domingo, 28 de julio de 2013

LA JUNGLA, UN BUEN DÍA PARA MORIR — Y TODOS BUENOS PARA NO VERLA

Afiche foráneo que amenaza con una
perpetuación de la saga a cargo de
JACK, hijo de JOHN MCCLANE
A resaltar que, cuando filmaron la primera entrega de la serie basaba en una novela de RODERICK THORPE, Rusia era guarida del Agente del Mal y GORBACHOV dicho elemento mefistofélico. Poco después, la Historia aniquiló al comunismo (bastante duró; su inoperancia debió liquidarlo a mediados de Década 60) y Gorbachov se convirtió en el mejor amigo del mundo occidental. Rusia se transformó en un sitio encantador que se abría, ávido, a las grandezas de la democracia, el turismo y, como resaltase el villano de DANKO, CALOR ROJO, el consumo masivo de cocaína. Los rusos modernos pasaban ya de la vodka.

Ver cómo (presuntamente; luego te enteras que rodaron en Bulgaria o Rumanía) JOHN MCCLANE (BRUCE WILLIS) sembraba de chatarra y escombros, conforme a la mejor tradición del cine de acción catastrofista de los últimos años, las atestadas arterias urbanas de Moscú, me produjo una extraña impresión. Rusia estaba, sí, ajá, finalmente integrada en el mundo. Hermanada con la hecatombe espectacular. Ya podemos celebrar rallies de demolición en sus calles, como si fueran las de cualquier población estadounidense (que después resulta ser canadiense), al uso del celuloide.

Allá va eso; todos esos flamantes Mercedes y Audis listos
para ser masacrados junto a varias toneladas de escombros
Era ese detalle, reparé. Un héroe de la ERA REAGAN, enemigo acérrimo de los rojos perversos domiciliados tras el Telón de Acero, ahora transitaba esas vías salvando los enemigos del ayer, aun congeniando con ellos. McClane ha sobrevivido; el comunismo ruso, no. Termina sus días confiando que un hijo de la mayor democracia del mundo, alimentado con baseball y tarta de manzanas, resguarde sus gloriosos muebles y monumentos. ¡Qué diría ALEXANDER NEVSKI!

Esto de que la furgonetilla embista al mastodonte y lo
mande a tomar viento no se lo cree ni el que lo concibió
La Gran Madre Rusia no tiene un héroe autóctono al que recurrir en caso de catástrofe como la que expone este deficiente y absurdo filme de JOHN MOORE. La industria de Hollywood internacionaliza sus héroes más destacados, y combaten el Mal indiferentes a fronteras o idiomas. Bueno. Es un argumento más al que apelar. Y bastante viejo.

Pero ¡es cómo se desarrolla lo que lo luce o desdora! Y, esta vez, pudieron haberse ahorrado el despliegue pirotécnico, porque no ha servido a ningún fin útil ni concreto, ni siquiera a la propia trama, excepto su autobombo.

YULIYA SNIGIR como la traicionera IRINA. Se ha puesto
de moda esto del vestuario
fetish; o sale una tía así,
o no hay peli
Ignoro cómo ha funcionado esta secuela en taquilla. En justicia, debe haberse estrellado. Y merecidamente, pese a que, de su producción, dependen para subsistir numerosas personas. No se puede ir por el mundo con una cinta como esta, con tan elemental argumento que apenas logra sostenerse.

Se nota, además, que Willis encarna a McClane a disgusto. Cansado. Sin ganas ni pulso. Todo él es relente del personaje. Esto lo intuimos en la escena, en comisaría, donde le presentan: vencido por los años y la alopecia. Aún tiene buena puntería, ajá, sí, pero en cuanto le pasan el expediente de su díscolo hijo, JACK (JAI COURTNEY), se reclina en la mesa y pide tregua. La filmación lo mata.

A ver cuál de este trío comunica menos y está más cansado
No quiere. Willis no quiere ser McClane otra vez, y menos, en estas condiciones. Viajar a Rusia, ex Imperio del Mal y tal, y partirse la cara contra un millón de sicarios tatuados hasta el paladar, y fuertemente armados. Qué va. Estoy para sopita y buen caldo.

