Portada. La novela refleja todos los (ignorantes) supuestos sobre nuestro espacio y sus planetas de la época. Al contrario de JULES VERNE, H. G. WELLS sí deja dos aventureros en tierra selenita |
Nuestra actualidad (marea confusa, cada día
más procelosa, donde los principios cambian a velocidad peligrosa, adoptándose
otros cuyo fondo es deleznable, forjados por insensatas e irracionales
corrientes de pensamiento y/o políticas —inescrupulosa caza del voto—, hasta por
modas urdidas en las redes sociales) tienen la nefasta costumbre ignorante de
juzgar el pasado con conceptos actuales, eludiendo admitir que, en su momento,
hubo personas que deplorasen, a su modo de pensarlo y expresarlo, estas
“aberraciones” que tanto escandalizan a estos estúpidos “exquisitos” actuales.
H.G. WELLS fue uno. Aborda la cuestión (de
nuevo) del Colonialismo
Británico (¿o Brutánico?) en esta parábola donde también señala el oportunismo
capitalista, cuando se desborda para convertirse en una avariciosa fiebre que viola
todo principio, ético o moral. Todos queremos ser ricos, desde luego. Facilita
las cosas un wevo. No pienso ser
hipócrita negándolo. Quiero ser rico. Lo máximo posible. Mas no voy por el
ancho mundo criticando a las Castas para luego comportarme como ellas. El cómo obtener el dinero
(con una connotación delictiva) es lo que después despertaría mi conciencia.
El narrador de esta novela, BEDFORD, es un pancista
hombre de negocios arruinado por mor de su mala suerte, o falta de instinto
comercial. Desde esta premisa, Wells analiza el ansia de capital del Hombre.
Comprende (él, como nadie) que la necesidad puede estimular hábitos de ambición
que recalarían en lo delictivo como fruto de las carencias. Bedford está en ese
extremo: vive de fiado, escapa de acreedores, piensa que un libreto que escribe
solucionará sus problemas económicos.
Un relativamente maduro H. G. Wells en pose de interesante intelectual ponderativo |
Empero cuando conoce al singular y extravagante CAVOR, forjador de una aleación que anula la gravedad y puede hacer el trabajo más liviano, al instante Bedford ve millones de libras en sus manos gracias al invento. Wells ahora critica la falta de razonamiento práctico del científico. El erudito, inmerso en su irreal nebulosa teórica, descubre algo, le halaga obtener el reconocimiento de sus pares, inscribir su nombre en la Historia, y a otra cosa. Los hombres prosaicos (Bedford), llenos de ambición, sin embargo ven riqueza$ ilimitada$ en las invenciones y derivados.
Wells exige a los científicos sean más
terrígenos y menos espirituales, porque, en malas manos, sus progresos pueden
convertirse en aterradoras armas de exterminio.
El cómico tono inicial que imprime al relato
va opacándose según acumula los capítulos, transformándose en una dramática
saga sobre cómo dos irresponsables ingleses, los que harían que las costumbres
del mundo fueran británicas, se planten en la Luna (Bedford, pensando en sus increíbles
riquezas inagotables; Cavor, para comprobar la eficacia de la cavorita
antigratitoria) prácticamente en bata y zapatillas. Con un puñado de
provisiones, en plan excursión, ¡aterrizan en el satélite, listos a gobernarlo
si hiciese falta!
Pues, miren ustesdes, hay filme sobre el libro. A saber qué tropelías han cometido al adaptarlo |
Wells cuestiona, no tanto al imperialismo,
como la idiosincrasia inglesa. En LA
GUERRA DE LOS MUNDOS
dedica abundantes líneas a vituperar esa impresión de superioridad y seguridad
de sus contemporáneos respecto a las demás razas (humanas o alienígenas) con
las que comparten planeta, o Sistema Solar. Sin la menor preparación, ¡a
imponerse van Bedford y Cavor a los selenitas! Mas no por ser Hijos de Dios,
Elegidos para gobernar la Creación. Sino: por ser anglosajones. Superiores. El mismo
hecho de plantarnos aquí, nos hace dueños de todo. ¿Qué otra nación puede tener
súbditos de tal temple? Ninguna. Por tanto: interesa rendirse a estos
insectoides-colmena (por su descripción, previo aviso sobre las duras
clasificaciones comunistas de estratos sociales y laborales), entregarnos sus minas
y yacimientos, que a cambio les civilizaremos a lo victoriano.
Los primeros hombres en la Luna acaba trágicamente. Semeja parábola-recreación de la Sublevación India de los Cipayos, pues los selenitas terminan entendiendo qué peligro puede representar Cavor, negándose por tanto a correrlo…