viernes, 29 de enero de 2021

NAVES MISTERIOSAS — UN HOMBRE Y SU BOSQUE

 

Afiche foráneo con el título real
de la cinta. Las inquietudes por la
Naturaleza, moda esnob de la
actualidad, pese a todo, me temo,
ya tenía antecedentes como éste

Se estrena la pesimista Década 70 en el cine con este filme ecologista de DOUGLAS TRUMBULL, protagonizado por BRUCE DERN como un naturalista que no anda muy fino, y que no duda en asesinar con tal de salvar su bosque.

Contexto: en algún momento de este siglo (cosa que veo cuestionable; empero durante los 70, aun antes, todos iríamos por estas fechas de vacaciones a los Mundos Exteriores; aceptemos la licencia, pues) la Tierra es un horno a 36º C y los bosques, al menos, los norteamericanos, han sido en alguna medida encapsulados en domos, empotrados en naves espaciales y puestos en órbita alrededor de Saturno. Es medida protectora de un bien incalculable, tomada con la esperanza de que la sensatez vuelva al colectivo y se replanten en el planeta esas muestras vegetales y animales en peligro de extinción.

Sin embargo, abortan la misión, ordenan a los astronautas de las distintas naves que vuelen los domos y regresen a casa. FREEMAN LOWELL, quien con mayor tenacidad abogó por este programa y la reforestación terrana, enloquece, mata a sus compañeros (tipos desdeñosos con la horticultura, rasgo al parecer común de la ‘futura’ Humanidad, alimentada con productos sintéticos, víctima de una especie de abulia por el porvenir, ya que han logrado una suerte de prosperidad general, cosa suficiente para todos) e inicia su peculiar fuga, situándose al otro lado del planeta anillado.

No es OBI-WAN KENNOBI, sino FREEMAN
LOWELL aleccionando, eso sí, a sus robóticos
padawans horticultores

Todo bien hasta aquí; Lowell se ha esforzado bastante por aleccionarnos, desde un libreto de aquél pasado “remoto” de la contaminación a toda marcha, el petroterrorismo (LISA SIMPSON dixit) en plena forma y la energía atómica tenida como la panacea de nuestras necesidades futuras, en que los bosques y su vida suponen un bien inapreciable, por el cual debemos luchar de firme forma. Al matar a sus compañeros, por esta causa, Lowell se convierte en el primer ecoterrorista de la Historia (al menos, del cine), lo cual es dato interesante a valorar.

Problema: desde ahí, Naves Misteriosas se hace monótona. Amenaza el deseo, bien intencionado, de inculcar al público la idea de que podemos perder algo irrecuperable que merece/debe ser conservado. Pues el siguiente dibujo es CUANDO EL DESTINO NOS ALCANCE, sustentándonos de Soylent Green y encerrados en ciudades masificadas malviviendo de despojos de épocas pasadas, vendidos como lujos.

Al resto del comando de su nave se la trae floja
todo eso de la ecología y los bosques. Un
martirio adicional para el concienciado Lowell

Se hace un poco tediosa; calculas que quizás le sobren diez minutos, los que pasa Lowell haciendo el loco reprogramando a los prototipos de R2 D2 para que jueguen al póker con él, o corriendo, roído por remordimientos, por la Valley Forge despoblada de más vida humana. Recobra vigor cuando la patrulla de rescate se aproxima a recuperar a Lowell y éste toma la última y drástica decisión de su vida.

Naves Misteriosas muestra un cambio en la opinión del populux sobre concretos temas que, hasta poco antes, ni merecían su más mínima-nimia atención. Quizás se debiera a la universalización, o democratización, del conocimiento. Más personas accedían a la cultura, a las aulas, a un maremágnum de conceptos e ideas que cuestionaban estructuras inmovilistas. A lobbys de poder que ahora cambian de signo. 

Me parece extravagante llevarse a la órbita de
Saturno la flota arborícola. ¿Tan mal estaban las
cosas por, por ejemplo, Marte?

No estaba lejos el tiempo en que Dios disponía y, por tanto, a joderse, y había caciques, o fuerzas legislativas, que perpetuaban formas de ser/pensar caducas, arterioesclerotizadas, que aceptaban arrasar el planeta en nombre de un patriotismo mal entendido, aún peor enseñado (esos siguen). La idea de que nuestro mundo podía desbrozarse, nosotros con él, germina en esta cinta y poliniza a otras…, aunque la hecatombe postnuclear suela ser la base del apoqueclipse.

Posible moraleja de la película del hombre que mata por su bosque: somos simbióticos con el entorno; quebrado uno, roto el otro. La noción parece estar calando como debe, mas corre el peligro de ser maleada por oportunistas extremistas que benefician a lobbys ecologistas… no tan silenciosos.