Portada de CIRUELO CABRAL. Aunque borrosa, impacta, ¿eh? |
Esta ¿novela corta?, ¿cuento largo?, ¿ensayo?, ¿ocurrencia?, de GENE WOLFE me parece problemática. A saber: no es mala, pero tampoco buena; entretiene, pero no interesa. No es de las que, en una conversación, emergería situándose entre las que se recuerdan con afecto o hastío. No deja indiferente, porque acapara detalles de interés, pero costaría recomendarla. La prosa de Wolfe, fuerte y ágil, ayuda a terminarla; posee recursos que obligan al lector a continuar pese a sufrir la tentación de dejarla. Su extensión es otro aliciente, pero tampoco dispersa una impresión de pérdida de tiempo. No sé hasta qué punto es una lúcida extravagancia “con mensaje”, porque tales derroches suelen ser un capricho que el autor desenfunda para frustración del lector pero carente de todo propósito o sentido, salvo la vanidad personal.
A veces sumerge en la confusión (tampoco sé si se debe al traductor, que se lió con algunos términos, o suprimió accidentalmente párrafos) y los protagonistas adquieren “poderes” sin saber cómo. De pronto, parece haber más de un actor en la tragedia; o así de mal está traducido o escrito por Wolfe. No obstante, teorizaré sobre los puntos favorables que hallé, porque si hago el resumen de la historia, aquí hemos acabado.
El autor, GENE WOLFE, con su gorra de jugar al dominó. Talmente, del terruño |
La muerte del Doctor Isla, aparte de un título ambiguo, relata varios días de existencia de un trío de pacientes psiquiátricos en un singular sanatorio. La Humanidad se ha desparramado por el Sistema Solar pero esto no parece aliviar dolencias crónicas. Hay problemas de tensión o adaptación a los medios exóticos extraterrestres, y los traumas emocionales y mentales aumentan en proporción a los logros espaciales.
La ciencia ha permitido recrear un “segundo sol” que ilumina el espacio más allá de Júpiter, y proporciona luz a este especial psiquiátrico, una esfera de vidrio rodeada por un mar que filtra los perniciosos rayos ultraV. Su núcleo es una isla tropical a la cual accede, a través de una esclusa, un adolescente, NICHOLAS KENNETH DE VORE (caramba, parece el nombre o de un magnicida o el inventor de alguna extraña; o un cacique afrikaaner), con graves problemas mentales, encontrándose con el sedante escenario marítimo.
Cubierta foránea del relato reseñado |
Para capturar nuestro interés, Wolfe hace que los elementos y animales de la isla ‘hablen’ con Nicholas, identificándose como el “Dr. Isla”, que, al final, deduces que es una IA en el corazón de la isla que vigila e imparte su singular “terapia” a los internos, pero apenas más ayuda. Consume parte de la historia en lecciones de matemáticas y astrofísica, en relato de vivencias personales, para luego demostrar que el Dr. Isla no es mejor que el manguerazo de agua helada y una paliza a continuación, la clásica terapia.
La isla está habitada además por DIANE, una chica con facilidad para entrar en estados catatónicos, y por IGNACIO, un psicópata, así de claro. Por otra parte, es el único que tiene recursos para sobrevivir en la isla, porque la institución que ha montado este tinglado en absoluto se preocupa por la subsistencia de los pacientes.
¿Es otra cubierta sobre esa historia o un juego de palabras para otra mañosa fábula? |
El Dr. Isla sana a los pacientes a través de la muerte: Ignacio asesina a Diane en un arrebato de los suyos (y de forma cruel) y, tras esto, le transfieren a otra “institución”, donde terminarán de curarle. Consecuentemente, Nicholas reprocha la brutalidad de la terapia al Dr. Isla, que se excusa alegando que Diane no tenía cura, ansiaba la muerte, y “la vida es así, tío”. La situación produce una crisis, y como Nicholas, lobotomizado, reserva en su interior una “segunda personalidad”, más dócil, ésta “ocupa el cuerpo”, anulando la faceta “muy difícil, porque se enfada”.
El relato permite reflexionar sobre la calidad moral de la raza humana futura (es el gran valor que le he visto). Mientras que su tecnología la hace una civilización poderosa, que surca el espacio y alza colonias en planetas hostiles, a los que termina domando, sin embargo no hace por curar a la gente de sus dolencias mentales si no es con terapias agresivas y, como en el caso de Diane, fatales. Nicholas (que pasa a llamarse Kenneth) “evoluciona” a un estado semicatatónico, e Ignacio… Bueno, parecía una forma “elegante” de sacárselo de encima. Wolfe establece (creo) la parábola de que, conforme el poder mecánico aumenta, la alienación personal avanza exponencialmente, y su indiferencia arroja, como desperdicios irrecuperables, o de escaso valor, a los enfermos lo más lejos posible de la Tierra (o sea, de la vista de la Humanidad) porque son una mancha que afea su hermoso tapiz de conquistas estelares.
Afiche de LA FUENTE DE LA VIDA. Sus escenarios son concordantes |
No invierten un céntimo de más en curarles, y hasta pareciera que ya les cuesta gastar en el tinglado montado. Su ciencia no investiga en qué nanobots, terapia, drogas, o lo que sea, podrían sanarles. Para ¿qué? Están locos. Son defectuosos.
Bajo esta luz, la historia de Wolfe gana enteros; pero lo hace por las especulaciones que genera, no por el relato en sí. Su fábula se amplía hasta transformarse en la distopía de que la raza humana no es buena; no se compadece de sus miembros tarados, sino que los extirpa de sí y los manda donde jamás los vea otra vez, aunque luego, la Propaganda se harte de predicar/pregonar con excelentes mensajes su enorme capacidad para la piedad, la cura, la benevolencia. Si dentro de este breve relato hay una moraleja, es la de que el sigul que define a la Humanidad es la hipocresía, y que todo su revestimiento de buenas palabras, bondades hueras y compromisos progresistas son basura.
Fotograma de esa película; así se imagina el lector el sanatorio descrito en la narración |
La rutilante HI/TECH sólo sirve para darse lustre ante otros y para vanidad personal de unos pocos. Sus mercedes no obtienen una Humanidad que evolucione a elevados estados del espíritu, la virtud, o la civilización. Como ocurre ahora, el progreso técnico sirve para discriminarnos, aislarnos, alienarnos. Tal vez, y por mucho tiempo que pase, y lleguemos muy lejos, jamás dejaremos de ser monos embusteros, insidiosos, falsamente moralistas, con la habilidad para apretar los adecuados conmutadores de lanzamiento del armamento nuclear, siendo nuestra generosidad con los semejantes algo episódico, pero no un estándar que nos describa.
Vuestro Scriptor.