Una portada más de un libro que trata un atroz crimen, que es marco a su vez para explicar una época y una cultura que, en muy poco, está superada |
Los policías de las primeras novelas de JAMES
Ellroy expresan sentimientos; sufren remordimientos, contradicciones,
debilidades, miedos, que alientan una capacidad casi psicópata por emplear la
violencia y/o la extorsión, la xenofobia. Actúan en un turbio mundo peligroso,
más lleno de planos negros que luminosos, aun de esos queridos gris Grey del
buenismo, que pretende así “explicar” ciertas conductas. A duras penas podemos
considerarlos antihéroes, porque desde luego, héroes, ni hablar.
Por otra parte, el caso de La Dalia Negra
(no sé cuál es su actual repercusión) debió ser demasiado sonado como para que
siga apareciendo, con alguna regularidad, en crónicas más/menos extensas, como
es esta novela, sobre el realmente truculento crimen. Ya comenté que hasta FRITZ LEIBER hace referencia a él en una historia que
no debiera porqué contener acotación al terrible suceso. Ahora se me antoja
que, al no haber sido esclarecido, ni entonces ni durante este casi siglo que
ha pasado desde el suceso, es una especie de compulsión justiciera subterránea
querer, aun en la ficción, encontrar a su(s) asesino(s) y aplicarle(s) el
castigo debido que en rigor merezca(n).
Como leit
motiv de este extenso libro, Ellroy a continuación va incorporando las cuitas
personales y sentimentales de sus protagonistas. Otra cosa que caracteriza
estos libros (al menos, la trilogía que componen La Dalia Negra, EL GRAN
DESIERTO y L.A. CONFIDENCIAL, que
luego traslada a AMÉRICA, SEIS DE LOS GRANDES y SANGRE VAGABUNDA) es montar un trío. Uno
o dos de los miembros de una de esas historias pasa a la siguiente hasta que,
por cualquier avatar, desaparece. También contienen elementos secundarios que
los enlazan, formando un vasto/consistente mosaico sobre Los Ángeles, finales
de los 40-inicio de los 50, donde resaltan las xenofobias, la violencia, las turbulencias políticas o económicas, miserias o
perversiones de las estrellas de Tinseltown, carne de polémica portada para revistas
de prensa amarilla.
JAMES ELLROY con expresión traviesa; se la merece. ¡Aclamad al escritor, carajo! |
Es una narración palpitante, electrizante,
documento histórico (más/menos, algún desliz puede haberse cometido) que desvela
las entretelas de una Sociedad antípoda a la que estrenaban sus películas en
cines, protagonizadas por actores que parecían sobrehumanos, envueltos como en
celofán, hechos de un teflón donde nada sucio podía adherirse. Constituían
Propaganda cara al ancho mundo del american
way of life y confirmaban que ERA CIERTO, vivían así, pese al mensaje de
decadencia propagado por el fallido-lúgubre comunismo stalinista y adláteres.
Luego esas revistas sensacionalistas
oreaban sus carnales escándalos homoX, casi todos (es otro tic de estas novelas, qué baldón suponía —o aún supone— para un
sujeto ser tildado de maricón, o bollera; Ellroy no se contiene al relatar sus
porquerías, resaltando su rasgo de predadores sexuales —a riesgo de
generalizar— y cómo se lo montan, en algún caso, para ser detenidos y, en
prisión, “saborear” carne joven entre rejas), aunque un buen asunto de drogas
(no digo pederastia) siempre era bienvenido.
Adaptación cinematográfica que en nada agradó al autor de la compleja novela. No duró en criticarla con dureza |
En La
Dalia Negra, Ellroy empero no explora tanto esa faceta del opaco glamour de Hollywood. Describe la
tormentosa relación del trío protagonista, narrado por BUCKY BLEITCHER, policía
corrupto que alcanza mayores cotas de degeneración por mor de la obsesión que
le genera el caso de Elizabeth Short. Destroza su matrimonio (basado en una
farsa que niega admitir), destruye su carrera policial, le sume en la abulia,
mas Ellroy acaba apiadándose de él (pese a ser un delator —de dos amigos
japoneses; a cambio, accedió a la Academia de Policía— con padre filonazi) y le
concede un final venturoso.
Dado que el caso sigue abierto, debemos considerar este relato más un cuadro vivo de las compulsiones, las obsesiones, el crimen, la corrupción, las ambiciones desmedidas (la de ELLIS LOEW, fiscal que procura medrar con este asesinato, importándole una mierda la difunta), el racismo y la brutalidad en un momento particular de la historia angelina, reflejada al resto del cuero norteamericano, que una exitosa investigación policial.