Una de tantas cubiertas. Y anticipadora de lo que promete su contenido |
Lo mejor de este libro de JEAN-CLAUDE CARRIÈRE
es su ausencia de complicación, su simple afán lúdico. Es un ameno esparcimiento de calidad que no promete
nada al lector. Tiene humor, drama, aventura, pseudofilosofías, encerrado en la
gesta de derrocar a un dictador centroamericano de un país imaginario en base a
la promesa de amor hecha a un muerto, idealista con razones para oponerse al
tirano.
Tras la insoportable ESTACIÓN DE TRÁNSITO, con sus grandilocuentes perogrulladas de
la Humanidad incapaz de unirse a un orden estelar trekkie que se
descubre tan podrido y lleno de rencillas xenófobas como las criticadas a la
Tierra (rompiendo por tanto su ‘ensalmo’ de jactanciosa superioridad
ético-moral alienígena, tan querida por los elitistas sanedrines endogámicos de
la ciencia ficción), empezar esta novela fue un regenerador soplo de frescura; rápido
detecté su ausencia del presuntuoso “compromiso” con la Causa (Estelar, Humanista,
Progresista), sustituida por una sencilla narración que relataba, sin
enrevesados verbos, cómo una humilde troupe de itinerantes artistas
europeos terminaba liderando una revolución para liberar a un populux oprimido
por las escurriduras de los Conquistadores, que se habían constituido en
república para, como hacendados implacables, mantener a la pequeña nación en el
miedo y la ignorancia, eternizándose en el cargo. ¡Y malos eran los españoles!
La relatadora, María, con tablas en
numerosos escenarios internacionales, aunque con miras profesionales puestas en
Nueva York, y esperando que su número, y el de sus compañeros, con sutil traza
de superhéroes (por eso de sus diversas características laborales e
idiosincrasias), no es tan mediocre como teme, se tropieza con la otra María,
una MARIE del IRA, fugitiva de un atentado perpetrado poco antes.
JEAN-CLAUDE CARRIÈRE, que aquí parece una suerte de más maduro GRU (y no lo digo con maldad) |
Nadie en la troupe tenía ganas de
guerra ni revoluciones, empero a eso los abocará Marie; como otros tantos
saltimbanquis a lo largo de la Historia, sólo persiguen vagabundear de un país
a otro, capital por capital, para ganarse los cuartos con suficiente dignidad.
La impulsividad de la irlandesa sin embargo les convierte en héroes por
accidente y líderes de un ejército de liberación de una nación del tamaño de un
latifundio andaluz codirigida por un despótico señorito, secundado por un
dictador amante del billar, que sostiene tiranteces con el clero…
Clero que se alía con el Poder (qué raro) al
descubrir que hace peligrar su autoridad moral en estos pagos la “influencia
taumatúrgica” del binomio artístico María-Marie, famosas por trasladar a esas
deprimidas tierras el strip-tease.
Acaso, con feble interés, Carrière quiere
hacer observación, no crítica ni reflexión, sobre el mesianismo como una
consecuencia ineludible de la opresión. No pone vesicante empeño en ilustrarlo, sino que
deja al lector saque tal conclusión… si desea hacerlo. Describe unos hechos
sobre un terreno abonado para ansiar un libertador. El ideólogo (al cual
despacha rápido, sigul de que recelaba de los que van prometiendo libertad, cuando
sólo pretenden la poltrona) esparce algunas semillas… que las muchachas por
accidente hacen germinar. Su número del strip-tease es su principal aval.
El embelesado populux no lo duda: ¡sigue a sus nudistas líderes a la cruzada!
La insoportable ESTACIÓN DE TRÁNSITO estará premiada (incomprensible, salvo que el jurado estuviese lleno de moñas). pero ¡VIVA MARÍA! tiene filme, y ése sí es notable galardón |
Su presunto mesianismo, la adoración que el populux iletrado las dedica, los exvotos que ven durante el trayecto hacia la victoria final, acaban perturbando a la María narradora. Ejemplo de su honradez. Otra, se hubiera ensoberbecido; endiosado. Marie está demasiado estragada forjando estrategias bélicas del IRA para atisbar qué peligro tiene esa idealización de ambas. Lograda la liberación, Carrière nos consigna lo mágico del relato al enviar a Norteamérica y París a la triunfante troupe y dejando San Miguel al cargo de los revolucionarios, a quienes describe (o sugiere) íntegros… aunque al final desliza la sospecha de que su honestidad duraría hasta que el Poder acabara por corromperlos y, so pretexto de ser libertadores, perpetuasen el Estado que derribaron.