Portada con un símil de la mano del Diablo, para hacerse el interesante. Quita la parte de la Granja, y el resto es paja grandilocuente protagonizada por un perdedor nato |
El brutal batiburrillo de géneros que comprime
este voluminoso volumen lo convierten en una anarquía a punto de caos que se
transforma, en sus cien últimas páginas, en un desesperado alarido del lector
por terminarlo y arrumbarlo al más profundo olvido.
Si cyberpunk,
si terror, si suspense, si noir… Tal
revoltijo pudo dejar entusiasmado a su autor y a no sé quién de Amblin, que le vio méritos (!) para
comprar los derechos y adaptarlo a la pantalla de plata (plan afortunadamente
frustrado, parece). Porque como sigan estrechamente la narración, con semejante
cacao: fracaso cantado.
Aunque con la locura includiversivista que está viviendo el mundo del
espectáculo, igual despuntan no sé qué gracia para caer en ídem a un público
que abomina de íntegros como RAMBO y cabrean a otro que, como nunca, anhela (si
no es un/a tonto/alava progre que debe cumplir cuota ante su manada de red
social) las fantasías de Década 80, aunque en ellas imperase el cartón piedra y
la stop-motion. Contaban al menos
más/menos bien una historia, con diversos arquetipos icónicos que pretendían
ser inspiradores, a ratos moralizantes. Lo actual es un adoctrinamiento
descerebrado cebado de subvenciones manipuladas por gente que, lo último, es
descerebrada. Rapaz, traicionera, embustera… lo que quieras. Empero que sabe
muy bien qué persigue: enriquecerse sin doblarla.
MICHAEL MARSHALL SMITH con media sonrisa de "cómo os la he colado, gualdrapas. Y, encima, amenazan con película de este libro" |
Pero eludo hablar de esto comentando este
tocho. Aunque las primeras sesenta páginas tienen un tenor harto prometedor
(historia que, al contener el elemento clones,
prefigura la ética de preguntarnos si tenemos derecho a replicar versiones
nuestras para que sean un botiquín auxiliar de nuestros órganos defectuosos, ya
que, por avanzada que esté la medicina, o la ingenética, al parecer una copia
de nosotros garantiza más éxito frente al posible rechazo que cualquier
medicamento —cuesta un poco creerlo, aunque cada relato tiene su aquél que
sienta la duda—). El estilo combina un argot callejero junto con nociones más
culteranas de la literatura, como fresco aliciente añadido, a la cuestión ya
resaltada sobre el empleo de clones para según qué propósitos.
MICHAEL MARSHALL SMITH relata las
vicisitudes de JACK RANDALL, expolicía corrupto y drogata, que vivía en una
gigantesca nave comercial, el MegaMall, que un día se aposentó en Richmond,
Estados Unidos, medrando allí. Nos presenta a sus compis de drogas, líos y
borracheras. Randall no cesa de cometer errores. Le coges tal tirria que no le deseas
nada bueno. Si cayera por el hueco de un ascensor matándose, aplaudirías. Tal fracasada
piltrafa no puede emprender la hazaña que exige la narración, punto.
Sí, sí. Al principio logra engancharnos
(los clones, las Granjas donde los descuartizan, la ciudad-nave, su fauna tribalpunk…) hasta que, girando ciento
ochenta grados, ¡mete al fracasado en una crepuscular dimensión paralela
boscosa donde te apiolan antes de y tres!, adonde antaño desarrollaron una
larga e inútil guerra sin motivo comprensible. No devastaba bastante leer sobre
los picos que el menda se mete y otras torpezas. Descompone del todo las
paredes de esta novela descubrir que matan brutalmente a su familia y, en vez
de rehabilitarse y ponerse en plan THE PUNISHER para vengarse por Nueva
Richmond, ¡se pira a la Granja de los clones donde casi la diña de sobredosis! Remata
tanto despropósito viajar a un plano paralelo para descubrir la faceta
espiritual/metafísica de Randall y agotar tu paciencia de lector definitivamente.
Otra más de su pluma. No correré riesgos. Ya he tenido bastante con esta |
Esta novela, por cuanto prometía su inicio
(los clones, su secuestro, la ciudad-nave, su rescate en un claustrofóbico entorno
mezcla de JUNGLA DE CRISTAL y DREDD), se desarregla página a página
por la ineficacia yonqui de un protagonista obsesionado con la redención, mas
cada vez que le tienden una mano para sacarle del pozo, la rechaza, o muerde, hundiéndose
en el albañal por hallarse más cómodo allí, flipándolo.
De sincero corazón lo digo: ni la mires. ¡Huye! Derroche doloroso de tiempo y dinero.