Creo ésta preludio de LOS INMORTALES |
La víctima de la compulsión desbocada,
incontrolada, ofuscada, de Feraud es ARMAND D´HUBERT (KEITH CARRADINE),
camarada de Compañía, que, obedeciendo una orden del general al mando de ambos,
transmite a Feraud un recado, que éste toma por ofensa de Nivel MAX para su
honor, campo tan extenso que es imposible no hacerlo.
Una orden iniciará una cadena de violencia buscada adrede |
Feraud es un bravo y enardecido guerrero con pasión por derramar sangre en duelos; le basta la más mínima-nimia sombra de provocación para entablarlo. Necesita cobrar así víctimas. Sólo entonces aplaca su enfermiza compulsión lo bastante, hasta que reverdece y exige otro sacrificio.
D´Hubert lo brinda. De camino al cuartel,
Feraud da mil y una brumosas explicaciones que pretenden justificarle;
autojustificarse, en realidad. D´Hubert las escucha aunque relativizándolas
(pues no pretende querella, ni la desea; su vida ya la pueblan preocupaciones
más graves, y Feraud no merece la pena), y una de sus réplicas sirve al otro
para trocarse su encarnizado enemigo. Era el pretexto que Feraud quería para
saciar la alimaña de su obsesión y aniquilar a un arrogante, pretencioso y
delicado pisaverde como parece ser D´Hubert.
El ofuscado FERAUD practicando su deporte favorito |
D´HUBERT ya queda obligado a contender con Feraud |
D´Hubert descubre tarde a qué muela lo ha
atado Feraud con sus ímpetus de quedar indiscutiblemente campeón sobre toda
cuestión planteada. Tenga o no razón. Lo peor reside en que Feraud se rodea de
“testigos”, camaradas suyos, que apoyan su delirante conducta contra D´Hubert,
empeñado en prosperar y cumplir su tarea sin tacha, ¡que no es poco!
LAURA, amante de D´Hubert, víctima también de Feraud |
Feraud se escuda en el habitual capítulo
de pretendidas ofensas y dejando entrever al camarada que, de persistir en su
postura, luego podría ir él. Así Scott completa el retorcido retrato del alma
de Feraud.
Los lances se suceden a lo largo de años, sin mesura alguna |
Scott, con un metraje elegante, una
fotografía meticulosa, cuidada, que acentúa el ambiente de época, expone la
melancolía que termina apoderándose de D´Hubert (quien, merced a su
competencia, prospera en el escalafón militar; Feraud también, mas con
retraso), maculando de pesimismo su vida y relaciones, tanto amistosas como
sentimentales, como evidencia la ruptura con LAURA (DIANA QUICK).
Desde el plano que ella enfoca, Scott revela
la agresiva toxicidad del empeño salvaje y desmedido de Feraud, emponzoñando
sin piedad cuanto rodea a D´Hubert, hombre de espíritu tranquilo pero que va
tornándose depresivo víctima de la presión de la inhumana mezquindad de Feraud,
que no vive sino para maquinar nuevas maldades para destruir a D´Hubert (siempre
pretextando argumentos apoyados en su aberrante y absurda filosofía, afilada para
provocar enfrentamientos).
La helada campaña rusa también es marco para el largo duelo |
Una despreciada muestra de paz de D´Hubert a Feraud |
Scott (y gracias a la vívida
interpretación de Keitel) dibuja a un Feraud posesivo y engreído incapaz de
vivir si no es tendiendo un palio de autoritario control sobre los demás; es un
espíritu pobre, hambriento, dañino, cuya frágil infraestima recaba constante
atención, exige carretadas de elogios, celoso de los logros ajenos que estima,
descentrado, afrenta inexistente contra su persona, y base para el enésimo
duelo.
D´Hubert prospera; Feraud, se hunde en su delirio salvaje |
Esto resta al bravo Feraud: una vida que no supo degustar |
D´Hubert gana el último de los duelos que
Feraud, a lo largo de los años, ha ido imponiéndole. Y le deja vivo. Feraud, tras
esto, quizás por primera vez en su existencia atisba qué fue, qué hizo, de ella.
El filme se desarrolla aquí en un bucólico bosque que, desierto, parece plasmar
el vacío de cualidades del ánima de Feraud, vasta pero poblada de obstáculos
retorcidos, en un entorno otoñal que amplifica la sensación de frío general.
Feraud corona un altozano y vislumbra un hermoso valle fluvial. Scott le dice,
así, cuántas bellezas no ha sabido gozar, ensoberbecido por su obsesión
duelista y la enloquecida necesidad de dominar a los demás.
Tal vez Feraud comprenda cuánto ha
perdido actuando así. Y, desenmascarado por D´Hubert, qué poco control puede ya
ejercer sobre otros. Pero ya es tarde, teme, para redimirse. Aun para sentir
arrepentimiento…
Vuestro Scriptor.
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