Portada de una potente novela del noir sorprendente por su esquemático aunque certero estilo. Cine en prosa |
SAMUEL FULLER, veterano en prensa, novela y
cine, plantea la novela con un aire difícil de describir. Desprenden sutil
ironía negra todas sus páginas, que veloces transcurren ágiles, cuan guión de
cine, deteniéndose en el detalle lo mínimo-nimio, empero aun así consigue
descripciones logradas, creando un interesante elenco que recuerda a un chiste.
Un inglés, un francés, un italiano y un
alemán (van en un barco, o avión, y, de pronto, ante letales dificultades,
deben sacrificarse por turnos, para que sobreviva uno al menos, ¿os suena?), con
graves cargos en sus respectivos Gobiernos, complotan con un ambicioso general
árabe, próximo a dar un golpe de estado (además, planea crear unos Estados
Unidos Árabes —por ambición no quede—), para vender negocios y orientar las
políticas de sus respectivas naciones hacia una complacencia con esos Estados
Unidos Árabes. A cambio, el general les propone regalías económicas y gabelas
que empiezan por entregarles, en metálico, cien millones de dólares por barba.
Todo wunderbar!
hasta que SAFO, secretaria-para-todo de BRYCE, el inefable “mediador”, de
excelente reputación en estos tejemanejes, roba la cinta (guasa que compone
Fuller sobre las famosas cintas de NIXON) donde consta la conjura, y escapa.
Horror. Tragedia. ¡Chantaje, o algo peor!, temen.
Bryce ordena a su sicario francés recupere
la cinta. Fracasa. Recurre pues a Quint, viejo sabueso de buen CV como
rastreador de personas, mas ahora caído en desgracia. Quint es auténtica
piltrafa. Sin embargo, este perdedor revive cuando Bryce le encarga la misión. Deja
de sentirse un acabado inútil. Vigorizado, llega al inesperado desenlace a
través de media Europa y distintos asesinos de elite, a los que la Fortuna derrota
por él, porque por méritos bélicos propios, Quint, antihéroe, poco podía hacer.
Fuller no teme ser harto políticamente incorrecto en esta novela sobre la integridad y la rehabilitación personal, el rencor, el sexo y el amor. Sus participantes son procaces, racistas, machistas, de lenguaje cuartelero, con retorcidos instintos asesinos pese a su alcurnia. Por mor del tono irreverente del libro, los verdugos puestos tras Quint y Safo parecen sacados de BOND, JAMES BOND, letales pero excéntricos, excesivos y teatrales. O de un dramatismo incalificable, como el del hijo del criminal de guerra nazi, incapaz de admitir los terribles actos de su padre. Los cree crueles calumnias semitas. Envidia.
Gracias a ese siniestro humor negro-irónico
que empapa la obra, Fuller le mata en una sinagoga, administrándole la
extremaunción (o su equivalente judío) un rabino.
Fuller escribe ya muy veterano. Poco parece importarle lo que la crítica diga. Honores, acumula. Le solaza estampar la historia que quiere contar como mejor le parece, integridad que deberíamos imitar. ¿Lenguaje procaz? Vale. ¿Nazis? Pues sí. ¿Crueles conspiradores? Adelante. Hoy día vamos todos con un soberano MIEDO a escribir “puto negro cabrón” o algo que parezca antifemirulista no sea nos lapiden y censuren.
Uno de sus filmes. Seguro que con carga polémica y personajes abruptos de peor lenguaje |
Los tipos de “lenguaje negativo” existen por doquier,
y negar, dentro de una obra, de concreta temática, que proceden o hablen así o
asá, estafa a la Historia y al lector. Suprime autenticidad a las tramas. Proponen
modélicos peleles-eunucos afeminados mientras meten, qué curioso, a los tipos
duros como JOE HALLENBECK dentro de los armarios de los que han
sacado a sujetos que, por políticamente correctos, no valen un carajo.
Inquieta este “puritano” sesgo que coarta la creación. Porque sufrimos la incongruencia de que puedo hacer algo que ofenda los sentimientos religiosos, pero censuren a RICHARD CORBEN por escandalizar al nacionalfeminismo de piel muy sensible con su arte. Me parece, pese a esto, que imitaré a Fuller. Haré lo que quiera como quiera, primero porque es un derecho que me asiste, y, después (e importante), porque así la historia saldrá redonda. Tanto preocuparse por el aspecto vacía el contenido, lo que cuenta. Neguemos tanto poder a los mediocres y sus modas “medioambientales”.