viernes, 30 de septiembre de 2022

LA DALIA NEGRA — ELLROY RESUELVE EL ASESINATO DE ELIZABETH SHORT

 

Una portada más de un libro
que trata un atroz crimen, que
es marco a su vez para explicar
una época y una cultura que,
en muy poco, está superada

Los policías de las primeras novelas de JAMES Ellroy expresan sentimientos; sufren remordimientos, contradicciones, debilidades, miedos, que alientan una capacidad casi psicópata por emplear la violencia y/o la extorsión, la xenofobia. Actúan en un turbio mundo peligroso, más lleno de planos negros que luminosos, aun de esos queridos gris Grey del buenismo, que pretende así “explicar” ciertas conductas. A duras penas podemos considerarlos antihéroes, porque desde luego, héroes, ni hablar.

Por otra parte, el caso de La Dalia Negra (no sé cuál es su actual repercusión) debió ser demasiado sonado como para que siga apareciendo, con alguna regularidad, en crónicas más/menos extensas, como es esta novela, sobre el realmente truculento crimen. Ya comenté que hasta FRITZ LEIBER hace referencia a él en una historia que no debiera porqué contener acotación al terrible suceso. Ahora se me antoja que, al no haber sido esclarecido, ni entonces ni durante este casi siglo que ha pasado desde el suceso, es una especie de compulsión justiciera subterránea querer, aun en la ficción, encontrar a su(s) asesino(s) y aplicarle(s) el castigo debido que en rigor merezca(n).

Como leit motiv de este extenso libro, Ellroy a continuación va incorporando las cuitas personales y sentimentales de sus protagonistas. Otra cosa que caracteriza estos libros (al menos, la trilogía que componen La Dalia Negra, EL GRAN DESIERTO y L.A. CONFIDENCIAL, que luego traslada a AMÉRICA, SEIS DE LOS GRANDES y SANGRE VAGABUNDA) es montar un trío. Uno o dos de los miembros de una de esas historias pasa a la siguiente hasta que, por cualquier avatar, desaparece. También contienen elementos secundarios que los enlazan, formando un vasto/consistente mosaico sobre Los Ángeles, finales de los 40-inicio de los 50, donde resaltan las xenofobias, la violencia, las turbulencias políticas o económicas, miserias o perversiones de las estrellas de Tinseltown, carne de polémica portada para revistas de prensa amarilla.

JAMES ELLROY con expresión
traviesa; se la merece. ¡Aclamad
al escritor, carajo!

Es una narración palpitante, electrizante, documento histórico (más/menos, algún desliz puede haberse cometido) que desvela las entretelas de una Sociedad antípoda a la que estrenaban sus películas en cines, protagonizadas por actores que parecían sobrehumanos, envueltos como en celofán, hechos de un teflón donde nada sucio podía adherirse. Constituían Propaganda cara al ancho mundo del american way of life y confirmaban que ERA CIERTO, vivían así, pese al mensaje de decadencia propagado por el fallido-lúgubre comunismo stalinista y adláteres.

Luego esas revistas sensacionalistas oreaban sus carnales escándalos homoX, casi todos (es otro tic de estas novelas, qué baldón suponía —o aún supone— para un sujeto ser tildado de maricón, o bollera; Ellroy no se contiene al relatar sus porquerías, resaltando su rasgo de predadores sexuales —a riesgo de generalizar— y cómo se lo montan, en algún caso, para ser detenidos y, en prisión, “saborear” carne joven entre rejas), aunque un buen asunto de drogas (no digo pederastia) siempre era bienvenido.

Adaptación cinematográfica que
en nada agradó al autor de la
compleja novela. No duró en
criticarla con dureza

En La Dalia Negra, Ellroy empero no explora tanto esa faceta del opaco glamour de Hollywood. Describe la tormentosa relación del trío protagonista, narrado por BUCKY BLEITCHER, policía corrupto que alcanza mayores cotas de degeneración por mor de la obsesión que le genera el caso de Elizabeth Short. Destroza su matrimonio (basado en una farsa que niega admitir), destruye su carrera policial, le sume en la abulia, mas Ellroy acaba apiadándose de él (pese a ser un delator —de dos amigos japoneses; a cambio, accedió a la Academia de Policía— con padre filonazi) y le concede un final venturoso.

Dado que el caso sigue abierto, debemos considerar este relato más un cuadro vivo de las compulsiones, las obsesiones, el crimen, la corrupción, las ambiciones desmedidas (la de ELLIS LOEW, fiscal que procura medrar con este asesinato, importándole una mierda la difunta), el racismo y la brutalidad en un momento particular de la historia angelina, reflejada al resto del cuero norteamericano, que una exitosa investigación policial.