viernes, 16 de junio de 2023

SICARIO — EL OSCURO OLIVER TWIST

 

Portada. Historia desgarradora
 a ratos sobre una realidad que
los izquierdopopulismos 
de Hispanoamérica ni piensan
solucionar, sino ahondar...
culpando de paso a España,
donde hay verracos de su cuerda
que les aplauden

Hace bien ALBERTO VÁZQUEZ-FIGUEROA al decir que esta novela debió terminar en esa especie de happy end que urde tanto para el anónimo protagonista de esta crónica (prefiero no darle el nombre que consta en el libro) y a su también sufrido camarada de pillerías. Aviso a quien no lo haya leído que esto puede reventárselo, empero el mismo lector apreciará que mi aseveración es exacta. Cuando Anónimo se mete a traficar con coca en Miami (cuando CORRUPCIÓN EN MIAMI), la historia pierde interés. En el empeño por demostrar que el Sueño Americano tiene más de pesadilla que del ensalmo como su cine o TV en producciones específicas pretende vendérnoslo, las aventuras se ven forzadas, irreales.

Esa parte, algo menos del último cuarto, encima aprecias está escrita “por pelotas”. Como si alguna regulación interna de producción del autor delatase: Oye, faltan ciento ochenta páginas. Rellénalas con lo que sea. Le arroja unas cuantas frazadas de palabras, algunas flámulas de vivencias y unos nubarrones de adjetivos que, sin parar, remachan la idea de: Debiste dejarlo en Colombia, macho. Iba bien. Era un dramón social dickensiano en la tierra de la cocaína y las mierdas golpistas procomunistas-anticomunistas; tragedia de sujetos prisioneros de salvajes atavismos que los Conquistadores nunca pudieron inculcarles a la población indígena, o mestiza, que lleva a los padres a abandonar a sus hijos en el banco de cualquier parque para perderse en las marañas de las urbes colombianas, donde reanudar la familia… Y, si pintan bastos, volver a dejarlos.

El prolífico ALBERTO VÁZQUEZ
FIGUEROA, arremangado para
lidiar con otro manuscrito

La historia es descarnada en más de un sentido; Vázquez-Montalbán rehúye el perifollo innecesario del gótico o el romántico; se ciñe al vibrante y escueto relato “biográfico” de uno de esos tantos niños salidos de la más profunda ignorancia y miseria de unos países que querían independizarse de la Corona Española y están acabando peor que en ese “brutal colonialismo” que denuncian. La más despreciable dictadura y los más enloquecidos líderes populistas barrenan y socavan el rico continente sur americano, empobreciendo a sus ciudadanos, mas encontrando en España, entre políticos no menos mefíticos (de izquierdas), un tan cínico como vergonzoso respaldo y comprensión.

El menudo, desnutrido y afeado narrador cuenta cosas que DICKENS habría adornado posiblemente lo suficiente como para no alterar el sentimiento victoriano núcleo de la Era de la Moral, donde tales ejemplos sin embargo eran habituales. Mas se imponía no escandalizar a la Sociedad de la crinolina. Vázquez-Montalbán procura ser notario de algo que es actualidad, y no sólo en Colombia. El presunto progreso que estamos viviendo no tiene el carácter universal que pretenden creamos. Beneficia a unos pocos… e incluso ésos empiezan a sentirse mordisqueados por las carencias.

Por sutiles "indirectas" en el
relato... ¿la fuente de la novela?
¿

Pese a las bestiales situaciones en que se implican nuestros dos esforzados protagonistas (el tiroteo indiscriminado, la montería policial a cargo de según qué intereses, las luchas tribales, aceptar volverse asesino a sueldo —un sicario sui generis, pues es de los de “maté a quien lo merecía”, argucia del escritor para hacernos más simpático al sujeto; mostrar que tenía corazón, pese a todo—), consiguen mantener un elevado estatus moral y saben salir de la mugre y la drogadicción. Ejemplos que les rodeaban les alertaban del peligro que supondría exponerse a tales vicios, los cuales sólo empeorarían su ya muy deplorable situación en una gran ciudad sin corazón o paciencia con los desvalidos.

Este sayón, ¿producto de nuestras costumbres, o sólo víctima de nuestro agotamiento? Puede. Precisé no es un psicópata desalmado que mata por obtener un íntimo placer personal. De eso, Vázquez-Montalbán le indulta. Aunque, por lo de que el bien debe triunfar, le aplica el castigo divino, identificado como el tumor fatal que le consume.