Portada. Novela que critica, además de los excesos del femirulismo, la ruptura de las naciones y la manipulación de la Historia al antojo de los mandamases |
Desde las antípodas JOHN BROSNAN escribe/desarrolla
la primera entrega (de tres) de una fantasía postapoqueclíptica del siglo XXVI,
puede que incluso el XXVIII. Hay un momento en que las fechas se confunden,
debido a una acumulación de acontecimientos ‘históricos’, sembrándote la duda. La
Tierra sufre un avanzado Cambio Cli que merma los recursos agrícolas. Obliga a
los granjeros a replegarse a ciudades precarias que tienen sesgo medievalista. Minerva,
la urbe natal de nuestra protagonista, una amazona que aún arrastra flecos de
la adolescencia, incapaz de destacar en algo encima, es un feudo feminista
donde los hombres son del prototipo exigido por Gillete y viven contentos, como dopados, siendo poco más que
objetos de relativa utilidad (sexual), ajenos a los crecientes peligros que van
alineándose ante los muros de Minerva.
Donde aún padecen/recuerdan qué efectos
tuvieron las fatídicas Guerras Genéticas, sucedidas siglos atrás. Sus secuelas pueblan
los páramos de esta Tierra en desertificación progresiva. Plagas micóticas,
animales andante-parlantes, reptiles y plantas mutadas, brindan notables dosis
de colorida violencia a este, en principio, monocromo panorama.
JOHN BROSNAN, finado en 2005. Parece contento de, al menos, dejarnos este simpático legado literario |
Para más inri, las minervanas (que llevan centurias
alimentando una religión retrógrada donde la primacía femenina es innegable;
siempre lo fue, como ordenó DIOS MADRE) están obligadas a tributar a uno de los
Señores del Cielo, la inmensa nave del
misterioso LORD PANGLOTH, señor feudal que, para magnificar su poder, consigue explotar
los ‘misticismos’ supersticiosos de sus siervos en tierra (a quienes desprecia
sobre todo).
Este proemio concluye abruptamente cuando
las minervanas, acosadas por el hambre (la fértil tierra se agosta), deciden derribar
la gigantesca nave y concluir su servidumbre, a cada estación más onerosa. Mas
el fracaso pone a prueba a Jan, sin particulares talentos, bélicos, de ingenio,
de carácter. Un puñado de espinosas aventuras y trato con singulares sujetos
(como el inefable MILO HAZE) la sitúan en una posición que jamás soñó podría
alcanzar, temiendo las sombras de aguzado perfil que punzan sus esperanzas.
La aventurera novela adolece de dos
defectos; uno es inevitable. Afecta a toda la literatura pre-celulares, la “universalización”
de las computadoras personales e internet. Pese a su inventiva, todo el
tinglado de las Guerras Genéticas, las biomodificaciones de los sujetos
pudientes, el aparato… hum… cyberpunk
de los Señores del Cielo (hay varios; se repartieron el planeta, aprovechando
su agresiva imponencia HITECH), lo que relata Brosnan suena anticuado. Las
ciencias avanzan que es una barbaridad, y algún día aun WILLIAM GIBSON parecerá
EDGAR RICE BORROUGHS. La ciencia ficción no puede competir con la HITECH
actual, por muy inspiradora que de ésta sea.
Luego viene ésta. Los elementos están ya situados; lo que queda es tralla ya, y algún pasaje que otro romántico o dedicado al suspense |
La segunda es que el correcto estilo
literario del australiano le impide ser brillante. Bien maneja el vocabulario (reconforta
volver a leer palabras otrora acentuadas, como “rió”, “guión”, “frió”) y urde sugerentes
párrafos. De hecho, es hábil creando en algunos episodios buenas dosis de
suspense (del de “sigamos leyendo, ¡está interesante!”). Es muy del
“continuará”. Empero… está esa… monotonía
en su redacción, que… Es lo que tiene el academicismo: supura impersonalidad. Esterilidad.
No es DAVID MORREL en PRIMERA SANGRE,
o JACK HIGGINS. (No digo ya LESTER DENT, de quien “toma”, me arriesgo, el decisivo
párrafo corto, o JAMES ELLROY —¡aclamad al escritor!—.)
Y este detalle: pese al claro aire
femirulista de la obra, creo que Brosnan ridiculiza a las feministas. Termina
pintándolas como avinagradas tecnófobas ignaras que, ante la disyuntiva de aceptar
que los machos creamos algo espectacular en el Remoto Pasado, o negarlo,
aceptan lo último. Por embriaguez de arrogancia que perjudica, y mucho, a la joven/pequeña
Jan, antaño modificada genéticamente, como sus compatriotas, para disfrutar
ciertas ‘superioridades’ físicas (como la ausencia de vejez o supersanación).
Veremos cómo concluye esta trilogía.
Promete, por lo leído hasta ahora. Sí. Ajá.