Afiche. ¡Peligro, JAKE HOYT, peligro! Lo que piensas puede ser la promoción perfecta en tu carrera. puede convertirse en tu fosa |
Esta película parece cruce de guiones entre
JAMES
ELLORY y QUENTIN
TARANTINO. DAVID
AYER, autor del libreto, imposta esa sensación a los que estamos versados
en sus literaturas. El comienzo, cuando el corrupto ALONZO HARRIS cita al
voluntarioso (y, aun incluso, ingenuo) JAKE HOYT en la cafetería, permite sospechar
que Tarantino ha dejado ahí la huella que recuerda a RESERVOIR DOGS. Un comienzo de charleta, a lo SEINFELD, toma de contacto donde falta el elemento freakie de Tarantino, empero la escena,
en general, reproduce sus tics. El resto es ya Ellroy puro.
Un Ellroy alejado de sus rincones oscuros,
las Décadas 40 a 60, omitiendo a las estrellas de Hollywood, sus perversiones y
drogadicciones. Lo que nos lleva a sospechar “su influencia” en este filme son
dos temas habituales de sus novelas: la corrupción de la inocencia y Los
Ángeles, ciudad que vemos siempre en coche. Comentan que es impropio de un
angelino ir a pie a cualquier parte. Van al lavabo aun en sus coches.
Y Alonzo, un Oscuro Señor del Sith, nos
pasea por los distritos más deprimidos y peligrosos de la ciudad de las
estrellas, lo cual induce otra reflexión llena de interés.
Es asimismo Ellroy por albergar otro de sus
tópicos: la policía como una mastodóntica institución corrupta y racista que se
ampara en el lema servir y proteger para perpetrar sus fechorías. Es como una
especie de quid pro quod: os salvamos
de las bandas de cholos y negratas pero, a cambio, no cuestionáis metamos mano a
sus cajas de caudales y alijos de drogas, ¿hace, blanquitos acojonados de
Beverly Hills?
Esto, al cuarto de hora, o así, de estar de servicio. ALONZO HARRIS se rebota enseguida, como su asombrado compañero comprueba en este instante |
En medio está la gente corriente y moliente
(tú, yo, los familiares…) que acaba sufriendo tanto de uno como de otro bando.
Unos, porque te roban. Los otros, porque lo permiten al estar en tratos con los
manguis, pese a fingir trabajar en nuestra protección. A menos que, por una
asombrosa concatenación zodiacal con el karma, al pasma convenga desaparezca de
circulación el mangui en cuestión.
Cuando analizas la película (Hoyt creo
termina teniendo que admitir, a su pesar, que la siniestra filosofía de Alonzo
tiene bases sólidas), descubres que estás entrando en una especie de pararrealidad
donde las leyes están subvertidas para que lo que prime no sea cumplir el
código, X o cualquiera, sino sobrevivir. Enriquecerse. Bien clarito se lo deja
al agente en pruebas. Aprende la jerga. No muestres la alianza. No permitas
sepan que estás casado. Muéstrate como un Oscuro Señor, o te comen. Hoyt, en el
autobús, vapuleado por los pandilleros mejicanos, reconoce la verdad implícita
en todo esto.
Ocurre que su objetivo, el foco de su ira,
no debe limitarse a los que trafican o asesinan, sino al mismo DPLA, refugio de
una patulea de agentes corrompidos, en cualquier estadio, que permitan sucedan
cosas malas por conchabeos con los traficantes. ¿Cómo lo justifican luego? Ese
tío vendía drogas a los niños. Muerto está mejor. Es una estructura
moral/mental que Hoyt acaba asimilando, como los protagonistas de las novelas
de Ellroy, fascinado por cómo termina pudriéndose la virginidad, qué aspecto
adquiere luego la inocencia, y deja la duda de si, mañana, volverá a patrullar
o dimite de la policía. Ya ha visto su Reverso Tenebroso. No es limitado, o circunstancial.
Está extendido.
Llama la atención que nación tan poderosa
como Norteamérica críe guetos como los filmados. No aprecias haya un auténtico
deseo de beneficiar a la población y rescatarla de la miseria, el analfabetismo
o la delincuencia. Permite existan esos pudrideros para que la sensación de
guerra contra el crimen vuelque millones en programas de lucha contra el delito
que lucra, sin duda, a honorables sujetos que dicen hacer cuanto pueden por protegernos...
cuando persiguen un gran continuismo, beneficiado a su vez por esos individuos
que desprecian reformarse. Cambiar su estilo de vida.
Sí; sorprende ese tercermundismo de Estados Unidos, que no remedia en absoluto.