viernes, 15 de julio de 2022

LOS PRIMEROS HOMBRES EN LA LUNA — EXACERBADO COLONIALISMO

 

Portada. La novela refleja todos
los (ignorantes) supuestos sobre
nuestro espacio y sus planetas de
la época. Al contrario de JULES
VERNE, H. G. WELLS sí deja
dos aventureros en tierra selenita

Nuestra actualidad (marea confusa, cada día más procelosa, donde los principios cambian a velocidad peligrosa, adoptándose otros cuyo fondo es deleznable, forjados por insensatas e irracionales corrientes de pensamiento y/o políticas —inescrupulosa caza del voto—, hasta por modas urdidas en las redes sociales) tienen la nefasta costumbre ignorante de juzgar el pasado con conceptos actuales, eludiendo admitir que, en su momento, hubo personas que deplorasen, a su modo de pensarlo y expresarlo, estas “aberraciones” que tanto escandalizan a estos estúpidos “exquisitos” actuales.

H.G. WELLS fue uno. Aborda la cuestión (de nuevo) del Colonialismo Británico (¿o Brutánico?) en esta parábola donde también señala el oportunismo capitalista, cuando se desborda para convertirse en una avariciosa fiebre que viola todo principio, ético o moral. Todos queremos ser ricos, desde luego. Facilita las cosas un wevo. No pienso ser hipócrita negándolo. Quiero ser rico. Lo máximo posible. Mas no voy por el ancho mundo criticando a las Castas para luego comportarme como ellas. El cómo obtener el dinero (con una connotación delictiva) es lo que después despertaría mi conciencia.

El narrador de esta novela, BEDFORD, es un pancista hombre de negocios arruinado por mor de su mala suerte, o falta de instinto comercial. Desde esta premisa, Wells analiza el ansia de capital del Hombre. Comprende (él, como nadie) que la necesidad puede estimular hábitos de ambición que recalarían en lo delictivo como fruto de las carencias. Bedford está en ese extremo: vive de fiado, escapa de acreedores, piensa que un libreto que escribe solucionará sus problemas económicos.

Un relativamente maduro H. G.
Wells en pose de interesante
intelectual ponderativo

Empero cuando conoce al singular y extravagante CAVOR, forjador de una aleación que anula la gravedad y puede hacer el trabajo más liviano, al instante Bedford ve millones de libras en sus manos gracias al invento. Wells ahora critica la falta de razonamiento práctico del científico. El erudito, inmerso en su irreal nebulosa teórica, descubre algo, le halaga obtener el reconocimiento de sus pares, inscribir su nombre en la Historia, y a otra cosa. Los hombres prosaicos (Bedford), llenos de ambición, sin embargo ven riqueza$ ilimitada$ en las invenciones y derivados.

Wells exige a los científicos sean más terrígenos y menos espirituales, porque, en malas manos, sus progresos pueden convertirse en aterradoras armas de exterminio.

El cómico tono inicial que imprime al relato va opacándose según acumula los capítulos, transformándose en una dramática saga sobre cómo dos irresponsables ingleses, los que harían que las costumbres del mundo fueran británicas, se planten en la Luna (Bedford, pensando en sus increíbles riquezas inagotables; Cavor, para comprobar la eficacia de la cavorita antigratitoria) prácticamente en bata y zapatillas. Con un puñado de provisiones, en plan excursión, ¡aterrizan en el satélite, listos a gobernarlo si hiciese falta!

Pues, miren ustesdes, hay filme
sobre el libro. A saber qué
tropelías han cometido al adaptarlo

Wells cuestiona, no tanto al imperialismo, como la idiosincrasia inglesa. En LA GUERRA DE LOS MUNDOS dedica abundantes líneas a vituperar esa impresión de superioridad y seguridad de sus contemporáneos respecto a las demás razas (humanas o alienígenas) con las que comparten planeta, o Sistema Solar. Sin la menor preparación, ¡a imponerse van Bedford y Cavor a los selenitas! Mas no por ser Hijos de Dios, Elegidos para gobernar la Creación. Sino: por ser anglosajones. Superiores. El mismo hecho de plantarnos aquí, nos hace dueños de todo. ¿Qué otra nación puede tener súbditos de tal temple? Ninguna. Por tanto: interesa rendirse a estos insectoides-colmena (por su descripción, previo aviso sobre las duras clasificaciones comunistas de estratos sociales y laborales), entregarnos sus minas y yacimientos, que a cambio les civilizaremos a lo victoriano.

Los primeros hombres en la Luna acaba trágicamente. Semeja parábola-recreación de la Sublevación India de los Cipayos, pues los selenitas terminan entendiendo qué peligro puede representar Cavor, negándose por tanto a correrlo…