Portada. Prepárense para ver ese lado de la policía, secreto y demasiado humano, que puede explicar ciertas conductas que frisan, o caen, en lo delictivo |
El término “Muro Azul” define, creo aún, a
la muralla corporativa tras la cual el NYPD se oculta. Cierto que bajo este
adjetivo pueden asilarse otros colegios, como el médico o el de abogados. Una
ley de omertá, de protección de los
integrantes de esos gremios, frente a agresiones externas, aunque esas
“agresiones” sean legítimas denuncias contra actuaciones dolosas de, por ejemplo, una práctica sanitaria negligente, o actitud
policial (o política) incorrecta, directamente ilegal.
Quien quiera rompa este código de silencio,
miembro de estas sociedades herméticas, es de plano considerado un JUDAS, una rata, traidor merecedor de todo
desprecio y lo malo que le pase. En justicia, en todas las profesiones existe
este corporativismo, aunque en unas es la represalia más fuerte que en otras.
Concretado este punto, ¿cómo debo describir
la conducta del autor de la novela que nos ocupa, WILLIAM J. CAUNIZT, antiguo agente de policía metido a
escritor? Porque lo que hace palpitante su narración es la descripción de
conductas de los agentes que nos deben causar, cuando menos, inquietud. Estamos
a comienzos de Década 80, inicios de verano, el teniente DANIEL MALONE
protagoniza una historia propia de una JUNGLA
DE CRISTAL, el principal demérito (traducción aparte) de la obra.
Mientras, Caunitz cuenta que los coches
patrulla van atestados de basura y latas de cerveza. Los patrulleros encajan
debajo del asiento del copiloto packs
de seis latas. Van aquí/allá al desayuno, el almuerzo, la cena, un entremés… sin
pagarlo. Mejor: lo fingen. El agente asignado entrega un billete de dólar y el
propietario se lo devuelve en calderilla.
WILLIAM J. CAUNIZT, con esa gorra de pescador, revelando asuntos íntimos del NYPC que no sé cómo les sentaron a sus compañeros... |
Los tíos, siempre pensando en sus adulterios, parecen más interesados en cumplir su jornada laboral en lugares discretos donde jalan cerveza (no café, como suele verse en las películas) o haciéndose algo el loco cuando les reclaman para que atiendan una denuncia. Consideran natural aceptar sobornos o actuar de manera apática (siempre que no sea tan flagrante que cause escándalo público, que implique a la prensa) como compensación de una profesión esforzada, arriesgada e ingrata con excesiva frecuencia.
Haciendo este pormenor, ¿no es Caunitz una rata, no viola la omertá del Muro Azul? Tras leer su libro, basado sin duda en
experiencias personales (detectas alguna que sí, la vivió in person, atragantándole de tal modo que la escupe en estas
páginas para exorcizar qué asco sigue produciéndole recordar “la hazaña”),
cuando miras un coche patrulla, y más neoyorkino, de inmediato revives esas
imágenes de abandono, corrupción y adulterio, recelando de la diligencia
del “caballero de azul” (título de una vieja serie de TV protagonizada por
GEORGE KENNEDY). Cierto, remarco, que generalizar es peligroso, aun injusto.
Habrá muchos agentes que actúen responsable, profesional y competentemente.
Empero la sombra ya está echada sobre la total integridad del Cuerpo.
Otra de sus obras, donde se despacha otro rato, como en su momento reseñé |
Veréis: no es una novela de JAMES ELLROY, ficción policial redactada por alguien de
afuera del Cuerpo, aunque le “soplen” agentes amigos detalles o leyendas. Se
trata de un mismo miembro del Cuerpo el que vacía el costal. De ahí que me
pregunte, de nuevo: ¿incluyen los policías neoyorkinos a Caunitz entre las ratas del despreciado Departamento de
Asuntos Internos, siempre tan mal retratado y ODIADO?
El pulso general de la novela, el compendio de valiosas informaciones sobre la policial metodología seguida en investigaciones, las mismas vivencias reflejadas sobre unos policías de conducta más que reprochable (por ejemplo el detective que transformaba en suicidios todos sus homicidios), es magnífico. Excelente. ¿Qué ocurre? Caunitz, que ya iba sobrado con la resolución del asesinato que involucra al aún idealista Malone, íntegro en gran medida, ¡lo complica sin necesidad con una trama político-megalómana-israelí digna tanto de JOHN MCCLEANE como de JAMES BOND!, lo cual descuadra, por entero, lo estupendo del libro. Prevenidos van, futuros interesados.