Afiche de la película basada en el libro. En su intento de trasuntar inocencia al soldado, el autor ¡lo ha feminizado! |
“Aquí uno se da cuenta de en cuántos lugares puede ser herido un hombre […] Tan sólo el hospital da un auténtico testimonio de lo que es la guerra.”
Peliagudo asunto, la Guerra. Pegada al Hombre desde siempre, no podemos prescindir de ella. No importa cuántos, y vívidos, alegatos existan en su contra (y Sin novedad en el frente, de ERICH MARIA REMARQUE –pseudónimo de ERICH PAUL KRAMER- es de los más intensos): la necesitamos. Una compulsión se apodera de las madrigueras del Poder y hombres (y pronto, mujeres) que juraron dirigir sus países procurándoles abundancia, equidad y paz sin discriminaciones, firman un papel y pone millares, sino millones, de vidas a picar en la trituradora de carne más antigua conocida.
Emplean el vaporoso oropel de las palabras o inviolables justificaciones para hacerlo. El básico compromiso al llegar al Poder (la paz, la abundancia, la equidad) se esfuma de este modo sin dolor. Tales promesas eran meras fórmulas para atontar al rebaño del Pueblo y convencer a los adeptos de que yo soy tu hombre.
ERICH MARIA REMARQUE (o ERICH PAUL KRAMER) en pose aun desafiante |
¿Podremos alguna vez desprendernos de la Guerra? Seguramente jamás, porque a veces sólo una contundente acción armada soluciona un problema que podría complicarse aún más mediante la diplomacia o “la política del apaciguamiento”. Quizás el problema no sea la Guerra en el fondo, sino quienes la organizan.
El relato de Remarque, vet de la Primera Guerra Mundial (experiencia que surte a su obra de un buen número de anécdotas personales, u oídas a los camaradas), es un grave testimonio contra la compulsión homicida que atenaza a las naciones con regularidad y manda a lo mejor de cada casa a desaparecer en el caos del fuego artillero o la bala de un fusil, perdida o dirigida a posta. No entra en la materia de si Alemania hizo bien o no al provocar la Gran Guerra, sólo que ésta es insensata.
Irónicamente, Remarque, y a cuenta de su novela, fue víctima del III Reich, y a HITLER hubo que pararlo a costa de otra efusión de generaciones cuando Occidente dejó de encontrar hasta pintoresco al “cabo bohemio”. (Además, estaba haciendo algo contra los judíos. Es contaba a su favor.)
Ejemplo del tipo de soldado que quedó destripado o desintegrado en campos muy lejos de su hogar. (En las pelis, siempre salen tíos más viejos que un nudo) |
Remarque acerca al lector, alejándole de los pabellones de oficiales y sus mejores prostitutas, el visceral sufrimiento del soldado. Merced a un tono narrativo átono, plomizo, conciso, mas al que desesperadamente intenta incorporar algunas emociones que puedan aportar calor al tétrico escenario, hace referencia (como el gran estandarte que ondeara previniendo a las futuras generaciones para que se abstengan de organizar otra carnicería, por mor de lo que sea) a las apabullantes lesiones que un soldado puede recibir en combate. Más aún, a lo fortuito de éstas.
O sea, estás sentado no sé dónde, confiado porque “no hay novedad en el frente”, de pronto estalla algo y te conviertes en un amasijo de horribles heridas que o te matarán o te provocarán pavorosas mutilaciones. La bala (aunque sea en las tripas) tiene cierta limpieza y puede ser piadosamente expeditiva, como un bombazo directo. Pero esa metralla que hiende la carne con un silbido… Oh, amigos, eso sí que tiene peligro. Qué estragos produce, unos para los que en principio no estaba concebida.
Fotograma del filme; KANTOREK aleccionando (e intimidando) a sus alumnos sobre la importancia de sacrificarse por la patria; ¡cobarde quien no lo haga! |
Realiza descripciones horripilantes de mutilaciones en el torso o las extremidades. En el rostro, los genitales. El esqueleto astillado. El lamento del moribundo con los intestinos sobre el fango de la tierra de nadie tras un combate de trincheras, un infierno estático de alambradas y embudos llenos de lodo y ratas enormes. Piojos. Puñaladas. Todo distante de la imagen, hasta luminosa, que la Guerra recibe en la pantalla.
Pues incluso aquellos filmes que van contra la Guerra no logran presentarla en toda su crudeza. No muestran la suciedad y el hambre, las plagas y la devastación psíquica y moral del individuo. Pueden acercarse extraordinariamente, pero algo hay que no logran mostrar, pues PAUL BAÜMER, el protagonista, el último superviviente de una clase de instituto que fue “inspirada”, a base de arengas patrióticas por su profesor, KATOREK, a alistarse, además de referirse al estrago de la carne habla del anímico, y que los actores no pueden llegar a trasuntar en sus interpretaciones por mucho que lo intenten pues se trata de un asunto íntimo e intransferible, diferente a cada sujeto. Y quizás las letras tampoco lo consiguen.
Dos ejemplos de la hipocresía de nuestra Sociedad: cuando GEORGE W. BUSH organiza una guerra, es un despreciable crimen contra la Humanidad... |
Baümer dedica grandes espacios en sus capítulos a hablar de sus perdidos veinte años de edad. Entró fresco en la Guerra (con dieciocho) y en 1918 se siente viejo y desgastado, sin lugar en el mundo ni el futuro tras la guerra. Ha cometido actos que le horripilan y abruman, pero su cuerpo, almacén de valiosos instintos primitivos, acepta tales hechos porque la Guerra ya no era una cuestión de banderas y principios, sino una reyerta en que lo único que contaba era llegar (qué ironía) al siguiente enfrentamiento.
Y según se ve sin oficio ni beneficio, gradualmente van desapareciendo los camaradas y amigos que han compartido tanta calamidad con él; se fue primero KEMMERICH, y después LEER, DETERING, TJADEN… y al final KAT, STANISLAW KATZINSKY, el viejo reservista cuyo agudo instinto les fue sacando del atolladero y alimentándolos cuando no lo hacía el Ejército. La suya es la más honda pérdida.
No olvida (imposible) el estado en retaguardia. Durante un permiso, Paul descubre qué dolorosas privaciones, por mor del esfuerzo bélico que brinda lo mejor a los soldados, padecen los civiles (crítico en el caso de su familia, pues su madre agoniza de cáncer y carecen de recursos que destinarle), pero entre los que anadean fanáticos Kantoreks que ven sagrado, necesario, este derroche de vidas. Un extraño prestigio está en juego. No se puede perder. Paul lo encuentra un monstruoso absurdo.
Merced a obras como Sin novedad en el frente nuestra Sociedad repudia la Guerra, pero no así sucede en el resto del mundo. Como por desgracia parece un mal necesario que debe seguir surtiendo los telediarios, han ideado una fórmula, un elegante eufemismo, digno del INGSOC, para hacérnosla tragar, llamándola ‘misiones de paz’. Es a lo que aspiramos, ¿no? Nadie se alarma u ofende.
Y siempre le ha resultado tan fácil, indoloro, al que concede medallas póstumas condecorar ataúdes. ¿No iba a serlo? ¿Acaso el difunto es de su familia? Pertenece a la masa, anónima, gris. Pobre. De eso nos sobra. Podemos derrocharlos. Y, a cambio, es un premio tan rutilante, la medalla…
Vuestro Scriptor.