Portada foránea. Aviones extraños, buques fantasma, fortalezas remotas, lobbys de enmascarados, acción... Todos los elementos del buen pulp. Lo malo es que no entretiene tanto |
Al contraste con las aventuras broncíneas
de DOC SAVAGE relatadas con magnífico brío por LESTER DENT, quien dejó cátedra
sobre cómo redactar eficientemente una historia, o las pretensiones
histórico-estilísticas de ROBERT E. HOWARD sobre Remotos Pasados de salteadores
bárbaros embellecidos luego por un decadente esplendor impregnado de
brujería, esta novela específica de Bill
Barnes debe considerarse como un frío aunque prolijo informe policíaco que
presentar, más que a un público ávido (o aun necesitado) de esparcimiento aventurero,
a un comité de expertos gubernamentales.
Puede darse el factor de que este libro
concreto (único que he leído) fuese manufacturado así. Aunque no creo. Las
comparaciones que hago con Dent y Howard no son baladíes, pues su prosa no sólo
atrapa; contienen elementos narrativos que fuerzan a encariñarse con sus
personajes, siguiendo sus lances con toda la fidelidad que la economía permita.
Sin embargo, es personaje refractario Bill Barnes, otro aventurero de las
tres mil millas, dotado de facultades intelectuales, más que físicas (comparado
con Doc, o CONAN), sublime ingeniero aeronáutico con el riñón bien cubierto, pues,
de lo contrario, de su aeródromo no sale más que para abonar huertos. No
empatizas con él y menos con su camada de camaradas. Una banda de tíos
expertos, leales y feroces en la batalla que, empero en este El Fantasma
de la Niebla, cuanto hacen es languidecer en gélidos puertos canadienses y
luego groenlandeses, aguardando que Barnes les requiera a la ¡acción!
Sucede después que Barnes debe sacarles del apuro en que se meten, de modo un tanto alocado, mas inevitable. La cosa es que Barnes destaque. Y llega un momento en que anotas que es por cojones, no porque la historia devenga de tal modo que le haga héroe. Tal el caso, que cargue con todo el protagonismo él, en plan INDY JONES, no le busquen auxiliares de relativa (in)utilidad. Pues, luego, estos mendas tampoco tienen tal textura que simpatices con ellos. No son ni RENNY, ni MONK, ni LONG TOM, por citar algunos. No digo ya BÊLIT. Barnes, al parecer, necesitaba una escudería de mecánicos y aviadores de cierto talento aunque situados en reserva, sin estorbar, haciendo considerable bulto, eso sí, por si los rufianes a los que debe combatir le creen poca cosa. Fijaos qué banda me respalda, capullos.
La trama de este pulp es un tanto disparatada, confusa. Aunque eso de la sociedad
secreta de enmascarados que intentan dominar las cotizaciones globales, del oro
en este caso, tiene enjundia. Es como una primitiva advertencia sobre cómo los lobbys de la actualidad manipulan la
macroeconomía mundial, deprimiendo o resaltando según qué mercados.
Y cómo “GEORGE L. EATON” (o MALCOM
WHEELER-NICHOLSON, que escribió bajo pseudónimo las primeras seis entregas)
presenta los hechos remacha la impresión de que las aventuras de Barnes son más
crónica periodística que un circense espectáculo literario con dosis de
misterio sobrenatural destinado a un público ahogado en la Gran Depresión y el
gansterismo de DILLINGER y adláteres para conseguir una sana evasión.
Desde luego, dignísima adaptación pero no sólo de Barnes, sino de todo ese mundo de aventuras fantásticas que hoy día siguen dando éxitos. No como la mierda del gótico |
Lo leído no entusiasma. Barnes, fiera de la
aeronáutica, tiene distintos aviones de caza sumergibles/autogiro, además de
ser ingenioso maestro del disfraz, de gran coraje. Aun así, la presencia de lobbys y ambiciosos ladrones
francocanadienses (advertencia: aquí todos Dios tiene avión, y no cualquiera; ¡es
increíble esto suceda, en esta época de depresión económica!) producen una
confusión de objetivos y personajes. Quedan flecos sueltos que Eaton explica casi
al albur, preguntándote sobre las reales intenciones de NADINA NARONSKY, que,
de víctima, pasa a ser ¿verdugo? ¿Igual pasa con su padre?
Bill Barnes es, no obstante, otro de esos iconos que tuvieron relumbrón e importancia en la factoría de la ficción “barata”. Su émulo filmado, SKY CAPTAIN, recogió con más éxito y fidelidad el aire de fantasía aventurera infatigable que Bill Barnes.