Afiche. Los antitéticos protagonistas de esta comedia con tintes noir. Uno, todo pereza; el otro: acción sin sentido. Y así componen esta cinta |
Los HERMANOS COEN desarrollan otra faceta
de su extravagante Universo repleto de singulares personajes incrustados en una
cotidianeidad no menos esperpéntica, sujetos que han ido impostando sus
torcidas idiosincrasias en la Sociedad hasta hacerlas correctas maneras de proceder.
Lo empapan todo con su particular humor, elaborado, fino, irónico, que perfilan
las actuaciones de los intérpretes de sus filmes.
Esta vez presentan a JEFFREY Lebowsky, un redomado
vago que va a casi todas partes en playeras y albornoz, como sarcasmo
hacia OBI WAN KENOBI. EL NOTA (como prefiere le conozcan) no da un palo al
agua. Vive en un mundo de boleras, drogas y prolongados baños mientras va al
super en playeras y albornoz. El Nota es parasitario absolutamente, empero es
un inofensivo parásito simpático, cuyas fuentes de ingresos son ignotas. Es
también antisistema, aunque al ser un flojo, pasa de peleas.
Toda su voluntariosa energía la consume en
la bolera, donde comparte anécdotas con compañeros no menos extravagantes. La
cinta es una cítrica épica basada en parte en esa pasión deportiva
norteamericana, donde el rumor de las bolas, el estampido de los bolos
derribados y el destello de las luces en las pulidas calles compone toda una
cultura.
Un Maestro Jedi de las boleras; no puedes evitar establecer la comparación viendo este fotograma |
La bolera asimismo atrae a elementos de
igual extravagancia, creando una Liga de
Freakies Extraordinarios comparable a
los cosplay del TBO o el Manga. Es suficiente el análisis que los
Coen hacen de este tipo de relaciones y pasiones, pues más profundizan en la
odisea de El Nota, involucrado involuntariamente en un rapto, una confusión de
identidades, unos estrafalarios filonazis, un magnate del porno y la alocada
chica florero implicada en una competición familiar por saquear una fundación.
El otro Lebowsky de la historia, que lo
tiene todo liado y obliga deterioren la alfombra de El Nota, es un vehemente paralítico
que recuerda a ese supervillano de Marvel,
MODOK. Va avasallando a todo Dios en su silla de ruedas motorizada, empitonando
verbalmente a cualquiera que decida, o no, arrostrarle, envuelto en un aire de
productiva respetabilidad calvinista (tan cara al estadounidense), aunque luego
resulta ser otro vago redomado. Al menos, El Nota es sincero. Desparrama por
donde sea que aterrice su falta de modales, de compromiso, de energía laboral.
Ahí los tienes otra vez, con ese STEVE BUSCEMI que termina poniendo la nota trágica a la comedia |
El Gran Lebowsky sobre ruedas disimula su
pereza crónica con su aire de firme actividad (¡hagamos lo que sea, aunque sea
inútil, pero que vean nos movemos!). ¿Resultado? La Sociedad acepta al Gran L
porque viste de marca y su perentoria voz sugiere frutos. El Nota es una
excrecencia en albornoz que vive para amar los bolos y, sin quererlo, verse
implicado en un absurdo desfalco que termina matando a uno de sus compañeros
(STEVE BUSCEMI).
Contrapartida igual de vehemente del Gran L
es el personaje de JOHN GOODMAN, el neurótico vet de Vietnam que sin parar
extrae de su distorsionada memoria batallas que arroja a la palestra para
demostrar que, como sangrar y echar tripas, nadie como él. Embarulla todo aún más
(el episodio del maletín en el puente; el del deportivo), mostrando la cara de
la falta de prudencia o reflexión del que está poseído por emociones volcánicas
que, ora estallan en sus vivencias bélicas, ora exponen compromiso con el
judaísmo (aunque sea católico polaco), cosas que acaban irritando a El Nota.
Sin tapujos se lo recrimina varias veces. Son sandeces. Vives de tonterías. Inventas
paranoias. Tras la galerna, quedan tan amigos. Sí. Acabas congeniando con El
Nota.
No es como algún cornudo Gran Flojowsky poetastro, que inventa aberrantes historias de sus violaciones infantiles o disparates de madres que abandonaron al niño violadito para “victimizarse”, querer dar pena penita pena a bujarrones y putas. El Nota, apechuga. El Gran Flojowsky: lloriquea para magnificar su imagen de sensible ‘literato’ “acosado”. Estampa asquerosa de un repugnante y cobarde ejemplo de “ser humano”, en suma.