Afiche. Y la Mujer le dio a elegir: ¡ED: rotoscopio, o angora! Y el peculiar cineasta hizo la elección menos atontada y presuntuosa de las dos |
TIM BURTON impregna el biopic del inefable cineasta con
considerables dosis de humor e ironía mientras potencia la interpretación de
JOHNNY DEEP (actor vapuleado sin misericordia por el inexpresable femirulismo,
fascismo rampante que conviene empezar a descabezar) rodándola en bianco y negro. Propiamente, en una
poderosa escala de grises que matizan o acentúan los dramáticos momentos que la
historia va situando en nuestro camino. Es posible que ese aparente capricho
artístico persiga un concreto objeto psicológico: la vida en realidad es en biancos y negros, matices netos. El gris
Grey está bien para presentar pretextos sobre ciertos asuntos cuando no
queremos aceptar la inexorabilidad de los hechos. Imposible escurrir el bulto
alegando franjas de tonalidades. Esto es bueno. Esto es malo. Inexcusable.
Burton quiere advertir que la
vida de Ed Wood puede intentar entenderse en una difusa escala de grises como presenta
la película, empero el tío, en el fondo, debes aceptarlo en bianco o negro, pues poseía tal
avasalladora personalidad que no admitía degradaciones. En plan: o lo tomas, o
lo dejas. A ratitos, como NO se debe escribir (así lo hacen los flojos y los
poetastros muy perros), no me interesa admitirte así, o luego, asá. No. Todo.
Nada.
Aceptando que cuanto Burton
rodó refleja la realidad, que Wood era así, el individuo no permitía entenderle
de otro modo. Más aún: muestra a un hombre vigoroso (ese era todo su talento)
prensado por un sueño febril que le impulsaba a superar un sofocante piélago de
dificultades (económicas, sobre todo) que habrían derrotado a otros. Cierto que
su epifanía le llega durante la conversación en el bar (que invade travestido)
con ORSON WELLES (VINCENT D´ONOFRIO) quien le convence, no persuade, de que
merece la pena luchar por los propios proyectos. ROBERT RODRÍGUEZ, en su revelador libro sobre sus
vicisitudes para filmar EL
MARIACHI, comenta algo
parecido: ¿por qué gastar una pa$ta en unos cursos cinematográficos que te servirán
para con suerte ser integrante del equipo de producción de una película, donde
enterrarán tu nombre en una larga lista de nombres en los créditos, cuando
puedes invertir ese dinero en hacer TU
película?
La auténtica VAMPIRA, que tan recurrente se volvió en las cintas (¿de culto?) de Ed WOOD |
Rodríguez tuvo enorme cantidad de suerte; eso cuenta también. Mas la idea es buena. Y la acató Wood, centrándose en construir su Woodverso donde mezclaba sus filias, fobias y fetichismos concentrando a su alrededor un puñado de colaboradores que, más/menos, fueron fieles pues seguían figurando en sus inefables filmes… películas que, despreciadas otrora, empiezan a ganar adeptos e interés.
Porque ocurre con las
malas/malísimas películas: preñadas de magníficas ideas, el deleznable conjunto
general procura malograrlas. Mas, siendo buenas ideas, son indestructibles.
Resaltan. El avezado espectador va apreciando su presencia; las atesora. Quizás
por eso atrae “el mito Wood”, manteniéndose firme: por la cantidad de ideas que
no pudo, o supo, desarrollar, y que merecerían un mejor soporte, o tratamiento.
También está la cuestión del indómito
coraje del sujeto, que derivó al alcoholismo y el cine porno soft (o eso cuentan al final), esto
segundo sin duda otro ardid adicional para obtener financiación y filmar esa
gran GRAN película que custodiaba en alguna parte, en un guión ya escrito, o
fermentaba en su cabeza desde tiempos remotos.
Afiche de la película más desarrollada en la cinta de TIM BURTON. Gracias a ella, que te definan el "Ed Wood de..." no es un insulto, sino un irónico elogio |
La cinta retrata cuántas ingeniosas maniobras hace Wood para conseguir dinero y dejar el legado de sus propuestas. Esa audacia es digna de encomio. Seguro hay por ahí algún maricón, tonto del rotoscopio, con ínfulas gigantescas como su cornamenta, que va chillando por ahí las “esplendideces” de su “talento artístico” cuando es incapaz de mover sus minúsculas pelotas de poetastro, besadas por bujarrones y putas, para concretarlo en una película.
Ese tipo de despreciable parásito fanfarrón, habitual del gremio lírico, no vale ni para lamerle las suelas de los zapatos de tacón a este luchador inasequible a la fatiga que fue Ed Wood. Por puto perro flojo.