viernes, 10 de octubre de 2025

SHERLOCK HOLMES (2009) — AÑO UNO

 

Afiche. Se profundiza en la
renovación del almidonado
SHERLOCK HOLMES de
casi siempre que inició la
etapa de JEREMY BRETT.
Era refrescante esta visión
"bisoña" de GUY RITCHIE

Uno de los principales pecados en los que caen las películas, o series, al margen de los escritos de SIR ARTHUR CONAN DOYLE, es el esfuerzo de explicar de Sherlock Holmes el enigma. Qué torpes pueden llegar a ser. Esta cinta de GUY RITCHIE replica la falta. Semeja una especie tópico inevitable que cometer.

Un autor es padre de su personaje; conoce a su hijo al dedillo, aunque en ocasiones se ponga díscolo. Haga cosas inesperadas o puedan hasta contradecir su naturaleza. Lo fundamental es que CONOCE su psique a fondo. Conan Doyle sabía cómo articular las aclaraciones que daba Holmes para pasmo y registro del leal JOHN H. WATSON como nadie porque creó el mecanismo y sabía qué engranajes o palancas mover, parar, activar.

Los otros anhelan imitar el sistema, dando casi siempre un resultado catastrófico. Escapa a este fracaso SIN PISTAS, porque el misterio a explicar es tan débil como predecible, y su carácter de respetuosa parodia es perfecta a la situación.

ELEMENTAL, DR. FREUD abunda en el desastre aunque procura salvar la cara como buenamente puede, quedando el experimento cojo.

Otro aspecto despreciable de Sherlock Holmes es su victoriana rigidez. ASESINATO POR DECRETO muestra a un Holmes tan tieso, almidonado, que se parte si debiera agacharse a recoger un penique. Más lamentable es cómo posa Watson: un maduro hombre reposado, perfecto para Rey Mago. Lo instalan en la carroza, lo pasean por la ciudad, que no causará ningún problema, porque es su papel ideal.

Los protagonistas dando una cara
desenfadada ante el mítico 221B
de Baker Street

BASIL RATBONE pienso fue el que inició la moda. Presentó al personaje con el abrigo a cuadros, el gorro de cazador, la pipa, troquelando en el espectador la deplorable imagen que JEREMY BRETT supo destruir. Presentó un incisivo Holmes dinámico, capaz de ensuciarse (no como CHRISTOPHER PLUMMER) sin que le importase. La escena yonqui de NICOL WILLIAMSON es impagable, y es el Holmes que a grueso trazo Watson delataba en los relatos. Pero Brett supone la ruptura definitiva con la arcaica imagen de pasiva seriedad que Ritchie explota mucho más aún, con notable éxito.

Explota la vis “cómica” en la que ROBERT DOWNING, JR., puede caer, y muestra un Holmes en su “Año Uno”. Todavía joven, serpentea por los “palomares” de Londres y se encara a su Fauna criminal, tanto de los bajos fondos como la empingorotada de los altos salones vasallos de la etiqueta victoriana. Un Holmes que no rehúsa o “criminaliza” las relaciones con las féminas, aprovechando la situación incluso.

Que por lo común estos detectives, privados en general, carezcan de pareja o relación (ABOMINO esa supuesta relación homoX entre Holmes y Watson, herejía imperdonable, bastardo intento del Lobby+ de absorber otro mito cultural/popular) lo explica el simple hecho de que no pueden tener una pelea brutal por la vajilla, y luego resolver un terrible crimen que exija todo su poder intelectual con ese ánimo.

Por supuesto, IRENE ADLER debe tener una
presencia relevante, y diferente a la que el autor
original, SIR ARTHUR CONAN DOYLE, le
concibiera en su escándalo bohemio.
Sé que le molestaría esta adaptación, Sir Arthur,
empero puede ser más imaginativa y digna que
muchas otras "académicas"

Si Holmes llegara al teatro del crimen encabronado, despachándose con Watson conque: ¡Que IRENE me ha venido con lo de la guardería de los niños, y no veas, Johnny!, ¿dónde queda el aparato intelectual deductivo que encumbra a Holmes? Perdido en una bronca doméstica para deleite del obtuso LESTRADE.

Acertó de lleno Ritchie dándole este casi juvenil carácter desenfadado a su Holmes, el aire hasta matonesco de Watson (el muy admirable de JUDE LAW, que integra la cojera “evanescente” de Watson con su experiencia de endurecido veterano de Afganistán), e incluir un atractivo elemento presuntamente sobrenatural (a lo Perro de Baskerville) que sabe Holmes desmontar, pese al deslumbrante montaje inicial.

Toca asimismo Ritchie algo muy habitual de esa época: el gusto de las elites por las sectas paganas que les permitían cometer actos ilícitos o inmorales con plena libertad. Repetían los cultos satánicos de la antigüedad como una salvaje válvula de escape de bajezas en las pasiones o relaciones de la estricta Era de la Moral Victoriana.

En conjunto, un pleno de triunfos que la explicación del misterio anubla algo.

Pausa entre crímenes. ¿Tomamos una
solución al siete por ciento, Johnny?