JAKE SCOTT (vástago de RIDLEY SCOTT) filma
con brioso sarcasmo una aventura de bandoleros ingleses de mediados del siglo XVIII
dotándola de un ágil ritmo de videoclip distinto al suntuoso acabado barroco
recargado de detalles del BARRY LYNDON
de STANLEY KUBRICK, que pudiera haberse considerado plantilla para similares
películas. Scott desarrolla el desenfadado, aun actual, carácter de los
protagonistas para hacerlos naturales al espectador contemporáneo.
Esto no debe considerarse demérito. Lo sabido
de aquellos tiempos procede de textos, sean novelas o crónicas, que tienen el
inconveniente de ser recreaciones embellecidas de la época. Adulteran lo que
podía ser una sucia y enferma cotidianeidad, presentándola era de prodigios,
decencia y flemática conducta muy distinta a su realidad, áspera, salaz,
impúdica. Muy distinta a lo que JANE
AUSTEN, por ejemplo, consignó en sus relatos.
No ese elegante retrato de la decorosa
Sociedad británica protestante inmersa en floridos y complejos rituales de cortejo
que prolongaban acartonados noviazgos lo indebido, por mor de remachar
indeleble la superior rectitud de la moral albionesa.
No podía la Austen escribir cochinadas sadosodomitas de esos pálidos
lechuguinos asediando a las no menos pálidas damiselas envueltas en kais de
sedas y brocados. Importaba imponer esa estampa de inquebrantable rectitud por
mandato editorial, o quizás con la esperanza de que, en el Mañana-Mañana, fuesen
realidad, no falsificaciones de su sórdido día-a-día.
Los protagonistas a punto de sellar una alianza que pretenda colmar las ambiciones de ambos |
Por tanto, aun sujetos a marcos de lenguaje o modales dieciochescos, Plunkett y Macleane actúan como bandidos y sujetos del presente. ¿Por qué no debería ser así? ¿Cuánto hemos avanzado, en realidad? Cometemos los pecados más antiguos de la manera más moderna. Punto.
Tienen marcados
rasgos diferenciadores: Macleane es un narcisista atolondrado que ansía trepar
a una Alta Sociedad que le desdeña por sus bajos orígenes; derrocha en trajes cuanto
atraca. Plunkett, más terrígeno, ceñido a la rudeza de la vida cotidiana (empezando
como hombre honrado, una racha de fatalidades lo arroja a la delincuencia), abriga
la esperanza de redimirse en las colonias angloamericanas. Su instinto ve en la
relación con el petimetre Macleane y su facilidad de ingreso en los salones de
la elite una oportunidad de “trabajo” realmente envidiable.
Hasta que se interpone el amor por esta damisela de armas tomar, por cierto |
Una sólida fraternidad estalla entre ellos,
gran mensaje de la cinta: la inapreciable importancia de la lealtad. La élfica REBECCA
aparece para señalar que, en esa época, no todo eran pusilánimes damiselas que
se desmayaban admirando el DAVID esculpido por MIGUEL ÁNGEL. Las había con redaño.
Dispuestas a matar. Mas gravita sobre ellos el poderoso MR. CHANCE, buscavidas
putañero-clérigo metido a cazarrecompensas que consigue ser Jefe de Policía. Azote
de salteadores, eleva bien altas sus miras y avideces.
Plunkett
y Macleane produce
envidia. Te hace pensar qué puñetas le pasa al cine español. ¿Somos incapaces de
filmar nuestro Plunkett y Macleane,
con el vasto caudal de historias de bandoleros autóctonos? ¿Todo quedó en “el
franquista” CURRO JIMÉNEZ? Venga: los
ingleses, para sus cosas, echan el
bofe. Se esmeran. Empero ¿nuestros cineastas?
Va a resultar que el crimen no paga, de verdad... |
Están estancados en la mierda del niño republicano de los cojones de la Guerra Civil, una enfermiza reescritura orwelliana de nuestra Historia, que les hace quedar como estúpidos, cuescos de incompetentes izquierdosos que drenan del erario los dinero$ para frívolas basuras que imitan malas comedias de JENNIFER ANISTON o similares.
Es lo fétido de un cine nacional contagiado de progresía: la incompetencia y la banalidad como banderas de causas nefandas y ávido afán de insaciable codicia personal, amparado por un Gobierno nefando que así ve justificados sus delirios “redentores”. Con este proceder, pierde el Arte, rehén de la manipuladora Izquierda, y luego todos el público, que soporta una fatal falta de talento de deleznables intérpretes en aborrecibles películas deleznables, y después el sablazo de los impuestos malgastados de este modo.