viernes, 7 de febrero de 2020

LA NAVE DE LOS HIELOS — SUMMER COMMING

Edición española. Acervo daba la impresión,
mediante las publicaciones de estas novelas en
tapa dura, de que se dignificaba al género; se le
daba una preeminencia que merecía

Acostumbrados a las barrocas imágenes llenas de dinamismo y color de las más famosas novelas del autor británico, de los desgarrados y terminales ELRIC, o CORUM, de los paisajes cromáticos de las andanzas de HAWKMOON, resalta que esta obra sea tan blanca, fría, refractaria, como los lóbregos pagos helados por donde discurre la acción.

Podría decirse “es todo un “anti-Moorcock””. Su níveo helor choca al lector habituado a sus relatos de fantasía desbordante y revolucionaria, “antitolkienianos”, como los citados. No sé si fue un ensayo, un esfuerzo por dimensionar su trabajo, adquirir registros. De vez en cuando, empero, el “familiar Moorcock” reflota. Ofrece imaginativas descripciones tanto de lugares como sujetos (al final, por ejemplo: ya no “aguanta más” y pinta un cuadro de Nueva York que pudiera ser suerte de borrador —en nevado— de Imrir, así como de los exóticos neoyorkinos) que reconcilian con la fama de Moorcock, con lo cual La nave de los hielos entra en el Multiverso.

Porque, de otro modo, parecería labor de otro escritor, de buen pulso, aunque una imaginación más contenida, menos florida, menos colorista, menos ASHTON SMITH.

Sesentero MICHAEL MOORCOCK
y un socio fuertemente influenciados
por
THE BEATLES, me parece
Por el año de publicación, 1969, se me antoja incluso que Moorcock pretendía hacer su DUNE, mas llevando el escenario al otro extremo del espectro. Si Arrakis era un vasto planeta-desierto, esta Tierra de KONRAD ARFLANE es un mundo estilo Hott, una era glacial bimilenaria que ha calado de forma tan honda en sus habitantes que es una espantosa herejía estimar que una era de calor, un calentamiento, pueda llegar. Empero eso está empezando a suceder.

En su viaje, Arflane (y los integrantes de su tripulación sobreviviente, una misión que se hizo desastrosa al final) encuentra emigrantes del distante Sur; por allí, el hielo ya está fundiéndose. Surge tierra. Brota maleza. Esto lo estiman una aberración innombrable. Ergo: van al Norte, en pos de la MADRE DE LOS HIELOS, una extraña deidad ideada en las ciudades-grieta del Matto Grosso, la cual se asegura de que el hielo, por siempre, cubra la superficie de la Tierra… a costa de ‘exigir’ sangrientos sacrificios humanos.

En otra cosa que se parece a Dune es en esto: este misticismo hermético, obcecado, ciego, que tanto Arflane (demasiado herético, se teme) como URQUART, el arponero fanático, sostienen. Semeja la fe mesiánica transmitida hereditariamente por los FREMEN. Salvo que, aquí, no esperan redentor. Sólo mantener inquebrantable la fe al culto. Dudar de él es invocar al letal calor, un estado de la materia, y el Universo, impensable, indeseable.

Qué portada más embustera; parece
rebotada de algo de GOR. Con la
pelúa que describe el libro, ambos
protagonistas iban a ir sin camiseta...
Hay diversos “ramalazos” a MOBY DICK, asimismo, cosa que, aunque Moorcock se empeña en “apartar” de la obra, no puedes superar sospechar como uno de sus soportes, influencia. Arflane es capitán de balleneros (caza ballenas que circulan por el hielo, pues debieron abandonar los océanos congelados); Urquart, arponero. Sustenta a las Ocho Ciudades matar ballenas. Cambia que aquí no hay venganza contra un cetáceo albino quasilegendario, sino la búsqueda de la corte de la Madre de los Hielos (a modo, Moby Dick), que premie a sus fieles con algún paraíso por haber resistido toda tentación que anime al destructor calor a personarse.

Sabida la verdad, el hombre que empieza la novela buscando su muerte (al sentir que algo no va bien, tanto en su ánima como en su entorno, cada vez menos invernal), es incapaz de asumirla y retoma su plan original. Arflane es consciente de que “el mundo se ha movido” (ROLANDO DESCHAINES dixit) dejándole sin lugar en él. Es un dinosaurio, y busca los brazos de la Madre de los Hielos (la Muerte) esperando finalizar sus temores, dudas y herejías. No pretende cambiar nada. Sólo… extinguirse. Dejar a otra generación distinta espacio para madurar en un mundo opuesto al que él conoció y donde no desea vivir. Acaso… ¿una parábola sobre las rígidas intransigentes de la religión, o la política?