Afiche germano. Esto no es SALVAR AL SOLDADO RYAN, cuyo espectáculo disfraza su absurdo argumento |
JOSEPH VILSMAIER, director de este
impactante filme antibélico, debió inspirarse en la novela GENERAL SS, de SVEN HASSEL, el vívido cronista del Frente del
Este, para recrear un episodio de la más encarnizada batalla del siglo XX. Una
vez conoces la Batalla de Stalingrado, se vuelve un tema histórico absorbente del
cual deseas saber con la máxima amplitud y rigor posible. Pero arrojó
demasiadas historias, versiones, como para tener un esquema completo del suceso.
Vilsmaier se centra en un reducido
pelotón de soldados alemanes que van padeciendo, física y anímicamente, el
fatal revés que el hasta entonces invencible Ejército alemán sufrió. La Batalla
de Stalingrado tuvo dos significativos prólogos previos (Leningrado y Moscú)
que a mandos militares más responsables previnieron de la tenacidad soviética y
el riesgo de oír cantos de VALKIRIAS inexistentes como los que cegaban al
fanatismo nazi y a ADOLF HITLER.
Héroes sin pinta de serlo, tal el patrón propagandístico usual (CAPTAIN AMERICA). Sólo THOMAS KRESTSCHMANN (el segundo, como VON WITZLAND) parece el icono ario perseguido por los nazis |
HANS VON WITZLAND (T. KRESTSCHMANN),
el teniente que se ocupa de la compañía de asalto que debe participar en la
conquista de la Marmita de Stalingrado, encarna a ese fanático ingenuo convencido
de la superioridad del teutón. Mas no está del todo/completamente corrompido
por el nazismo, y demuestra sentimientos humanitarios por los enemigos
capturados, en obediencia a una creencia moral que el nazismo había eliminado
(o amplificado su sadismo) en otros mandos, como el CAPITÁN HALLER (DIETER
OKRAS), o el COMANDANTE KOCK (OTTO SEVCÍK), aunque en este último parece una
consecuencia misma de la guerra. Estamos en pleno asalto; no podemos parar y
restar fuerzas tratando a los prisioneros. ¡Se siente! ¡Fusílenlos! Aquí nada
pinta que sean rusos, comunistas o marcianos. Es lógica.
Bienvenido a la Marmita de Stalingrado; el suboficial pelota y fanático intenta congraciarse con el aspirante a héroe prusiano con tabaco |
Von Witzland es un idealista con
encomiados principios marciales prusianos. Procede de una familia de héroes
(los que nunca llegan tarde). Se lo espetan con hiriente ironía cuando, harto y
con los ojos bien abiertos merced a la abrasadora barbarie de la guerra, ya no
cree en nada de cuanto le imbuyeron. La pérdida de esos principios, siempre encerrados
en elevadas urnas que preservan su inmaculada virginidad, deja a un sujeto
nuevo que con harapos pretende construir su mejor identidad.
Von Witzland descubre que el Manual del Héroe Prusiano no informaba del pánico que produce en sí la guerra; su mito, desaparece en este asalto |
Caracteriza al alemán tundido por el
Tratado de Versalles, donde las potencias aliadas vencedoras humillaron (más de
lo debido; aun H.G. WELLS lo destacó) a Alemania. Crearon una potente
depresión, moral y económica, que favoreció el auge de Hitler y los suyos, un
“iluminado” y “mesiánico” que resumía su discurso en un: Recuperemos los
cojones, porque fuimos (y seremos) una Gran Nación que no merece este maltrato.
Y muchos creyeron ese sueño. Los populismos, y sus líderes, tienen eso: un
mensaje lleno de Consignas A Medida que una Rutilante Propaganda bien aceitada
inserta profundamente en la gente. Hay que ser fuerte y estar muy alerta para
evitar su peligro.
Por tanto, Von Witzland creía que morir
por Dios, la Patria y la tarta de manzanas (o su equivalente alemán), era prez
familiar, y tener la fotografía de dos héroes caídos en combate en la sala de
estar, indispensable. El escaqueado oculto en un despacho, sólo aportaba
deshonra. Stalingrado le proporcionaba oportunidad de ser ese retrato.
