Esto, como SHERLOCK HOLMES, es puro pulp. Un héroe invencible/infatigable, guapas partenaires, un malo sádico, triunfo del bien contra el mal. Carnaza para el cine y el esparcimiento popular |
La sexta novela que IAN FLEMING dedicó a su personaje estrella, el invencible espía del MI 5, difiere considerablemente de la imagen que el recién fallecido SEAN CONNERY popularizó en la gran pantalla, a exigencias del guión, esto es.
Sabes de Bond, James Bond, a través del
cine, a menos de seas de esas inteligencias privilegiadas que conoce los
entresijos de la literatura y tengas el dinero y oportunidad de adquirir esos
libros sobre los que has adquirido previos conocimientos. La inmensa mayoría
debe acceder a estos mitos, insisto, mediante una versión filmada.
El lector que bucee en las jamaicanas aguas
del relato notará, al punto, las diferencias entre libro-película; faltan las cosas
que, por otra parte, son esperadas/tópicas del espía bon vivant con licencia para matar o torturar sin remordimientos (que
afloran, empero. Sufre punzadas de culpabilidad que ahoga con vodka. Toma el
Martini agitado-no removido ante el público que debe hechizar con su seductora chulería
de invencible. En privado vacía botellas del licor ruso a pares.)
Un clásico del agente británico son los gadgets, las mierdas que Q le
proporciona: el láser microminiaturizado en el reloj, el zapatófono con IA
incorporada, la cuerda fina como un cabello que puede arrastrar un tren, el
auricular disimulado que capta transmisiones marcianas, el cochazo antibalas tuneado
con cohetes de uranio empobrecido... Esos chismes. Es ritual el momento en que
M, ese siniestro funcionario que hace que el mundo sea peor, junto a
sus colegas de profesión de cualquier bando, envía a Bond, James Bond, al
taller de Q a que le dé la estilográfica que, aparte de firmar autógrafos sola,
es soplete que echa ácido a la amenaza de turno.
IAN FLEMING, ex oficial de Inteligencia durante la Segunda Guerra Mundial, tenía bases para dar credibilidad a BOND, JAMES BOND. Como otros tantos, inmortal por su personaje de ficción |
Todo esto, como la CIA, ausente en Dr. No. La relación con M es, a un
tiempo, paternalista/de ODIO, y Bond, James Bond, luce discreto lo que llenaba
salas de cine, hoy considerado pernicioso machismo. Es atractivo hombre
competente, masculino, que teme, sufre, suda, sangra, duda. Bebe cuando puede,
aunque su sentido de la lealtad, el compromiso, la causa y la bandera, hacen
que se modere…, al menos hasta que el malo perezca… a sus manos. Ejemplifica
que el bien siempre triunfa, y en solitario.
Otro (esto sí viene) Factor Bond es el erotismo, su prodigiosa capacidad para conquistar
a la bella de la novela. Aquí, la independiente aventurera HONEYCHILL RYDER,
que busca conchas raras codiciadas en Nueva York en la isla que el Dr. No ha
conquistado con mañas más/menos bruscas para hacer de las suyas; léase: mercenario
de los soviéticos, estrella cohetes militares estadounidenses mediante
radiotransmisiones. Son los años de la Guerra Fría (que sigue, por lo sabido la
semana final de Octubre sobre los diez mil soldados rusos que pensaban mandar a
los insurgentes nazionalistas para respaldar su golpe de Estado) y vale cualquier
ventaja sobre el ODIADO enemigo.
Más Factor
B son los modos extravagantes como quieren liquidarle. Dado el sesgo pulp, mas en faceta policíaca, que
tienen estas páginas, esperaba duelo con algún colosal matón, como el tal
TIBURÓN. Pues, a modo, Fleming no traiciona lo que exageran los del cine. En
este caso, sobre lo que es el propio Dr. No (ladrón asiáticomestizo manco
modificado por dolorosas cirugías para hacerle parecer no sé qué absurda amenaza),
aparece ¡un calamar gigante!, que casi destroza a Bond, tras sobrevivir al
diabólico dédalo donde No esperaba eliminarlo. Eso, aunque suene algo excesivo,
novelesco, tenía coherencia intrínseca. Lo del calamar gigante… ¡vaya desbarre!
Ante concepciones literarias elevadas (pongamos, JANE AUSTEN) que atiendan a gustos sibaritas del refinado público/crítico, están estos libros, despreciados por su contenido popular, no populista. Y son, apreciada su influyente alcance, la auténtica columna vertebral de la literatura, el cine, el ocio. Propongo pues promover un serio movimiento cultural que los defienda frente a esos sectores elitistas que, en el fondo, son ignaros. Tan sólo pretenden presumir de cultureta ante aturdidos espectadores no más informados, o veleidosos.