Una de las tantísimas portadas de una novela que examina la carnalidad, el ocio, los rigores morales y las hipocresías que pueden envolverlos, para mal |
La amena obra de GONZALO TORRENTE BALLESTER
podría definirse como “novela histórica para flojos” de no comprenderse su satírica estructura, digna del teatro:
dos hablan (mucho) en un despacho. Sin embargo, la historia toma esa dirección
porque lo a dilucidar debía aclararse en despachos. Hasta contiene vago sesgo
fantástico, con la aparición del DIABLO en un segmento del relato.
Situémonos: estamos en la Corte de FELIPE IV, o sea, cuando ALATRISTE. Aunque no citen al monarca explícitamente, refieren dos
sucesos importantes de su reinado: la crítica llegada del oro de las Américas,
y la victoria del Sitio de Breda. Esto permite garantizar se trata del Cuarto
Felipe. En la obra, Su Majestad ha estado de daifas esa noche, obteniendo carnal
desahogo, y ahora toca volver a un palacio real que es su dorada prisión. La
noticia del esparcimiento incendia Madrid de comentarios y chismorreos.
Garlando con su decrépito y anciano
confesor, quien estorba, y mucho, a las implacables y vehementes mentes inquisitoriales
que acosan al monarca en lo referente a la pax de su alma y estricta moral (llegando
a cohibirlo con intensos miedos al Infierno y demás disparates), por ser
mundano hombre tolerante, comprensivo con las regias flaquezas de la carne, el
Rey le dice: “No me dejan los que mandan”, y este “no me dejan” era ver a la
Reina en traje de nacer, deseo del monarca que nos parece de lo más natural.
GONZALO TORRENTE BALLESTER con esa imagen depresiva de la Generación del 98 que parece no podemos sacudirnos |
Mas lo importante está en ese “no me dejan”. El (insensato) republicanismo siempre está con que la Casa Real es tiránico monstruo que hace y deshace a su antojo, en plan ENRIQUE VIII. Su voluntad y deseos por encima de las necesidades del país o la salud del Estado. Nuestro orden Constitucional (ese que quieren cargarse para imponer no sé qué aterrador despropósito republicano), las funciones del Rey están muy medidas y poco creo que, aparte de caprichos más/menos censurables, pueda influir en la política nacional. Para desgraciarla está ya la actual caterva despreciable de políticos (enterados, vividores, apalancados-subvencionados) que para nuestro mal nos “gobierna”.
Esto desmonta por completo la perversión de
que el Rey organiza todo asunto de Estado. Informado debe estar. ¿Influye, o
sea, ordeno y mando? Lo dudo muy mucho.
Torrente Ballester escribe lo que podríamos
considerar, incluso, un pequeño EL NOMBRE
DE LA ROSA, porque hace mordaz crítica a la subyugación de la razón y el individuo
a la Iglesia, su Credo, la Voluntad Implacable del Altísimo. Temen que, al ir de
putas el Rey, el intolerante Pancreator castigará al país con diversos
desastres, pues ha pecado (que para eso Dios es padrino del monarca, por Él
designado). Corre el inquisidor como loco al despacho del VALIDO (el
CONDE-DUQUE DE OLIVARES) y al Tribunal del Santo Oficio, como por las calles de
la Villa, intentando montar mini-autos de fe para aplacar al Creador y alejar
Su inexorable punición.
Lienzo de FELIPE IV, rey quizás incomprendido, minusvalorado y tomado a broma cuando se tratara de personaje opuesto a su leyenda negra. Y protagonista de la novela |
Como el Diablo dice a su interlocutor
monacal: a Dios no le importan esas mierdas. Vigila cuestiones más graves, de
índole espiritual (la hipocresía, por ejemplo). Mas “los que mandan”, extorsionados
por la supersticiosa presión de la otra gran lacra fanática que ha sufrido
España (junto al comunismo: una Iglesia autoritaria), encuentran inexcusable el
deseo del rey, víctima de una restrictiva política matrimonial basada en que el
coito es mecanismo para la procreación, nunca el gozo, y el sexo no puede ser mero
solaz, incluso entre esposos. Sino obligación con el “creced y multiplicaos”.
Esto aflige al Valido, que piensa que su deseo de holgar con su señora sin preocupación otra que satisfacer sus mutuas ansias lo castiga Dios con la esterilidad. Así perturba la religión nuestra conducta. Es esta novela, por tanto, repaso a las gazmoñas costumbres sobre las relaciones adultas en el siglo XVII, divididas entre lo que el cochino vulgo podía hacer, y qué no sus excelsas Señorías.