Añeja portada, de los 80 lo menos. ¡Apartad, JESUCRISTO, RAMBO! JONNIEGOODBOY TYLER lo puede todo ¡con un brazo escayolado a la espalda! ¡No! ¡Es poco! ¡Ambos! |
Este voluminoso artefacto (lo escribo en su
más despectivo sentido) está destinado a inflar el ego de su autor, el inefable
“Papa” de la Cienciología L. RONALD HUBBARD, y punto. Ignórese cuanto digan de
su pretensión de hacer el más extenso relato de ciencia ficción (superar el
millar de páginas). Todo lo hace para su mayor adoración gloriosa.
Esta secuela está dividida en dos partes, aunque
aparezca como una unidad; sólo la primera merece algún interés... con reparos. La
segunda es tan trivial, jactanciosa y soporífera que deviene al más puro tedio
e insustancialidad. Es una (innecesaria) derivación estilo
“dos tipos hablan mucho en un despacho” donde Hubbard amontona cansinas chorradas
y suspenses baratos que pretenden ‘electrizar’ al hastiado lector para que no abandone
la lectura. Que lo acabas para jamás volver a leértelo, ojo.
[Consideraba cúspide de ese desparrame
de presunciones, aspavientos y torpezas a LOS JUGADORES DE NO-A; mira por dónde: lo superan.]
Hubbard, hinchado como un sapo, sospechas
que, con esto que parece su opus magna, quiso realizar un colosal
homenaje a la ciencia ficción a su gusto; primero, dedicó amplio espacio a la
acción, al modo TROPAS DEL ESPACIO (más que a lo DOC SAVAGE o JOHN CARTER, a
quienes tanto TANTO debe, y cuyos autores le anulan), para embarcarse luego en
los fárragos de la paradigmática in-acción clase FUNDACIÓN.
Esa sabia expresión semijovial oculta un jolgorio íntimo. ¡Cómo os la he colado, chavales! Lo acertasteis: L. RONALD HUBBARD |
Abundante juego de despachos, intrigantes, antropomorfos extraterranos, angustias para el inagotable protagonista, JONNIE GOODBOY TYLER (mesiánico —ya la cagamos— “buen salvaje” roussoniano, modelo del joven norteamericano ciento por ciento J. C. LEYENDECKER, que TODO lo resuelve, lo puede, lo idea; dependen de él hasta para establecer horarios para cagar; no divide el Mar Rojo, camina sobre las aguas o multiplica panes y peces a destajo por ser de una modestia excepcional), secundado por su rol de exasperantes secundarios maniqueos, caracterizados por este rasgo: la oquedad.
No tienen una puñetera iniciativa propia
que Hubbard, el JEPETTO de la máquina de escribir, no les induzca antes. (Algunos
personajes, de golpe, “hacen algo” no planificado y dimensionan la obra
—GABRIEL T es maestro en eso—.) Son sujetos por entero góticos: sin dobleces, discurso
interno, psicología, deseos íntimos de obtener algo que no sea la gloriosa
victoria sobre los PSICLOS. Hubbard los guarda en una taquilla, ¿vale? Idea una
escena y saca, o introduce, en la taquilla a tal o cual tipejo, idóneo para el
momento. ¡Tocapelotas el SIR ROBERTO EL ZORRO de los cojones! ODIOSO, como el
CORONEL IVÁN, producto del concepto reaganiano de sometimiento de la Unión
Soviética al poderío USA, encarnado por el vestal Jonnie. Porque esa es otra:
con su novia, otra sufrida DALE ARDEN, intimidades físico-románticas:
mínimas-nimias/ninguna.
Afiche de la también añeja cinta. Ah, cómo acaba echándose de menos al personaje de JOHN TRAVOLTA |
¡La mujer de su vida puede morir, y Jonnie
preocupado por lucir modelitos tipo ELTON JOHN ante una conferencia de
embajadores alienígenas! Manda wevos, L. Ronald.
El verdadero personaje cojonudo es el
retorcido, conspirador, malvado, teatral TERL, ése que JOHN TRAVOLTA encarnara
en la película, especie de émulo de EL PLANETA DE LOS SIMIOS. Apenas desaparece,
termina la novela. Cuanto sigue es bodrio insípido, constante parva Parva PARVA
para nuestra frustración.
Esperas que, cuando Terl regresa a Psiclo,
monte allá follón, los psiclos preparen un contraataque, como el Imperio, y
prepárate, Jonnie. Si nos creías malos antes, ¡ahora arrasaremos! Nanay. Peor:
Hubbard borra de la historia a los psiclos restantes en la Tierra, casi una
cuarentena, aunque posean cierta importancia capital en la trama, hasta casi el
final (casi cuatrocientas páginas). A cambio, ocurre lo siguiente,
estableciendo ese segundo ciclo que considero innecesario… en este libro:
Diversos planetas hostiles codician la
Tierra; sitiándola con naves, desencadenan un ataque sobre la escasísima
población humana. Mientras esperan encontrar, por esos Mundos Exteriores, a
“él” (léase, mierda mesiánica. —Lo adivinaste, caveat lector: “él” acaba
siendo Jonnie, ¡cómo no!—). Nadie en la plana mayor del puñetero Goodboy sugiere
preguntar a los psiclos cómo, qué, de qué van, esos belicosos feos cósmicos, a
quienes tenían dominados. Pero porque es innecesario: ¡ya está Jonnie ahí para
resolver el horrible trance! Lo que él no haga… (No puede resucitar gente, vaya
por Dios.)
Otra cubierta que refleja la naturaleza arrogante de un "personaje modesto". Lo extraño es que el sudor de Jonnie no cure el cáncer |
Esto viene a ser como si LUKE SKYWALKER, aparte de vérselas con el Imperio, ¡además huyera del Imperio chino de MING de Mongo, el Imperio chino de BUCK ROGERS, lo CYLONES de GALÁCTICA, PREDATORS y ALIENS si se tercia! ¿Podría Luke con tanta matraca, por mucha Fuerza que le acompañara? Imposible sin caer en el absurdo, cosa que le pasa a Goodboy. Pero Jonnie… ¡puede! Es mil Skywalker puestos en fila, y tres mil John Carter seguidos. ¡A todos los supera! ¡Y no viene del planeta Krypton!
Esta inefable novela debió publicarse así: cerrado
el ciclo Psiclos, empieza, en obra aparte, a reunificarse y restaurarse el
poder humano, donde Hubbard puede desarrollar las vicisitudes bancarias y
políticas fundacionales (a lo primer DUNE) que enfangan el libro. Pero, lo
junta todo.
Fotograma de la película. El actor no supo verle el carácter mesiánico; por eso muestra ese desconcierto. ¡Le era imposible hacer milagros! Era mero intérprete humano... |
Quizás actuó así porque temió que nadie
leyese esa plúmbea secuela burocrática, y la anexionó a la guerrera, como
medida desesperada. Porque esto sí manda wevos, entre tantas tocadas de pito:
los psiclos llevan un año (¿terrano, galáctico, de cada planeta citado?) sin
dar señales de vida, ¡y nadie vuela a Psiclo a ver qué ha pasado, si perduran o
se ha roto su yugo por fin! Qué impericia narrativa ésa, Hubbard. ¿Y aún te
encumbran?
Y si hablara de la deficiente traducción...