Las penalidades desalientan el heroísmo; el poderoso Ejército alemán debe combatir "a cuerpo desnudo" contra los T-34 rusos |
En su unidad hay vets desencantados con
lo glorioso de la guerra, como REISER (DOMINIQUE HORWITZ) y “ROLLO” ROHLEDER
(JOCHEN NICKEL), imagen de personajes que “acompañaban” a Hassel en sus
novelas. Procedentes de El Alamein, ya no ven nada épico en diñarla por la
patria y ganar cruces de hierro. Rollo, a quien en Italia se la negaron, aún la
codicia, no obstante. Es una condecoración prestigiosa que recaba respeto, y
pese a su lesivo cinismo, cumple con su deber. Está experimentado y sabe cuándo
esquivar el riesgo o las balas. Von Witzland y su rollo de übermench ario (el único que responde estéticamente al patrón
perseguido por el nazismo) se la traen floja. Prefiere llegar a mañana.
Aun así, se consiguen actos heroicos que no tendrán reflejo en los anales ni las concesiones de medallas |
Reiser sin embargo queda obnubilado por
la moral de Hans. Es como si contactara con algo dentro de sí; se siente un
ejemplo que mostrar al mundo, afirmando: Sí, vivo en un régimen militarista
autoritario. Visto su uniforme. Pero no soy de ellos. Soy una persona decente
que no comulga con sus carnicerías ni atropellos. Me alisté porque era la mejor
opción laboral en mi país entonces, y los aliados nos habían humillado. Mi amor
propio exigía esa respuesta. Quizás me engañaron. Intento sobrevivir.
Vilsmaier pinta a Von Witzland y Reiser
como víctimas de un espejismo monstruoso y ejemplos de honestidad en tiempos difíciles
de imaginar. Como muestras de alemanes buenos inmersos en un caos de malvados y
exaltados que desgraciadamente les representaban. Y Rollo, pese a su astucia y
preparación, acaba a la deriva de corrientes opuestas. Según la batalla se
endurece y aumentan las privaciones, termina en el batallón de castigo, Rollo
decae, se difumina, pierde entidad. Obedece a la primera voz tonante por mero
reflejo. Es un áncora a la realidad, aunque sea ésta. La nada es peor.
Y, ¿por qué no? Un poco de brutalidad con la población civil para recordarle al mundo que ellos son los amos |
El personaje de OTTO (SYLVESTER GROTH) interpreta
al germano, civil o militar, que quedó atrapado por el canto de LORELEI
hitleriano en cualquier mitin y de vuelta a casa descubrió sus absurdos. Pero
era tarde para oponerse al Régimen. Muchos otros, fanatizados, lo apoyaban. El
Ejército, hambriento de su dignidad arrebatada, creía en Hitler y sus planes
revanchistas.
Éstos sólo podían conducir al desastre,
entendía. Lo vio antes que nadie claramente. Pero no podía eludir una corriente
de atrocidades avaladas por otros oficiales; se volvió un sobreviviente
descreído. Su suicidio tiene mucho de simbólico; pronuncia “Heil Hitler” y se mata, como afirmando
que seguir a tipos así conduce al precipicio.
Un desastre de proporciones colosales que el hielo fue sepultando e hizo que la guerra se decantase, al fin, a favor de los aliados. El coste: mucha gente buena que no merecía terminar así |
Vilsmaier no construyó un filme de héroes
ni exaltaciones guerreras, sino una terrible fábula de hombres (o mujeres, como
IRINA —DANA VÁVROVÁ—) comunes víctimas de sucesos increíbles propiciados por
circunstancias excepcionales. Si hay reivindicación en su cinta no es a favor
del nazismo, o el Ejército alemán, sino del Hombre que intenta mantener intacta
tanta de su dignidad y cordura como sea posible pese a tales acontecimientos. Y
recordarle al mundo qué peligrosa demencia es la guerra, presentaba empero como
un proscenio de héroes inmaculados, sin dudas, ni miedos, en vez del dantesto
espectáculo de devastación y degradación que en verdad es.
Vuestro Scriptor.
También en: http://spnkgirl.blogspot.com.es/
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