Portada. La imagen sienta las bases del imperio detectivesco privado, a ejemplo del libro, un lugar próximo a lo sórdido donde lo sórdido busca salida |
Asumamos lo siguiente a efectos del
funcionamiento de esta reseña: hasta la aparición de SAM SPADE, el único tipo
de private
detective
(o policía) conocido era SHERLOCK HOLMES o CH. AUGUSTE DUPIN. Un
inteligentísimo y extravagante sujeto, un tanto ermitaño, acaso misógino,
con alguna manía o vicio (Holmes y la coca al siete por ciento), a quien
plantean un enigma de aparente imposible resolución. Se fija acá/allá,
establece algunas relaciones que, por desidia, torpeza, el hábito, la policía no
se anotó (así como el biógrafo del detective) y enlaza en algún punto los volátiles
datos que permiten resolver el caso, presentado con varias gotas de dramatismo
para hacer más digestivo el relato (es un escapismo; teatro conviene echarle, o
parecería un árido informe policial), para deslumbrar al público con la inmarcesible
sapiencia del investigador.
Empero TODO sucede en ambientes que oscilan
entre lo burgués y lo aristocrático. Alguna vez administran una galleta porque
complican las cosas. Aunque la tónica usual es efectuar unas calladas indagaciones
y un rejoneo de preguntas, planteadas de una forma astuta/elíptica, hasta
llegar a la muy meditada conclusión. Hay mucho salón y butacas cómodas, abundantes
buenos modales, que remata el colérico arrebato de ira del culpable, que queda
sólo en inanes amenazas, y un cadalso.
Dashiell Hammet, ex empleado de la Agencia
de Detectives PINKERTON, sin embargo enfoca la cuestión desde un ángulo sucio. Escribe aprovechando su
experiencia personal. No creo que este hombre se enconara en prolongados
tiroteos o peleas salvajes, mas la violencia, repentina, decisiva, podría haber
sido más habitual de lo necesario. La vuelca en Spade, al que dibuja como un
superviviente amoral, el tío que conviene tener a tu lado hasta en una pelea,
pero nunca de enemigo. Puede venderte sin escrúpulos de conciencia, para
empezar.
DASHIEL HAMMET, prototipo del sujeto aventurero de comienzos del siglo XX; con amplio bagaje laboral en distintos oficios. Su SAM SPADE es su reflejo físico |
Cosa que hace con su clienta, mostrada como
una frágil damisela que le cuenta una trola que, a los cinco segundos, Spade
decide es una mentira urdida con cierta habilidad, si bien insuficiente para soportar
su cínico (es la palabra que le describe) escrutinio. Su secretaria efectúa la
labor de conciencia de Spade (como individuo, algo mejor, eso sí, que su socio,
con cuya esposa Spade mantiene una adúltera relación que empieza a serle un problemático
estorbo) procurando mellar la gruesa capa de cinismo para alcanzar lo que queda
o hay de humano (desde el aspecto de bondadoso y solidario) en él para tener
una relación más cordial con la Humanidad, algo así como procurarle una pax de
espíritu que le salve del Infierno.
Ella actúa un poco de la MARGARITA de
FAUSTO; intenta traerlo al Lado Luminoso de la Fuerza, ahora que el cinismo, el
Reverso Tenebroso que encarnó MEFISTÓFELES, le ha poseído. Es una especie de
cruzada moral, una obligación que se impone (ora por trato cotidiano, ora por
deferencia humana, ora por algo sentimental), aunque atisbas es un caudal de
bondad desperdiciado en este duro fisgón de San Francisco, que ya cultivaba
fama de “ciudad abierta” para los homoX. (Uno de los integrantes del relato lo
es y lo comentan: San Francisco podría ser su paraíso.)
BOGIE contribuyó asimismo al establecimiento de la imagen del private detective que fuma mientras come chocolate en la azotea. Bien pronto llegó al cine esta novela |
Lo peculiar, o innovador, de El halcón maltés, especie de MACGUFFIN
aunque tenga una concreción material que sopesa Spade, es que no rehúyen los
barrios bajos y la violencia y los tiroteos son una consecuencia directa/inevitable
de curiosear en los más sórdidos dédalos de la condición humana. Alterna Spade
los selectos hoteles con los distritos depauperados, los aparentemente más
salubres miembros de la Sociedad con los delincuentes más depravados o
peligrosos.
Rompe la tónica de “buenos modales” caracterizados por Holmes o HÉRCULES POIROT (por no citar a GIMPSY), personajes que lo más que hacen es levantar la voz. Sam Spade emplea los puños. Inaugura el siglo XX “detectivesco”. Poco a poco, lo elegante, lo aristocrático, irá relegándose hasta ser una curiosidad decimonónica.