Portada del recopilatorio reseñado; dibujo: PHILLIPE DRUILLET |
IJON TICHY es el epítome del astronauta ‘de barrio’, héroe intrépido aunque modesto que rara vez se ve implicado en eventos que se salden con grandes derramamientos de sangre, quizás causados por su mano. Es lo opuesto a HAN SOLO, caradura estelar acompañado por un vociferante antropoide hirsuto cuyo feroz aspecto empero no garantiza absoluta ferocidad ni coraje antibalas. Tichy es un señor apasionado por los viajes y lo espectacular, pero también amante de los buenos vinos, las selectas óperas, los hoteles de galaxia y media de calificación en la GUÍA MICHELÍN de los cosmonautas. Tichy piensa antes de disparar; y prefiere no tirar jamás.
El breviario de los robots (título inadecuado; quienes conocemos esta obra en eso coincidiremos, pues como mucho sólo el Viaje undécimo se ajusta algo a semejante extravagante presentación) lo componen cinco “diarios” redactados por el propio Tichy (Viajes undécimo, duodécimo, decimocuarto, vigesimotercero y vigesimoquinto) y retratan admirablemente tanto al protagonista como el carácter irónico del autor, STANISLAW LEM, que, con grato desenfado, relata el desarrollo de las interesantes aventuras de Tichy en los supuesto más extraordinarios, con un estilo que tratara de devolvernos a un tiempo pasado, un par de siglos antes, a la novela picaresca de HENRY FIELDING, o las centelleantes mentiras del BARÓN DE MÜCHHAUSEN, quien jamás escribió una línea pero está ya consagrado en la literatura (y la medicina).
STANISLAW LEM con su perro; le ayudaba en las correcciones |
Los relatos de este recopilatorio son ‘blancos’; si hay algún tipo de referencia social o parábola política (no olvidemos jamás de detrás de qué Telón escribía Lem), está tan suavizado que es casi indistinguible; su acidez está neutralizada casi por completo.
Como todos los buenos escritores, no obstante, Lem se las compone para dejar una simiente, mínima-nimia, que luego arraiga y nos impregna, al menos, con la duda de que pretendió decir ‘algo’, predicar, trazar parábola, analogía, denunciar, hacer admonición, prevenir. Aunque, estimo, simplemente pretendía hacerte pasar un rato agradable. Bastante acosados nos tiene la realidad para que, encima, durante nuestro ocio, nos agobien con paralelos o alegorías de nuestra vida cotidiana.
[Debemos reivindicar el sencillo ocio ante las monstruosas catedrales de la cultura y la creación ensoberbecida, defendida por GORGONAS no menos fanáticas y cuyas quijadas, mecanizadas o no, chirrían del odio por el inofensivo esparcimiento, el cual trituran con dentelladas críticas.]
El BARÓN DE MÜNCHHAUSEN idealizado por DORÉ. En esta tradición, divertida y embustera, se encuadran estos relatos |
De El breviario de los robots hay que destacar el primer cuento, por ende el más extenso, donde un consorcio, poderoso pero secreto, requiere a Tichy, intimándole, merced a su osadía y habilidad para salir de trances apurados, por complicados que éstos sean, a investigar lo sucedido en el planeta Proción, colonizado por los vástagos de SU INDUCTIVIDAD, la antigua IA del DEIDÓN, que había construido en aquél pago una suerte de república de autómatas medievalistas que odiaban, a muerte, a la ‘VISCOSIDAD’, léase, la Humanidad.
Aquí reparamos en que Lem tenía fabricado un mecanoUniverso que trasvasaba de una a otra narración determinados términos. Un repaso a las FÁBULAS DE ROBOTS nos permite fácilmente verificarlo. El odio y el miedo que la Mecanicidad experimenta por la Humanidad son similares; nos vituperan con análogas palabras y definen de igual forma. Los robots de Lem (en todo su vasto compendio) miran con profundo recelo a sus amos. En ellos anida una partícula de desconfianza y el voltaje de la rebeldía. No es el usual aparato andante-parlante-obediente/servil asimoviano, que se siente obligado a complacer al humano aun de fábrica.
Cubierta de EL GARAJE HERMÉTICO, de MOEBIUS. El MAYOR FATAL siempre me ha parecido trasunto de IJON TICHY |
Para Lem, descubrimos pues, los androides son una especie de nueva raza que ensamblamos, no engendramos, prolongación nuestra, hijos apócrifos no concebidos al modo ‘viscosón’, pero no por eso inferiores a sus padres. Preña a sus autómatas de manías, defectos, fobias y filias. No son, para él, una ‘cultura’ debajo de la nuestra, sino una especie de vecino con el cual comúnmente existen buenas relaciones, pero donde también destacan malos sujetos.
El Viaje Undécimo termina como una traslación de EL MAGO DE OZ al espacio exterior, descubriéndose que, tras la aterradora apariencia de Su Inductividad, se agazapa un oficinista abrumado por la burocracia, que lo ha ‘automatizado’. Es acaso el único y auténtico robot de un planeta donde todos, so pena de ordalía y muerte, fingen serlo. Lem quizás sí denuncia aquí que la Burocracia, ente que nos hemos otorgado a fin de servirnos pero que se ha trocado nuestra Propietaria, aplicada a según qué sujetos, les arranca el alma, el coraje, y transforma la vida en una interminable rutina no muy distinta de la de una cadena de montaje, donde todo proceso sigue pautas cronometradas e insoslayables.
Portada de LONE SLOANE, personaje de Druillet. A ver dónde ponemos esas manos |
Los siguientes relatos, aparte de presentarnos al PROFESOR TARANTOGA (eminencia intelectual que jamás tiene tiempo que perder y obliga a Tichy, en su decidido afán por conocerle, a saltar de una asombrosa estrella a la siguiente), nos muestra la cotidiana grandiosidad y riqueza de los planetas que componen el Universo Lem, Cosmos donde un pasajero, aburrido en algún momento de la travesía, puede salir de la nave (lanzada a velocidad vertiginosa por los oscuros años luz) para pasearse como si lo hiciera por la cubierta de cualquier barco, llevando, eso sí, su escafandra reglamentaria.
También lo cotidiano (lo que Lem vivía y creía se perpetuaría) se manifiesta en su querencia por el telegrama, el medio de comunicación universal e instantáneo. Tichy continuamente los expide o recibe (son los e-mails de Lem), o sirven para remitir aun personas que luego se reintegran merced a máquinas fabulosas, pasando de ser polvo atómico a sujetos.
Edición francesa, de idéntico título a la española; opino que cometen el mismo error (Druillet, otra vez) |
El peligro no abandona estas páginas tampoco, y el Profesor Tarantoga tiene la astucia, y el valor, de atrapar la peligrosa colonia de patatas salvajes que atacaban esas naves un tanto despistadas de su rumbo. Ni siquiera Tichy se libra de sufrir percances, y en uno por suerte pudieron sacar un duplicado suyo que reemplaza al original, pulverizado por el impacto de un meteorito. No obstante, su dolor fue no poder adquirir una SEPULCA, en tan buen año de sepulcas.
PHILLIPE DRUILLET ilustra todas las aventuras poniéndole rostro, o coraza, a los distintos incidentes o personajes de estos cuentos. Es un arte sugerente, marcadamente europeo, METAL HUTLANT, adecuado para la amable distopía que Lem concebía en sus párrafos, y nos permite atisbar, con nitidez, la grandiosidad de su imaginación.
Vuestro Scriptor.
Documentación adjunta: