domingo, 7 de julio de 2013

EL ALIMENTO DE LOS DIOSES — TEMER LA GRANDEZA INTERIOR

Portada foránea de la novela reseñada
Al iniciado en la lectura de ciencia ficción, siempre le recomiendan antes a JULES VERNE que a H.G. WELLS. Verne posee bien merecidos laureles que reverdecen a cada generación. Es un atavismo mecánico éste de situar al galo el primero y necesario para adentrarse en el género; en especial, como “tutor” del neófito escritor.

La gente, quien lo encomienda, ha olvidado el porqué. Semeja especie de socorrido arquetipo al que citar en momentos de apuro, o presunta erudición literaria, en una tertulia. Después, el audaz recuerda a Wells, llegando, si su conocimiento lo permite, a mencionar aun a EDGAR ALLAN POE y sus relatos “futuristas”, aunque Poe ¿no creó al prototipo de SHERLOCK HOLMES? Huh. La duda.

Muy pocos saben decir por qué se recomienda Verne antes que a Wells. Quizás porque Verne abrió la senda, en efecto, y Wells le siguió… pero tan próximo que ambos pueden compartir la paternidad de la ciencia ficción en igualdad.

Un joven y prometedor H.G. WELLS distraído un
instante del consejo de su Musa para posar en la
instantánea
Difícilmente estas personas apreciarán que se destaca a Verne por hábito más que porque inventó el Nautilus, dio la vuelta al mundo en ochenta días y… esto del centro de la Tierra… no recuerdo qué. Mira, no me agobies. Verne escribió antes que Wells y concibió en sus novelas la electricidad, ¿vale?

Los que mejor pueden diferenciar la trascendencia de la obra del inglés sobre el escritor francés resaltarán la importancia de La Máquina en la producción de cada cual. Verne a ella estaba rendido, a su poder. La describía exhaustivamente. Podía existir, funcionar aun. Wells apenas la esbozaba, apretando a correr hacia el desenlace de la novela. El Artilugio lo empleaba como anzuelo para exponer una elaborada fábula sociopolítica y qué secuelas generaba en la costumbrista población la introducción de esta Novedad.

JULES VERNE también posando para la
inmortalidad pero con aire más reservado. No
quiero ver competencia entre ambos autores,
pero creo que es obligado contrastar sus obras
Al imperialista Verne apenas le importaban las personas y casi no paró un instante a reflexionar en cómo un cañón brodignaniano que disparaba una cápsula-bala con gente dentro contra la Luna podía ayudar, o perjudicar, a la Humanidad.

A Wells, tal cañón le vale para desnudar las obtusas debilidades de su Sociedad, basada en atávicos/arcaicos convencionalismos meticulosamente apilados, como muestra LA GUERRA DE LOS MUNDOS.

Así, el joven neófito, alimentado con la profusa maquinaria y los hombres de ciencia-acción (un poco borradores de DOC SAVAGE) de Verne, cuando topa con Wells queda desarbolado. Expresa inquietudes muy distintas a Verne. Apenas es espectacular. Mas su grandeza aumenta conforme cumples años, y Verne, aunque guardándole el respeto debido, queda relegado a un plano menor.

Un grabado de la novela
comentada. Quizás sea el
joven CADDLES, víctima
del odio sembrado por el
político CATERHAM

Wells halló en la ciencia ficción un arma de largo-largo alcance que razonaba cómo un elemento X (los marcianos, la Titanoforbia de esta novela…) desbrozaba la Sociedad conocida. Sus metáforas reflejaban qué pujantes variaciones estaba sufriendo su época post-victoriana, agitada por el comunismo y una anarquía asesina que perseguía crear un caos insensato. Y dichos Cambios qué resistencia generaba.

