recargado
barroco tenebrista, en conjunto. Sacarlo de ahí tiene el peligro de que no cuaje,
sea chasco. Del Toro salva la situación decorosamente, sin embargo,
admirándonos con el escenario del clímax, esa Forja de IVALDI donde reposan los
invencibles androides dorados.
De nuevo Hellboy se hace así más visual (lo que es: en esencia viñetas) que literario.
Salir a la luz del día cuanto le reporta es el agravioso desdén del populux. El
Hombre es, en esencia, mezquino e ingrato (lo que el Príncipe más/menos
predica). Desprecia los esfuerzos por salvarle de las atrocidades lovecraftianas
o los megalómanos delirios de dominio de RASPUTÍN, que va/viene del más allá al
más acá casi a voluntad.
Guerreros invencibles e indestructibles que dormían en lo hondo de la Tierra serán sueltos en la superficie para recuperar unos reinos que la Humanidad ha arrebatado por ciega codicia |
La escena en que Hellboy y ABE SAPIEN discuten
sobre los gatitos parece de FRASIER.
Un fallido “giro humorístico” mas prólogo de la gran tragedia wagneriana en
ciernes: la extinción de una añeja, respetable y sabia raza no humana.
Parientes lejanos de Hellboy.
Hellboy es material delicado de tratar. Un resbalón, y fracaso al canto. Del Toro insiste en darle esa pátina del respeto que le produce el personaje, consiguiéndolo a grandes rasgos. La versatilidad que demuestra al variar de los siniestros pagos de Lovecraft a los de Moorcock consigue, al menos, una cinta entretenida, unos días más que otros, sin reportar las grandes glorias o méritos que persiguieran obtener en postproducción.