Al comparar la tercera entrega de La Jungla con esta, de título injustificadamente rimbombante, notamos sus carencias con desnuda intensidad. A años luz queda el brío interpretativo de los integrantes del reparto, la vehemencia trepidante como SAMUEL L. JACKSON retrucaba al John McClane resacoso. En esta secuela, no existe química entre los participantes. Los malos son rutinarios; actúan según clichés. Aun la traición que efectúa KOMAROV (SEBASTIAN KOCH) termina intuyéndose, y no por alguna cosa especial o detalle significativo, sino porque lo esperas. Está todo tan visto que…

No sé cómo será la Rusia real, pero que aparezca un
bicharraco de éstos ametrallando edificios fijo que lo
investigan exhaustivamente; JOHN MOORE, el director,
muestra con esta secuencia que piensa que Rusia es una
dictadura bananera que América puede domar con facilidad
Cuando analizas el filme, descubres que cuanto cuenta de él es la salvaje persecución de coches por Moscú, un amontonamiento brutal e insólito de chatarra y cascotes, ¡sin que la policía moscovita sea vista, ni de refilón! ¡Bienvenidos al mundo moderno occidental, excamaradas! No sólo gozáis de nuestros ataques de ansiedad fruto de los atascos, ¡los McClane los incrementan apilando flamantes automóviles alemanes por las calles!

Este malo y sus comparsas ni agradan, convencen ni animan
Tal la violenta masificación de daños, en mobiliario urbano y vehículos particulares y oficiales, llegué a pensar que, finalmente, estaba viendo la adaptación a la pantalla de plata del HARD BOILED de FRANK MILLER y GEOFF DARROW. Todas esas escenas son miméticas a las viñetas referidas; aun Willis podría trasuntar ser el caótico protagonista del cómic. Ajustaba perfectamente.

La corrupción en las altas esferas rusas. Si algo bueno
tiene la saga de
LA JUNGLA es que muestra que los
criminales sólo persiguen un fin monetario; el resto, la
propaganda, el terrorismo, son pretextos para los lerdos
Y, ante todo, que no le encaja ya a Bruce Willis la piel de John McClane, dueño de una serie de tics y peculiaridades que lo han popularizado (y demasiado profundamente arraigadas como para sobrevivir al cambio que brinda la madurez). De continuo lo vemos agotado, hastiado, tirando desmotivado del personaje que le consagró. A modo, (se) pretendió pasar el testigo a Jack (agente de la CIA —seguro, hombre—), pero no convence, en absoluto. Es un engreído. Nació para superhéroe y lo irrita que su decrépito papá pueda eclipsarlo. No es que pretenda demostrarle su talento. Es un lotófago de la fama.

Se nota que somos padre e hijo en la calvicie, ¿eh, pa?
John McClane se transformó en leyenda merced a las circunstancias; su vástago las genera, buscando una gloria que lo inmortalice muy por encima de su progenitor. Sólo engendra un caos que debe mitigar el padre, de cuya sombra al final no logra escapar.

Presentar al estamento legislativo y judicial ruso como órganos comunicantes de corrupción no es una injuria, pues consta en los noticiarios, pero que tire la primera piedra el país libre de lacras similares. Pudo hacerse con mayor elegancia, o sutilidad, sí, pues EE.UU. no puede dar tampoco lecciones de moralidad (de esa, al menos).

La marca de fábrica McClane: la devastación brutal. Ahí
van, paseando tan frescos por entre las radiaciones de
 Chernóbil. ¡Aquí no pasa ná! Somos mericanos.
¡Ingulnerables!
Y qué llamativo que la radiación latente en Chernóbil afecta a todo Cristo excepto a los McClane. Vemos al personal embutido en calurosos e incómodos trajes antirradiactivos, mas los McClane, ¡a camiseta descubierta! Entablan sostenidos tiroteos contentísimos de saber que, gracias a su poderosa genética estadounidense, podrán sobrevivir a los letales estragos de la contaminación atómica, sin importar cuántas horas pasen expuestos a ella.

En resumen: secuela manida, sin sentimiento, agotada, innecesaria, poblada de pobres y acartonadas interpretaciones, su breve metraje invita a lamentar el tiempo invertido en su visionado.

Vuestro Scriptor.