¡Episodio Dos! Esto avanza. No lo dudéis |
El fulgor
poderoso que podría competir con la aurora indecisa: eleva los techos de la
casa. Esparce sus muros. Cuanto contenían. Negros tizones, tirabuzones de humo
y llamas, esparciéndose. Harapos de carne. ¡Ha cazado un puñado de pasmas y
mercs!
—Han tocado lo que no debían. O pisado
donde no debían —se ufana Dama de Picas.
La efímera claridad dentro del habitáculo:
desvía mi atención hacia ellos. Mi postura en el asiento posterior logra
proporcionarme un momentáneo vistazo al rostro de Dama de Picas. Intuyo, entre
la tensión nerviosa que la enmascara, un relente de salvaje satisfacción iluminar
sus rasgos a lo Julie Strain.
Bujías está mirando hacia atrás. Veo bien
su cara. Trasunta las emociones que pueblan los sesos de Dama de Picas. Coinciden
nuestros ojos. Ensaya débil sonrisa. Cuan premio. Reconocimiento estilo: Buen
trabajo, campeón.
Esta novela gráfica acabó teniendo más influencia en el conjunto de la obra de lo que al principio quise admitirme |
Pero este “éxito” pertenece a los tres.
Trabajamos bajo el desert sun
esparciendo minas, tendiendo cables finos como hilos de pesca por el secarral,
amenazados por serpientes o escorpiones, agudas agujas de las aulagas rodadoras
de los westerns. El gato: colaboró
dándonos apoyo moral. Nadie más: intervino.
No queríamos que forasteros, por buenos
amigos que los estimáramos, supiesen del mortífero tinglado que, ahora, operaba
así. La pasma, el enemigo, podía pillarlos. Sacarles en un Cuarto 101
información. Y cortar, en una incursión como ésta que hemos frustrado, los
hilos tendidos entre las minas por haberlos dibujado antes en un mapa.
Debíamos vivir así. Desconfiando. ¡De todos!
Recelo en permanente Nivel MAX. Cada persona: ¡traidor potencial! Estábamos
paranoicos el noventa y nueve por ciento del tiempo. Dormíamos con armas no
sólo en la mesilla de noche: bajo la almohada. Atrancadas las puertas.
Neuróticos con las sombras movedizas tras las ventanas. Las cortinas. Cuanto
imagináramos hubiera en el fondo de cada armario, gay o no.
El cuerpo acababa pagándolo, claro. Estrés.
Diarrea. Insomnio. Inapetencia. Nervios. Irritación. El deseo sexual: aplazado.
Poco problema en mi caso: sufro anafrodisia. Sigo acariciando al gato. Es
sedante el tacto.
Acelera Dama de Picas. El desierto: un
borrón. Distantes: titilan acobardadas las luces del pueblo, Buen Rey. Ella:
inmediatamente orienta el aerodinámico morro del buga al Norte. Buen Rey: fijo
que copado por el Poder. Colaboración USA con el PragmaSoc.
Queda camino aún hasta Montreal y los graves sucesos que allí acontecerán. De momento, este trío deberá cruzar poblaciones tan fantasmales como ésta... |
—Veinte. Treinta quizás —anuncia Bujías.
Arrincona su miedo lo bastante: como para conectar la CB. Inmediatamente: voces
alteradas. De mando. Poder. Pasmas. Mercs.
—¿Qué? —Dama de Picas: lo soslaya un
instante. Casi se traga el poste de una valla.
—Los que pueden haber muerto en la
explosión. Imagina otro montón de heridos de distinta consideración—aclara
Bujías.
—Estarán tope cabreados, entiendo… —susurra
Dama de Picas. Rebasa el cercado, madera quemada por el sol, sin pintura apenas
ya. Augura Bujías:
—Nos despellejarán apenas nos pillen, sólo
por esto —atento a las iracundas voces.
Los faros: muestran entonces el débil
trazado de una de esas carreteras de arena que unen los ranchos esparcidos por
la reseca llanura tejana, empobrecidos hasta parecer las miserables fincas del
otro lado del Río Grande, haciendo difícil precisar dónde de Méjico, o Tejas, podías
estar. Coyotes de ojos como LED espantados. Dama de Picas: maniobra centrándose
en esta carretera. Parece triplicar nuestra velocidad entonces.