Tras las vacaciones y la ordenación de papeles de este mes, ¡regresa este impresionante serial distópico, colosal envidia de las redes sociales por su superlativa calidad narrativa |
Capto el aroma del aceite lubricante del arma
que empuña. Se solapa: con la fragancia tenue a lavanda que tanto la gusta de
su jabón de uso personal. Todavía se resiste MUCHO a ser esa “Mujer Natural”
que la loca hembrista de Imelda Gemio ordenó fuesen las féminas. Porque
maquillarse, depilarse, vestir de Chanel IG… era estereotipo machista que
pretendía reprimir el estado auténtico de la Hembra, ajá, sí, perpetuándolo.
¿Íbamos a seguir aplastándolas, incluso así? Ni hablar.
Prefiero seguir siendo femenina, un arte
que esa estúpida loca pro abortista pretendía eliminar, confesó una vez Dama de
Picas. Hicieron bien calentando hierros para matarla. Colgarla alto de aquella
farola fue poco, para el daño que está provocando.
Para los recién llegados: este serial es la precuela de este portentoso relato |
Imelditas. Fanáticas desbocadas apoyadas por toda la delirante
tramoya del PragmaSoc, de Roderick Shoemaker y su burrada de la Eurotopía de los
Pueblos. Donde antaño alzaran KZ para exterminar judíos: ahora elevan edificios
del Protocolo Pabellón Once, nutriéndolos noche y día de autobuses grises
llenos de indeseables, o sólo enfermos, viejos, ciudadanos agotados.
Exterminados rápida y limpiamente: para
hacer hueco al Alucinante Mundo Futuro que en las Arcologías Aurora suizas y en
Pekín han diseñado para esa jodida “Nueva Humanidad Digna del Apelativo”, capaz
de mirar a los sabios extraterrestres del resto del Universo orgullosos de
haber erradicado las violentas taras machistas históricas de la superficie de
nuestro desamparado ancho mundo.
¿Cómo se logra? Matando todo lo antiguo. A
nosotros, los Impuros. Los que heredamos la pasión tribalpunk del alba de los tiempos cavernarios, perpetuándola una
generación tras otra Tras Otra TRAS OTRA sin visos de remedio o evolución.
Las ráfagas rojas/azules destellan un
instante antes de pasar ante nosotros. Contengo el aliento. Como bólidos: dos
patrulleras interceptoras de los Ranger circulan ante nosotros. Envueltos en la
inmensa polvareda que levantan las ruedas que asustan a las cacatúas de sus
vehículos.
Que, tiempo después, continuará en esta novela no menos remarcable |
—Refuerzos —murmura Dama de Picas. Seguimos
agazapados un poco más—. Tiran de todo recurso. —Veo cómo escudriña el firmamento
progresivamente más gris—. Un Trueno Azul está al caer, tal como está la cosa.
—Otro más, querrás decir —susurro. Y eso:
que ambas patrulleras son ya algo distante, alejándose según emiten luz de
púlsar dentro de una burbuja de polvo—. Porque recuerda que dejamos atrás, por
poco, uno buscando nuestro rastro para cazarnos.
—Sí. Ajá. Eso quería decir. —Algo tirante:
se extiende por la longitud de sus palabras.
De momento: lo ignoro. Los músculos
empiezan a agarrotarse. Debido: a la postura. El estrés. El que los rápidos
vehículos estén embromándonos. Tememos que, pasado el siguiente remonte, giren,
regresando, pillando in fraganti a
Bujías, manipulando esos cables que parecieran resistirse… espera. Arranca.
La Jonathan
Kent tiembla un momento. Pero el motor: tictactequea redondo. Dama de
Picas: me lanza una sonrisa repleta de confianza. Pareciera el sigul de que, a
partir de ahora: todo irá de puta madre magistral. Lo malo: se lo llevaron a
rastras ambas patrullas de Ranger, enredado en el polvo que sus ruedas que
asustan las cacatúas levantan de la tortuosa trocha.
Nos movemos en este preamanecer deprisa.
Los paletos pueden despertar pronto. Descubrir que robamos la camioneta.
Iniciar tiroteo. Jaleo indeseable: ahora. Dama de Picas: aborda a Bujías que sigue
ocupando el asiento del conductor.