viernes, 17 de septiembre de 2010

UNO DE LOS NUESTROS

Por ejemplo: como lector novel (y con aspiraciones de creación literaria) de ciencia ficción, te dejas guiar evidentemente por los consejos que sugieren obtener una sólida base a base de clásicos: JULES VERNE por un tubo. Luego, desarrollados los bíceps del gusto literario, tanteas los otros monstruos (H.G. WELLS), recomendándote ante-y-sobre-todo a ISAAC ASIMOV, el gran dios predominante. Luego, con cierto regusto a cerebro positrónico, descubres a R.E. HOWARD, H.P. LOVECRAFT, E.R. BORROUGHS… y el fascista máximo: ROBERT HEINLEIN (“¡Peligro, WILL ROBINSON, peligro!”). Las cosas empiezan a torcerse a la izquierda. El mundo es mucho más amplio de lo que los expertos aseguran. Hay gente perniciosa con ideas viciosas allá al fondo: PHILIP JOSÉ FARMER. Pero te han asegurado que por esa parte no conviene tirar, porque fíjate lo sombrío que es todo.
Si eres audaz, tomarás ese camino, pese a lamentar los errores que se cometan después.
El peligro de estos consejos está, más que en que en el fondo son opiniones sometidas a querencias personales, en los nombres. En las ‘leyendas’. Como fue un autor que publicó en no sé dónde en 1933, POR FUERZA es bueno y hay que leerlo. Que sea pueril como los TELETUBBIES y amargo como el esparto, no cuenta. Hay que leerlo. Y punto. Y, ¡ay de ti, hereje!, como expreses desagrado o desencanto.
Víctima de esas corrientes de criterio, fui a dar con uno de “esos clásicos que no deben faltar”: EL LIBRO DE PTAHT, de A.E. VAN VOGT, relato desestructurado, pueril y sin carga dramática; ya quisiera el conjunto tener la fuerza de la portada. El libro de otro de los grandes maestros de la fantasía y la ciencia ficción. Zafiamente escrito, es de esos escritores que se la pone como el as de bastos a ciertos “opinantes”. (Pues si toda su literatura es como este tostón, va siendo hora de plantearse los criterios que siguen los ‘expertos’ para recomendarnos algunas cosas.)
Conforme a la sinopsis, vas a leer una epopeya épica repleta de fantasía, combates y rescates de princesas en peligro cada dos o tres párrafos. Acción pura y dura, adrenalina y sudores, síncopes y dolores de quijadas por odiar al malo y su vesania. Es evasión absoluta. Entrados en materia, ¡resulta que no pasa nada de nada! Es roña del año 1943, sad copy de los relatos de Howard o Lovecraft, presuntuosa y huera; no comprendes cómo, en alguna parte, pone febril a un buen puñado de lectores.
Venga, seamos audaces, veamos de qué va la cosa (cuidado con las zarzas que pinchan): el protagonista dice ser un dios todopoderoso y absolutamente invencible que viene a reclamar, después de un largo exilio mágico, lo que es suyo que para eso es suyo. Y ¡ay del que se atreva a negárselo!: lo hace un ocho y lo tira a la basura o lo fulmina con cualquiera de sus ilimitados poderes divinos.
Ya la idea de su restauración debería hacer temblar a todos los que han vivido a renta antigua y escote en sus reinos, pero… ¡no, qué va! Resulta que el dios éste está atrapado en el cuerpo de un pringao absolutamente lerdo que se limita a quedarse callado y arrumbado en un rincón, como la mesita de noche, y a verlas venir desde todas las direcciones, sin saber cómo actuar. Ptaht (nombre de presunta inspiración egipcia, ¿verdad?) asegurará que es todo-poderoso todo-el-tiempo, pero omnis-ciente como que no nos ha sa-lido. De vez en cuando, el ‘todopoderoso’ atrapado dentro del cerebro del pringao le lanza alguna idea, pero como el tío tiene menos capacidad de reacción que un átomo en lejía, acaba recibiendo hasta en el DNI.
Su rival es una diosa intrigante y “todopoderosa” (ese año -1943- debían estar de oferta los “todopoderosos” de ficción; el todopoderoso HITLER ya estaba de retiradas) cuyas estrategias tienen escasa brillantez. Realmente no sé qué meta persigue (porque el celebérrimo Van Vogt se ha olvidado contárnoslo), pero al menos es la que tiene la voz cantante en la novela. A veces, el pringao dice algo, pero, con él, se aplica la leyenda que inmortalizó MARK TWAIN: “Es mejor tener la boca cerrada y parecer estúpido que abrirla y disipar la duda”. El pringao cuenta con la ayuda de la que es su eterna y sufriente esposa (siempre hay una en este tipo de tramas), prisionera de la diosa intrigante (para eso es la mala, la que tiene ideas, redaños y el traje de látex ajustado), pero para el auxilio que le presta, el pringao como que no necesita lavativas.
Y toda esta candente historia sucede en el maravilloso mapamundi de un planeta Tierra de dentro de 200 millones de años (¡hala, échale!), habitado por 54 mil millones de humanos (¡más, más!) junto a una cantidad indeterminada (pero de subidos millones) de fieras extrañas y pseudomitológicas.
Pese a todos estos elementos, me da una tremenda pereza acabar el libro, lo confieso. Me faltan unas 100 páginas, pero es que la cosa no mejora. El pringao sigue incapaz de reaccionar, la diosa mala se pone histérica contando todos los entresijos de sus planes malévolos y la diosa buena está tan perdida como el pringao. Y, entre medio, 54 mil millones de humanos moviéndose de Norte a Sur, de Este a Oeste, con difusa meta.
Y esto, os recuerdo, “es” literatura de alcurnia, un gran clásico, de los indispensables. ¿Cómo serán los prescindibles?
Vuestro Scriptor.