Wells, como periodista (también El Alimento de los Dioses tiene ese sesgo de crónica-por-entregas publicada en un prestigioso dominical) ocupaba su butaca para caderas cómodas y veía la Historia mutar ante su ventana. Hoy día ocurre igual, pero creo que no somos tantos quienes lo apreciamos. Wells anotó cómo su Sociedad tradicionalista contemplaba, con creciente pavor, la innovación aportada por los inventos físicos (electricidad, telégrafo, fonógrafo…), influyendo, además, en la mente del colectivo, aturdido a base de recetas inmovilistas donde Dios aún tenía la Última Palabra de Todo, así fuese la desgracia general o la riqueza personal, haciendo, por tanto, intocable a la nobleza.

Veía también llegar, merced al Progreso que Verne ceñía a los blindados mamparos del Nautilus, personas que lamentaban, como los gigantescos HERMANOS COSSAR de El Alimento de los Dioses, su Sociedad hundida en miseria y antros desaseados, lugares que perpetuaban estirpes de analfabetos y/o maleantes, y comprendían que eso no podía seguir así, sólo por cuestión de decencia y ética elemental.

Una curiosidad; una versión cómic de
la novela, donde algo tan convencional
como un pollo podía ser un arma letal
...si adquiría cierto respetable tamaño
Quizás sea en El Alimento de los Dioses donde Wells mejor expuso sus inquietudes morales, sociales y políticas. En La guerra de los mundos sentó los principios de esta narración. Lo torturaba el Cambio, cómo podía ser una mutación desamable. Como biólogo, sabía que podía ocurrir. En esta novela, describió qué profunda erradicación de hábitos acendrados, aunque malsanos (que consignó en el trato que sufre el joven gigante CADDLES a manos del minúsculo VICARIO de Cheasing Eyebright y LADY WONDERSHOOT, a la que describe, sin ambages, como “la tirana del pueblo”), concita una reacción virulenta pese a las buenas intenciones de la Innovación. De nuevo, Wells quería cambiar el mundo merced a la educación… fracasando otra vez.

También está más desarrollado que en La guerra de los mundos cómo la introducción de un potente modificador opera cambios en la Sociedad. Allí, el autor habla, apenas, de un planeta espartano que mira receloso al Cosmos, cuyas estrellas dejaron de ser románticas candelas para transformarse en focos de hostiles especies inhumanas. Aquí, describe con mayor detalle las secuelas generales de la Titanoforbia, madre de cuantiosos estragos, situó cañones antiaéreos en emblemáticos lugares londinenses, y que las periódicas plagas de insectos, o ratas gigantes, causaban tanta mortandad.

Y versión celuloide del libro. El afiche
confirma su existencia
Wells ahondaba en el Daño que podía causar la Máquina; Verne, ni lo intuía.

Y el Cambio operado en la campiña inglesa afectaba a todo el globo, intimidando a una población hostil que admiraba con fosco pasmo cómo los Cossar, y gigantes dotados de un intelecto también aumentado por la Titanoforbia, construían artefactos increíbles capaces de mejorar el mundo… si se lo permitieran.

Negado, los Gigantes deciden, pues, como único recurso frente al exterminio dictado por CATERHAM, político con señas idénticas a la de tantos ‘líderes’ actuales, escapar de la Tierra y desarrollar su civilización en otro mundo, libres de la mezquina opresión mediocre de los Pequeños. ¡Qué grandiosa idea para 1904! Ahí concluye la novela, cuya moraleja bien podría ser que todos poseemos nuestra dosis de Titanoforbia.

Fotograma de ese filme; sus autores fueron a la carnaza, a
los bicharracos gigantes, ignorando todo el contenido
moral, social y político que engrandece e inmortaliza
la novela
Y que podemos/debemos emplearla para crecer, progresar, mejorar. Es casi obligatorio. Pero este mundo, regentado por anquilosados pigmeos tradicionalistas, nos lo impide. Hacerlo es exponerse a la envidia, el ostracismo, la marginación. Y ¿quién acepta este destino, voluntariamente…?

Vuestro Scriptor.

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