Cubierta patria. Desde el Franquismo nos llega este pulp oriundo de la Gran Bretaña. Un tesorito para quienes sabemos apreciar estas cosas |
La Guerra Fría produjo célebres iconos de la ficción de
espías. KIM PHILBY parece carecía del atractivo de BOND, JAMES BOND, o MODESTY BLAISE, e incluso, este personaje creado por
BRUCE GRAEME. Pueden reflejar, fantaseando de lo lindo, algo que tenía más de
prosaico y carente de glamour (aunque de violencia muy superior, empero
—EL AMERICANO IMPASIBLE algo de esto puede decir—) que de vertiginosa
andanza bondiana, es decir: los cacharritos, los Ashton Martin, los cócteles o
las beldades-amazonas que podían cuan mantis religiosa seducir y liquidarte
tras copular.
Mundos entrelazados con los bajos fondos,
donde una figura teatral sobresalía, la del villano que tiene más de figura de
TBO que de siniestro cabecilla de una célula de espías rusos, o jefe hampón. El
bajo fondo suministraba matones más/menos peligrosos (con cierta tendencia
asimismo al histrionismo) y servían para que el héroe, o heroína, demostrasen
habilidad dando palizas o sabiendo chuleárseles. Rellenaban además páginas, preparando
al lector para el enfrentamiento final en la fortaleza donde se agazapaba el caricaturesco
supervillano.
Graheme conjuga en esta elaborada narración
a tres de estos iconos ficticios. RICHARD VERRELL, alias el aventurero Camisa
Negra, es Bond, James Bond, Modesty Blaise y LA
SOMBRA, aunque de este último sólo toma una vaga apariencia de nocturnidad.
Tiene hasta algo de ARSÈNE
LUPIN, porque se aparenta bon vivant. Hay incluso cierta pizca de FU
MANCHÚ la historia, centrada en un Londres que, a ratos, parece contemporánea
del siniestro chino.
Un joven BRUCE GRAEME incorpora su CAMISA NEGRA a la pléyade de personajes que oscilan entre el delito y el espionaje de la Guerra Fría |
Esto va de que el escritor (encima, cachondeo) de novelas policíacas Verrell escucha, por accidente, una conferencia entre un extorsionador y una damisela que suplica piedad en vano. Esto suena a CHARLES AUGUSTUS MILVERTON. Sigamos la pista. Como hace Verrell, ya transformado en Camisa Negra, audaz metomentodo que se siente obligado a resolver entuertos en la mejor tradición quijotesca. La dama le ha conmovido, y ¡procede! Graheme va desvelando (¡bien!; esta es la tercera novela —de diez—) antecedentes del héroe, quien cabalga entre el lumpen londinense y la conspiración comunista por derrocar Occidente, estropeando cuanto proispuede los planes de unos y otros.
Camisa Negra (vaya apelativo; al momento
piensas en los fascistas italianos) tiene una Némesis: VAN HOFFMAN, deformado tras
un previo enfrentamiento que sostuvieron ambos. Bajo la supuesta identidad de
“FERGUSON”, extorsiona a señoras situadas en puestos claves, ora el comercio,
ora el Gobierno. Las compromete con fotos un gigoló pobretón que tiene a
sueldo. Verrell quiere finalizar esta insidia. Obtiene más aventuras de las
deseadas. Conocemos que, a veces, colabora con una sección francesa de
contraespionaje, la cual le dona el auxilio de GUY ROBBINS… que consigue caerte
mal.
Lo curioso de Verrell/Camisa Negra es que
se mete motu proprio a vengador anónimo (perseguido por la policía). Por
lo común, aun DOC
SAVAGE decide resolver kanalladas porque mataron a su padre, más allá de su
intrínseco amor por los jaleos peligrosos. Hace falta una catástrofe personal de
esa índole para motivar al héroe. Es extraño ese amor por el riesgo por
carácter, en la literatura. Lo norteamericano suele ser el drama=acción.
Otro detalle peculiar es la calidad literaria del pulp británico (Bond, Modesty, Camisa Negra) frente al estadounidense en cabecera: Doc Savage, La Sombra, BILL BARNES. Es su lenguaje más sintético, cinematográfico; persigue el dinamismo visual, la viñeta, más que un estilismo erudito que demuestre la capacidad del autor y sus conocimientos en gramática (ROBERT E. HOWARD entraría en esta categoría). Es como si el autor inglés entendiera que un personaje pulp no tiene por qué ser fast food en prosa. Merece el respeto de un prolijo lenguaje culto, porque de ese modo también reconoce al lector inherente inteligencia, o buen gusto. Quedando ampliamente satisfecho con esta lectura, espero abordar pronto las restantes. Os lo recomiendo.