Afiche. Otro impecable trabajo de DREW STRUZAN (¡aclamad al ilustrador!) |
Evitarlas es la gran obsesión dominante en
esta trilogía ingeniada por los protegidos de $TEVEN $PIELBERG, alias ROBERT
ZEMECKIS y BOB GALE, aunque tanto MARTY MCFLY como DOC BROWN las ejecutan sin
cesar. Accidentalmente, esto es.
En la primera,
anticipan elementos que veremos en sus continuaciones; sucede en el centro
comercial, cuando Doc cita los resultados deportivos “del futuro” y blande un
Colt contra los terroristas. El principal motor de esta secuela es la recuperación
del maldito calendario deportivo que enriquece a BIFF TANNEN, consiguiendo cree
una distopía que asesina a GEORGE McFly y le permite desposarse con LORRAINE, madre
de Marty. Como sigul básico de la saga, luego está intentar re-devolver a 1985
a Marty, culminando el filme con el traslado de Doc al Oeste, complot para
concluir la serie.
Entre los tantos detalles chuscos del filme
está que el DeLorean puede volar y alimenta el condensador de fluzo con basura…
mas Doc no puede mejorar el salpicadero del coche. El cableado, a la vista,
como si en ese “futuro” que fue nuestro 2015 (y todos sabemos cómo fue 2015; de
autos voladores, nanay) no hubiese ya piezas más compactas capaces de hacer esa
función mucho más potente, práctica y discreta.
Tampoco hay móviles, internet, ni la
acechanza de las malvadas IA que tienen ahora al planeta prisionero de un
absurdo COMPLEJO DE SKYNET. En vez de protestar tanto TANTO por las IA y su
capacidad, más mejor haría la Humanidad por arremangarse y optimizarse a sí
misma, explorar qué campos puede seguir reteniendo, o perfeccionar, para
destacarse de las IA. Es más fácil autocompadecerse, empero.
Entrar a examinar las complejidades
quánticas de Regreso al Futuro en lo concerniente a las paradojas que procuran
evitar, aunque cometen, es avanzar por una tupida jungla de contradicciones que
desarticulan todo el tinglado. Regreso al Futuro no puede ser valorada
en rigor “científico”, porque entonces afloran fallos que la reducen al
desastre.
El puñetero macguffin del almanaque deportivo, infausta publicación que, al caer en malas manos, tuerce todo el futuro/presente de Marty |
Doc previene en la primera a Marty sobre las paradojas. Aunque nada más ‘aterriza’ en 1985, se carga un pino (adiós, Twin Pines Mall) y le dice al camarero negro que llegará a ser alcalde. Le estimula a serlo, porque, hasta ese momento, su porvenir era una vaguedad, difusos proyectos. ¿Pudo ser alcalde sin la sugerencia de Marty? Quizás no. Hasta pudo atropellarle un autobús cualquier día. Centrado en esa meta, supongamos puso más cuidado por dónde iba. Esquivó la Cierta.
En la segunda, el fallo más clamoroso apreciable
es cuando Biff aborda el DeLorean y, en ayunas total de su funcionamiento,
retrocede a 1955 para darle a su matonesca versión juvenil el puñetero
calendario. ¿Cómo es posible? Sabe por una indiscreción del poder de la
máquina, aunque no cómo se opera. Y allá va el tío: por dos veces efectúa un
viaje.
Es obvio que la intención real de los
creadores de la saga era alimentar su continuidad creando una distopía que por
su incoherencia no escandalizase al espectador. Esto de las paradojas tiene
mucha miga, porque nos previenen sus teóricos que no dar un paso en cierto
momento, puede tener, de haber quedado ya establecida la línea espaciotemporal,
dramáticas consecuencias que, exagerando incluso, descabalarían el Cosmos.
El colosal defecto de una secuela que se avinagra paso a paso, para fermentar en la conclusión de una simpática saga también emblemática de Década 80 |
Pues Regreso al Futuro II reparte un
buen puñado de ellas, indisimuladas además, con el único y ya citado objeto de
proporcionar uranio al condensador de fluzo de la historia y tener la última
secuela. Percatarse de su grosera pertinencia deslustra la película; en la
primera, lo encubren mejor. En esta, sólo procuran proporcionar las catástrofes
justas y resolverlas de manera elegante para depositar a Doc al Oeste y cumplir
el expediente.
Un poquito más, y truncan no obstante toda la trilogía, al deteriorar su simpática factura.