viernes, 24 de mayo de 2019

METRÓPOLIS — HIJO DEL TITÁN MENOR

Una de las muchas portadas que la
novela ha poseído a lo largo de las
décadas sucedidas desde su publicación

Por merecidos créditos que acopie la influyente y casi mítica novela de THEA VON HARBOU (de la que espero leer sus otras obras fantásticas), aparente especie de anti-AYND RAND (los randianos, si he entendido bien, piden que seas tú, tú solo, para ti mismo, al cuerno el colectivo —algo de razón empero tienen—, mientras que Von Harbou pide seamos más caritativos, menos dogmáticos, nos apiademos de nuestros afligidos semejantes), peca en un detalle crucial que acusa de una ingenuidad ante ciertos planteamientos a esta señora que sin embargo colaboró con el nazismo, cuyo predicado político era tan opuesto a lo que pretende la novela. Pues, el breve proemio, ¿no insta a pensar más con el corazón, como colchón entre el cerebro despiadado y el músculo brutal? En cambio… lució esvástica. (Quizás porque reconocieron sus méritos.)

Metrópolis (cuyo embrujo hechiza aún a medio mundo y levanta ciudades masificadas pobladas de arcologías como el Los Ángeles de BLADE RUNNER o Mega City One) falla, ante todo, en qué intenciones JOH FREDERSEN y ROTWAN, esa suerte de PENSADOR LOCO (el de Marvel), tienen para MARÍA, el androide vidriometálico. Para quienes ignoren pese a todo la trama, ilustro:

La joven THEA VON HARBOU,
de brillante carrera en el mundo del
cine y la literatura. Importante en un
mundo masculino como el que vivió.
Y desconcertante su afiliación al
nazismo, leído lo leído
Metrópolis es lo más urbano. Población: cincuenta millones. Parte de ese populux son obreros que viven en un Soguetto subterráneo y atienden a un ejército de máquinas implacables por su misma función que rinden energía, lujo, abundancia, a la macrourbe y sus más acomodados ciudadanos. Fredersen, en la cumbre del más alto skyline, dirige todo inexorable. Su hijo, FREDER, un niño-bien, un día recibe una impactante muestra de cómo vive el “otro Metrópolis” y se prenda de la guía de la infantil población esclava. Trastornado por un amor fulminante, su privilegiado hábitat se le vuelve mortificante. Debe evolucionar moralmente para ser digno de la santa que predica en las catacumbas.

Mientras, el supremo inventor Rotwan, alojado en una casa maldita (a gusto del gótico más pútrido) de traza disonante con el poderío urbano circundante, concibe un robot de semblanza femenina. Capítulos después, el robot causa la ruina de Metrópolis, la cual saca de debajo de los escombros lo mejor de hombres malvados. Metrópolis es como una analogía en cristal, cemento y acero, ¡MÁS ACERO!, de CUENTO DE NAVIDAD.

¿Para qué querían tanto Rotwan como Fredersen a María-robot? La novela, abundante en greguería, poesía, pasajes de realismo mágico, pre-cyberpunk, pierde por que María-robot debería haber sido creada para espiar, influir, o sojuzgar, a la inmensa población obrera que empezaba a dar indicios de rebelión. No es tal. Es la persecución de una irreal belleza idealizada que materializan en un destructivo monstruo hermoso, abatido de una forma medieval. Una interesante… ironía.

Afiche de la película
que adapta la obra.
Un poco
sugerente
sí que resulta...
Necesita ese breve mas sentencioso diálogo entre Fredersen y Rotwan en que el primero expresase su inquietud por los alborotos, boicots o huelgas de la oprimida masa obrera. Y cómo el otro ofrecía, en perverso giro retorcido, su espía vidriomecánica, disfrazada de la Virgen de los Proletarios, María-la buena, que les diese nombres de conspiradores, agitadores, sindicalistas… ¡y acción represiva al canto!

Falta esa maldad elemental en una obra que debería tenerla. El depurado estilo de la escritora es elegante, imaginativo, poderoso en momentos, mas confirma que un escritor y una escritora abordarán una temática desde aspectos esenciales o básicos opuestos. Un hombre, materialista, basará su relato en la fuerza, el control, cuando no dominación, resolución del problema de forma física-dinámica, mediante economía o aún religión. Una mujer, espiritual, apelará a los sentimientos más nobles o primordiales, el cariño, la lágrima, el afecto, la maternidad, el alma o corazón, procurará solventar con amor el trauma. Tal procede Von Harbou. No significa esto que ellas sean menos que ellos, sino que somos distintos y encaramos los problemas y su solución de forma distinta. Con este palmario ejemplo, hablar de igualdad es una memez. Siempre algo nos diferenciará.