martes, 26 de marzo de 2013

LOS DUELISTAS — TODA BUENA ACCIÓN RECIBE CASTIGO


Creo ésta preludio de LOS INMORTALES
Partiendo de un relato de JOSEPH CONRAD y guión de GERALD VAUGHAN-HUGHES, el británico RIDLEY SCOTT dirige una historia cuya trama es la corrosiva influencia que ejerce en otros una enfermiza conducta posesiva y despótica, que es la que domina, sin tregua, al oficial napoleónico GABRIEL FERAUD, interpretado por el sólido y polifacético HARVEY KEITEL.

La víctima de la compulsión desbocada, incontrolada, ofuscada, de Feraud es ARMAND D´HUBERT (KEITH CARRADINE), camarada de Compañía, que, obedeciendo una orden del general al mando de ambos, transmite a Feraud un recado, que éste toma por ofensa de Nivel MAX para su honor, campo tan extenso que es imposible no hacerlo.
Una orden iniciará una cadena de violencia buscada adrede

Feraud es un bravo y enardecido guerrero con pasión por derramar sangre en duelos; le basta la más mínima-nimia sombra de provocación para entablarlo. Necesita cobrar así víctimas. Sólo entonces aplaca su enfermiza compulsión lo bastante, hasta que reverdece y exige otro sacrificio.

D´Hubert lo brinda. De camino al cuartel, Feraud da mil y una brumosas explicaciones que pretenden justificarle; autojustificarse, en realidad. D´Hubert las escucha aunque relativizándolas (pues no pretende querella, ni la desea; su vida ya la pueblan preocupaciones más graves, y Feraud no merece la pena), y una de sus réplicas sirve al otro para trocarse su encarnizado enemigo. Era el pretexto que Feraud quería para saciar la alimaña de su obsesión y aniquilar a un arrogante, pretencioso y delicado pisaverde como parece ser D´Hubert.

El ofuscado FERAUD practicando su deporte favorito
Comparados, D´Hubert es un caballero de apariencia cortés y sofisticada, educado, al que el recargado uniforme le vale para ampliar sus excelentes cualidades, tanto físicas como morales (de las que da repetidas muestras pese al riguroso ensañamiento que ejerce Feraud sobre él); su rival, corpulento y agresivo, no viste ni pinta tan bien. De inmediato Feraud, soldado prendido del sentido de la meritocracia auspiciada por NAPOLEÓN, ve en el refinado y reflexivo D´Hubert un maniquí fatuo e inútil, vástago de la aristocracia que guillotinó la Revolución Francesa. No tolerará que semejante farsante, espectro de la perfumada pereza nobiliaria, medre aprovechándose de los gloriosos pabellones del emperador.

D´HUBERT ya queda obligado a contender con Feraud
Su primer duelo termina en tablas. Se vertió la suficiente sangre (unas gotas) como para zanjar honorablemente la cuestión. Así lo estima D´Hubert. Mas no Feraud, que inicia una desbocada campaña de hostigamiento contra el atildado y respetado D´Hubert. (Esto último es lo que más enajena a Feraud.)

D´Hubert descubre tarde a qué muela lo ha atado Feraud con sus ímpetus de quedar indiscutiblemente campeón sobre toda cuestión planteada. Tenga o no razón. Lo peor reside en que Feraud se rodea de “testigos”, camaradas suyos, que apoyan su delirante conducta contra D´Hubert, empeñado en prosperar y cumplir su tarea sin tacha, ¡que no es poco!

LAURA, amante de D´Hubert, víctima también de Feraud
La obsesión de Feraud se desorbita tanto que obliga a uno de sus testigos a cuestionar la ‘legitimidad’ del asunto. D´Hubert procedió con limpieza. Insistir, advierte a Feraud, ya desbordaría la cuestión del honor mancillado. Sería inquina malvada e inexcusable.

Feraud se escuda en el habitual capítulo de pretendidas ofensas y dejando entrever al camarada que, de persistir en su postura, luego podría ir él. Así Scott completa el retorcido retrato del alma de Feraud.

Los lances se suceden a lo largo de años, sin mesura alguna
Scott, con un metraje elegante, una fotografía meticulosa, cuidada, que acentúa el ambiente de época, expone la melancolía que termina apoderándose de D´Hubert (quien, merced a su competencia, prospera en el escalafón militar; Feraud también, mas con retraso), maculando de pesimismo su vida y relaciones, tanto amistosas como sentimentales, como evidencia la ruptura con LAURA (DIANA QUICK).

Desde el plano que ella enfoca, Scott revela la agresiva toxicidad del empeño salvaje y desmedido de Feraud, emponzoñando sin piedad cuanto rodea a D´Hubert, hombre de espíritu tranquilo pero que va tornándose depresivo víctima de la presión de la inhumana mezquindad de Feraud, que no vive sino para maquinar nuevas maldades para destruir a D´Hubert (siempre pretextando argumentos apoyados en su aberrante y absurda filosofía, afilada para provocar enfrentamientos).

La helada campaña rusa también es marco para el largo duelo
Scott pide que reflexionemos sobre la figura de Feraud; la de D´Hubert quedó pronto bien definida, mostrándolo generoso y cariñoso, aunque con dolor va tomando posturas contrarias a su ser natural víctima del empuje de Feraud, situación que D´Hubert, pese a todo, pretende llevar con templanza. Para D´Hubert, se repite, la cuestión quedó zanjada en el primer lance. Mas así no lo piensa Feraud, cuya presión se incrementa desquiciado por la determinación del otro de mantenerse sereno. (Pero toda paciencia tiene un límite y ciertas cosas no pueden admitirse.)

Una despreciada muestra de paz de D´Hubert a Feraud
Scott (y gracias a la vívida interpretación de Keitel) dibuja a un Feraud posesivo y engreído incapaz de vivir si no es tendiendo un palio de autoritario control sobre los demás; es un espíritu pobre, hambriento, dañino, cuya frágil infraestima recaba constante atención, exige carretadas de elogios, celoso de los logros ajenos que estima, descentrado, afrenta inexistente contra su persona, y base para el enésimo duelo.

D´Hubert prospera; Feraud, se hunde en su delirio salvaje
D´Hubert pasa al contraataque cuando comprende que, si sigue manteniendo una postura comedida, Feraud la entenderá cobardía y se explayará en sus iniquidades dándoles salida sin tasa. Imposible consentirlo, porque gobernaría su vida de forma intolerable, imponiéndole qué o no hacer incluso, bajo qué condiciones todavía. El delirio de Feraud ya toma por ultraje supremo que D´Hubert se defienda de su matonesca conducta dictatorial…

Esto resta al bravo Feraud: una vida que no supo degustar
D´Hubert gana el último de los duelos que Feraud, a lo largo de los años, ha ido imponiéndole. Y le deja vivo. Feraud, tras esto, quizás por primera vez en su existencia atisba qué fue, qué hizo, de ella. El filme se desarrolla aquí en un bucólico bosque que, desierto, parece plasmar el vacío de cualidades del ánima de Feraud, vasta pero poblada de obstáculos retorcidos, en un entorno otoñal que amplifica la sensación de frío general. Feraud corona un altozano y vislumbra un hermoso valle fluvial. Scott le dice, así, cuántas bellezas no ha sabido gozar, ensoberbecido por su obsesión duelista y la enloquecida necesidad de dominar a los demás.

Tal vez Feraud comprenda cuánto ha perdido actuando así. Y, desenmascarado por D´Hubert, qué poco control puede ya ejercer sobre otros. Pero ya es tarde, teme, para redimirse. Aun para sentir arrepentimiento…

Vuestro Scriptor.