Portada antónima con el contenido; sabe el lector lo que defiendo esta literatura; hoy, es imposible. No por la baja factura del relato como por el daño que su alocado argumento hace al género |
Hasta la fantasía (en toda su extensión) tiene
sus normas, reglas, leyes. Las obras que las respetan, aun tomándose licencias,
perduran en la memoria colectiva. Se hacen icónicas
incluso. Las que las violan, o desprecian, desaparecen, se hunden en el abismo
del olvido.
Este es un caso palmario.
Sigo dudando de si “JOSEPH BERNA”
(lo habitual con este material de a duro: un alias anglo para impresionar a un lector que cree que si viene de
las Américas, esto es calidad-dad, más que si lo hubiera escrito JUAN JOVIAL) redactó
esta historia con vago sesgo de seriedad o es una parodia de los agentes
secretos supremos que pueden torcer, aun in extremis, una situación apoqueclíptica
que amenace al planeta, o una generosa porción de él/su población.
Siendo lo segundo… este librito entonces
rozaría lo divertido, sin cumplir su objetivo del todo/completamente (no; no es
EL COMISARIO SANANTONIO). Explicaría su precipitación si no fuese porque
gravita siempre la sospecha de que puede ir “en serio” después de todo. “Berna”
tampoco se esfuerza en especificarlo, en un sentido u otro. Con esta impresión
de amateurismo inconsciente, tecleó en su máquina de escribir cuan
ametralladora la historia, la empaquetó, envió a Bruguera, y pasó a la
siguiente. Esta “producción-en-churro” debía satisfacer las deleznables
pasiones de lectores más/menos ingresados en los misterios del género, o que
considerasen demasiado ominosos a los laureados HEINLEIN o SAN DIOS ASIMOV, y colmaba
esta diversión más económica sus deseos de evasión fantástica.
El autor, el señor "JOSEHP BERNA". Así quiere ser recordado, respetaremos su alias anglo; a su favor: una profusa producción. En demérito: ¿la calidad de esa producción? |
Por ser su crítica más enjundiosa desde el
sesgo serio, tomaré por ahí una historia jamesbondiana por los cuatro
costados. Describe mejor la alocada actitud de los protagonistas y plétora de
villanos. Tomemos este dato: si todo el ‘tiempo’ que “Berna” emplea en la tonta
guerra de sexos que sostienen el apuesto y decidido ALEX SHILTON (torpe
apellido; ¿imaginan a JOHN WAYNE triunfar con ese apellido?) y la bombshell
DILIANA BIRKIN lo hubiese empleado en livianos elementos descriptivos pero de cierta
importancia, el trabajo le habría quedado más redondo. Y cuando digo “guerra de
sexos” me refiero a la fatigosa pantomima de “dame un beso”, “págame con un
beso”, “merezco un beso”, cual réplica del conflicto sentimental de SAM MALONE con
DIANA CHAMBERS en CHEERS.
Shilton es reportero. ¿De qué? ¿Prensa,
radio, TV, vídeo? (Internet no, porque en este 2055, ni se le espera ni conoce.
Otro tanto para los predictivos escritores de ciencia ficción.) ¿Qué medio le paga,
o es independiente? No lo explicita “Berna”, y no le costaba más que un renglón
decir: plumilla del Daily Bugle; redactor del Daily Planet. Tanto
puede alegarse de la Birkin. Mas Shilton es intrépido aventurero estilo DOC
SAVAGE con… ¡nave espacial que le permite meterse en el grumo de toda una trama
que va de que alguien inmovilizó la Tierra! Para medio planeta, es noche; para el
otro, día. Una franja, en crepúsculo. Urge resolver el misterio; devolver el
giro al planeta.
(Se ve pensaban que, en el próximo futuro,
todos tendrían una nave espacial, cuan traslación del clásico Seat 600.
La realidad ha abortado esa ahora pueril concepción.)
Más de su extensa labor. Lo seductoras que eran estas portadas, las promesas de mundos exóticos y raudales de aventuras que prometían... por cuatro perras |
Naturalmente, los países (otra cosa al descuido:
¿seguían los Bloques?) NO tienen sus científicos o RAMBO que puedan acometer la empresa a toda velocidad. Deben ser
dos reporteros los que deshagan la bondiana conjura de un megalómano
ruso con las habituales pretensiones de conquista global, su científico loco
(aunque despistado; un explotado retrato de EINSTEIN) y su celosa coima
codiciosa que contribuye a dar al traste con todo. Y los habituales sicarios
que poder matar.
La escasa solvencia de esta novela lo
refleja el que “Berna” olvidara el cuento de H. G. WELLS de EL HOMBRE QUE
HACÍA MILAGROS. En el delirio de su omnipotencia absoluta, detiene de
súbito la Tierra y, cuando paras algo que gira a treinta y dos kilómetros por
segundo, ¡todo sale disparado al espacio arrancado de cuajo!
Esto lo obvia la obra, donde importa más destacar la esplendidez de las féminas y apelar a los usuales rasgos maniqueos, maltratados por exceso de manoseo, que añadir cierta coherencia que habría brindado calidad al librito. Y, oigan, que no estoy hablando de páginas, sino de tres o cuatro líneas a lo sumo. Que tiene mandanga que un reportero se entera de que la Tierra cesó de girar, y en vez de ávido explorar todos los canales de TV para obtener cuanta información pueda, ¡va a ducharse! En fin: con esta historia, “Berna” ayudó a dar la mala fama que atribuyen a estos libros, injustificada con frecuencia.