Afiche foráneo que amenaza con una perpetuación de la saga a cargo de JACK, hijo de JOHN MCCLANE |
A resaltar que, cuando filmaron la
primera entrega de la serie basaba en una novela de RODERICK THORPE, Rusia era
guarida del Agente del Mal y GORBACHOV dicho elemento mefistofélico. Poco después,
la Historia aniquiló al comunismo (bastante duró; su inoperancia debió
liquidarlo a mediados de Década 60) y Gorbachov se convirtió en el mejor amigo
del mundo occidental. Rusia se transformó en un sitio encantador que se abría,
ávido, a las grandezas de la democracia, el turismo y, como resaltase el
villano de DANKO, CALOR ROJO, el consumo masivo de cocaína. Los rusos modernos pasaban ya de la vodka.
Ver cómo (presuntamente; luego te enteras
que rodaron en Bulgaria o Rumanía) JOHN MCCLANE (BRUCE WILLIS) sembraba de
chatarra y escombros, conforme a la mejor tradición del cine de acción
catastrofista de los últimos años, las atestadas arterias urbanas de Moscú, me
produjo una extraña impresión. Rusia estaba, sí, ajá, finalmente integrada en
el mundo. Hermanada con la hecatombe espectacular. Ya podemos celebrar rallies de demolición en sus calles,
como si fueran las de cualquier población estadounidense (que después resulta
ser canadiense), al uso del celuloide.
Allá va eso; todos esos flamantes Mercedes y Audis listos para ser masacrados junto a varias toneladas de escombros |
Era ese detalle, reparé. Un héroe de la
ERA REAGAN, enemigo acérrimo de los rojos perversos domiciliados tras el Telón
de Acero, ahora transitaba esas vías salvando los enemigos del ayer, aun
congeniando con ellos. McClane ha sobrevivido; el comunismo ruso, no. Termina
sus días confiando que un hijo de la mayor democracia del mundo, alimentado con
baseball y tarta de manzanas,
resguarde sus gloriosos muebles y monumentos. ¡Qué diría ALEXANDER NEVSKI!
Esto de que la furgonetilla embista al mastodonte y lo mande a tomar viento no se lo cree ni el que lo concibió |
La Gran Madre Rusia no tiene un héroe
autóctono al que recurrir en caso de catástrofe como la que expone este
deficiente y absurdo filme de JOHN MOORE. La industria de Hollywood
internacionaliza sus héroes más destacados, y combaten el Mal indiferentes a
fronteras o idiomas. Bueno. Es un argumento más al que apelar. Y bastante
viejo.
Pero ¡es cómo se desarrolla lo que lo
luce o desdora! Y, esta vez, pudieron haberse ahorrado el despliegue
pirotécnico, porque no ha servido a ningún fin útil ni concreto, ni siquiera a
la propia trama, excepto su autobombo.
YULIYA SNIGIR como la traicionera IRINA. Se ha puesto de moda esto del vestuario fetish; o sale una tía así, o no hay peli |
Ignoro cómo ha funcionado esta secuela en
taquilla. En justicia, debe haberse estrellado. Y merecidamente, pese a que, de
su producción, dependen para subsistir numerosas personas. No se puede ir por
el mundo con una cinta como esta, con tan elemental argumento que apenas logra
sostenerse.
Se nota, además, que Willis encarna a
McClane a disgusto. Cansado. Sin ganas ni pulso. Todo él es relente del
personaje. Esto lo intuimos en la escena, en comisaría, donde le presentan:
vencido por los años y la alopecia. Aún tiene buena puntería, ajá, sí, pero en
cuanto le pasan el expediente de su díscolo hijo, JACK (JAI COURTNEY), se
reclina en la mesa y pide tregua. La filmación lo mata.
A ver cuál de este trío comunica menos y está más cansado |
No quiere. Willis no quiere ser McClane otra
vez, y menos, en estas condiciones. Viajar a Rusia, ex Imperio del Mal y tal, y
partirse la cara contra un millón de sicarios tatuados hasta el paladar, y
fuertemente armados. Qué va. Estoy para sopita y buen caldo.
