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Afiche. Se profundiza en la renovación del almidonado SHERLOCK HOLMES de casi siempre que inició la etapa de JEREMY BRETT. Era refrescante esta visión "bisoña" de GUY RITCHIE |
Uno de los principales pecados en los que
caen las películas, o series, al margen de los escritos de SIR ARTHUR CONAN
DOYLE, es el esfuerzo de explicar de Sherlock Holmes el enigma. Qué torpes
pueden llegar a ser. Esta cinta de GUY RITCHIE replica la falta. Semeja una especie tópico
inevitable que cometer.
Un autor es padre de su personaje; conoce a
su hijo al dedillo, aunque en ocasiones se ponga díscolo. Haga cosas
inesperadas o puedan hasta contradecir su naturaleza. Lo fundamental es que
CONOCE su psique a fondo. Conan Doyle sabía cómo articular las aclaraciones que
daba Holmes para pasmo y registro del leal JOHN H. WATSON como nadie porque
creó el mecanismo y sabía qué engranajes o palancas mover, parar, activar.
Los otros anhelan imitar el sistema, dando casi
siempre un resultado catastrófico. Escapa a este fracaso SIN PISTAS, porque el misterio a explicar es tan
débil como predecible, y su carácter de respetuosa parodia es perfecta a la
situación.
ELEMENTAL, DR. FREUD abunda en el desastre aunque procura
salvar la cara como buenamente puede, quedando el experimento cojo.
Otro aspecto despreciable de Sherlock
Holmes es su victoriana rigidez. ASESINATO POR DECRETO muestra a un
Holmes tan tieso, almidonado, que se parte si debiera agacharse a recoger un
penique. Más lamentable es cómo posa Watson: un maduro hombre reposado,
perfecto para Rey Mago. Lo instalan en la carroza, lo pasean por la ciudad, que
no causará ningún problema, porque es su papel ideal.
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Los protagonistas dando una cara desenfadada ante el mítico 221B de Baker Street |
BASIL RATBONE pienso fue el que inició la
moda. Presentó al personaje con el abrigo a cuadros, el gorro de cazador, la
pipa, troquelando en el espectador la deplorable imagen que JEREMY BRETT supo
destruir. Presentó un incisivo Holmes dinámico, capaz de ensuciarse (no como
CHRISTOPHER PLUMMER) sin que le importase. La escena yonqui de NICOL WILLIAMSON
es impagable, y es el Holmes que a grueso trazo Watson delataba en los relatos.
Pero Brett supone la ruptura definitiva con la arcaica imagen de pasiva seriedad
que Ritchie explota mucho más aún, con notable éxito.
Explota la vis “cómica” en la que ROBERT
DOWNING, JR., puede caer, y muestra un Holmes en su “Año Uno”. Todavía joven,
serpentea por los “palomares” de Londres y se encara a su Fauna criminal, tanto de los bajos fondos como la empingorotada de
los altos salones vasallos de la etiqueta victoriana. Un Holmes que no rehúsa o
“criminaliza” las relaciones con las féminas, aprovechando la situación incluso.
Que por lo común estos detectives, privados
en general, carezcan de pareja o relación (ABOMINO esa supuesta relación homoX
entre Holmes y Watson, herejía imperdonable, bastardo intento del Lobby+ de
absorber otro mito cultural/popular) lo explica el simple hecho de que no
pueden tener una pelea brutal por la vajilla, y luego resolver un terrible
crimen que exija todo su poder intelectual con ese ánimo.
Si Holmes llegara al teatro del crimen
encabronado, despachándose con Watson conque: ¡Que IRENE me ha venido con lo de
la guardería de los niños, y no veas, Johnny!, ¿dónde queda el aparato
intelectual deductivo que encumbra a Holmes? Perdido en una bronca doméstica
para deleite del obtuso LESTRADE.
Acertó de lleno Ritchie dándole este casi
juvenil carácter desenfadado a su Holmes, el aire hasta matonesco de Watson (el
muy admirable de JUDE LAW, que integra la cojera “evanescente” de Watson con su
experiencia de endurecido veterano de Afganistán), e incluir un atractivo
elemento presuntamente sobrenatural (a lo Perro de Baskerville) que sabe Holmes
desmontar, pese al deslumbrante montaje inicial.
Toca asimismo Ritchie algo muy habitual de
esa época: el gusto de las elites por las sectas paganas que les permitían
cometer actos ilícitos o inmorales con plena libertad. Repetían los cultos
satánicos de la antigüedad como una salvaje válvula de escape de bajezas en las
pasiones o relaciones de la estricta Era de la Moral Victoriana.
En conjunto, un pleno de triunfos que la
explicación del misterio anubla algo.
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Pausa entre crímenes. ¿Tomamos una solución al siete por ciento, Johnny? |