Hace bien ALBERTO VÁZQUEZ-FIGUEROA al decir
que esta novela debió terminar en esa especie de happy end que urde
tanto para el anónimo protagonista de esta crónica (prefiero no darle el nombre
que consta en el libro) y a su también sufrido camarada de pillerías. Aviso a
quien no lo haya leído que esto puede reventárselo, empero el mismo lector
apreciará que mi aseveración es exacta. Cuando Anónimo se mete a traficar con
coca en Miami (cuando CORRUPCIÓN EN MIAMI), la historia pierde interés. En el empeño
por demostrar que el Sueño Americano tiene más de pesadilla que del ensalmo
como su cine o TV en producciones específicas pretende vendérnoslo, las
aventuras se ven forzadas, irreales.
Esa parte, algo menos del último cuarto,
encima aprecias está escrita “por pelotas”. Como si alguna regulación interna
de producción del autor delatase: Oye, faltan ciento ochenta páginas. Rellénalas
con lo que sea. Le arroja unas cuantas frazadas de palabras, algunas flámulas
de vivencias y unos nubarrones de adjetivos que, sin parar, remachan la idea
de: Debiste dejarlo en Colombia, macho. Iba bien. Era un dramón social
dickensiano en la tierra de la cocaína y las mierdas golpistas
procomunistas-anticomunistas; tragedia de sujetos prisioneros de salvajes atavismos
que los Conquistadores nunca pudieron inculcarles a la población indígena, o
mestiza, que lleva a los padres a abandonar a sus hijos en el banco de cualquier
parque para perderse en las marañas de las urbes colombianas, donde reanudar la
familia… Y, si pintan bastos, volver a dejarlos.
El prolífico ALBERTO VÁZQUEZ FIGUEROA, arremangado para lidiar con otro manuscrito |
La historia es descarnada en más de un sentido; Vázquez-Montalbán rehúye el perifollo innecesario del gótico o el romántico; se ciñe al vibrante y escueto relato “biográfico” de uno de esos tantos niños salidos de la más profunda ignorancia y miseria de unos países que querían independizarse de la Corona Española y están acabando peor que en ese “brutal colonialismo” que denuncian. La más despreciable dictadura y los más enloquecidos líderes populistas barrenan y socavan el rico continente sur americano, empobreciendo a sus ciudadanos, mas encontrando en España, entre políticos no menos mefíticos (de izquierdas), un tan cínico como vergonzoso respaldo y comprensión.
El menudo, desnutrido y afeado narrador
cuenta cosas que DICKENS habría adornado posiblemente lo suficiente como para
no alterar el sentimiento victoriano núcleo de la Era de la Moral, donde tales
ejemplos sin embargo eran habituales. Mas se imponía no escandalizar a la
Sociedad de la crinolina. Vázquez-Montalbán procura ser notario de algo que es
actualidad, y no sólo en Colombia. El presunto progreso que estamos viviendo no
tiene el carácter universal que pretenden creamos. Beneficia a unos pocos… e
incluso ésos empiezan a sentirse mordisqueados por las carencias.
Por sutiles "indirectas" en el relato... ¿la fuente de la novela?¿ |
Pese a las bestiales situaciones en que se
implican nuestros dos esforzados protagonistas (el tiroteo indiscriminado, la
montería policial a cargo de según qué intereses, las luchas tribales, aceptar
volverse asesino a sueldo —un sicario sui generis, pues es de los de
“maté a quien lo merecía”, argucia del escritor para hacernos más simpático al
sujeto; mostrar que tenía corazón, pese a todo—), consiguen mantener un elevado
estatus moral y saben salir de la mugre y la drogadicción. Ejemplos que les
rodeaban les alertaban del peligro que supondría exponerse a tales vicios, los
cuales sólo empeorarían su ya muy deplorable situación en una gran ciudad sin
corazón o paciencia con los desvalidos.
Este sayón, ¿producto de nuestras costumbres, o sólo víctima de nuestro agotamiento? Puede. Precisé no es un psicópata desalmado que mata por obtener un íntimo placer personal. De eso, Vázquez-Montalbán le indulta. Aunque, por lo de que el bien debe triunfar, le aplica el castigo divino, identificado como el tumor fatal que le consume.