Al comparar la tercera entrega de La Jungla con esta, de título
injustificadamente rimbombante, notamos sus carencias con desnuda intensidad. A
años luz queda el brío interpretativo de los integrantes del reparto, la
vehemencia trepidante como SAMUEL L. JACKSON retrucaba al John McClane
resacoso. En esta secuela, no existe química entre los participantes. Los malos
son rutinarios; actúan según clichés. Aun la traición que efectúa KOMAROV
(SEBASTIAN KOCH) termina intuyéndose, y no por alguna cosa especial o detalle
significativo, sino porque lo esperas. Está todo tan visto que…
Cuando analizas el filme, descubres que cuanto
cuenta de él es la salvaje persecución de coches por Moscú, un amontonamiento
brutal e insólito de chatarra y cascotes, ¡sin que la policía moscovita sea
vista, ni de refilón! ¡Bienvenidos al mundo moderno occidental, excamaradas! No
sólo gozáis de nuestros ataques de ansiedad fruto de los atascos, ¡los McClane
los incrementan apilando flamantes automóviles alemanes por las calles!
Este malo y sus comparsas ni agradan, convencen ni animan |
Tal la violenta masificación de daños, en
mobiliario urbano y vehículos particulares y oficiales, llegué a pensar que,
finalmente, estaba viendo la adaptación a la pantalla de plata del HARD BOILED de FRANK MILLER y GEOFF
DARROW. Todas esas escenas son miméticas a las viñetas referidas; aun Willis
podría trasuntar ser el caótico protagonista del cómic. Ajustaba perfectamente.
Y, ante todo, que no le encaja ya a Bruce Willis la piel de John McClane, dueño de una serie de tics y peculiaridades que
lo han popularizado (y demasiado profundamente arraigadas como para sobrevivir
al cambio que brinda la madurez). De continuo lo vemos agotado, hastiado,
tirando desmotivado del personaje que le consagró. A modo, (se) pretendió pasar
el testigo a Jack (agente de la CIA —seguro, hombre—), pero no convence, en
absoluto. Es un engreído. Nació para superhéroe y lo irrita que su decrépito
papá pueda eclipsarlo. No es que pretenda demostrarle su talento. Es un
lotófago de la fama.
Se nota que somos padre e hijo en la calvicie, ¿eh, pa? |
John McClane se transformó en leyenda
merced a las circunstancias; su vástago las genera, buscando una gloria que lo
inmortalice muy por encima de su progenitor. Sólo engendra un caos que debe
mitigar el padre, de cuya sombra al final no logra escapar.
Presentar al estamento legislativo y
judicial ruso como órganos comunicantes de corrupción no es una injuria, pues
consta en los noticiarios, pero que tire la primera piedra el país libre de
lacras similares. Pudo hacerse con mayor elegancia, o sutilidad, sí, pues EE.UU.
no puede dar tampoco lecciones de moralidad (de esa, al menos).
La marca de fábrica McClane: la devastación brutal. Ahí van, paseando tan frescos por entre las radiaciones de Chernóbil. ¡Aquí no pasa ná! Somos mericanos. ¡Ingulnerables! |
Y qué llamativo que la radiación latente
en Chernóbil afecta a todo Cristo excepto a los McClane. Vemos al personal
embutido en calurosos e incómodos trajes antirradiactivos, mas los McClane, ¡a camiseta
descubierta! Entablan sostenidos tiroteos contentísimos de saber que, gracias a
su poderosa genética estadounidense, podrán sobrevivir a los letales estragos
de la contaminación atómica, sin importar cuántas horas pasen expuestos a ella.
En resumen: secuela manida, sin
sentimiento, agotada, innecesaria, poblada de pobres y acartonadas
interpretaciones, su breve metraje invita a lamentar el tiempo invertido en su
visionado.
Vuestro Scriptor.
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