lunes, 8 de noviembre de 2010

EL ALMA DEL ROBOT – EL CANALLA ESPIRITUAL

Portada del libro. Algún día
habrá que plantear esta cuestión
de las portadas
¿Dispuestos a otro paseíto por la nostalgia, a falta de poder comentar libros recientes? Quizás no sea tan doloroso, después de todo. Creo que esta novela está descatalogada, así que el comentario podría ser como una advertencia previa a aquél lector interesado y que la encuentre en venta si alguien decide hacerse con sus derechos y reimprimirla.
Escribiendo estas líneas, he reparado en un hecho curioso sobre mi faceta como lector de ciencia ficción. Para cuando topé con El alma del robot, una novela oscura, mis criterios estaban bastante conformados. Sin embargo, ante la gran estantería llena de títulos tan TAN sugerentes (los libros de MARTÍNEZ ROCA, destacando), con un hegemónico ISAAC ASIMOV tenido como un dios y patrón y que, en principio, debería ser la “opción lógica”, preferí, mucho antes, esta historia de alguien sin su lustre. Igual me pasó con STANISLAW LEM. Lo prioricé sobre el BUEN DOCTOR.
Bien: la obra. Escrita por BARRINGTON J. BAYLEY, un casi auténtico desconocido en nuestro país (ahora saltarán catorce diciendo que sus historias son fundamentales para ellos, ya veréis), que fue pariente político de MICHAEL MOORCOCK y colaborador suyo, y a quien dedica la novela, El alma del robot es un retrato sombrío de una Tierra del futuro cuya civilización resurge tras una época convulsa que desdibujó su grandeza anterior, de Utopía Manifiesta, alcanzada antaño. Un puñado de técnicas avanzadas sobreviven, pero otras se las considera magia arcana, perdidas para siempre. Perviven las que tienen una aplicación pragmática, y la robótica es una de estas ciencias sostenidas pese a todo debido a sus variadas y considerables aplicaciones, aunque en algunos aspectos, como otras muchas cosas, tiene más de artesanía y de capricho particular que de producción en serie.
Afiche de ALMAS DE METAL, el
borrador de MICHAEL CRICHTON de
PARQUE JURÁSICO. Máquinas
inquietantes y rebeldes salen aquí
De hecho, el tenaz/terco protagonista, JASPERODUS, es fruto de un anhelo intenso que socavó a sus padres, y tiene un refinamiento y acabado excepcionales que lo hacen codiciar por todos aquellos que le echan el ojo encima al instante. Sus padres, que no fabricantes, o constructores, se volcaron hasta la desesperación para otorgarle una vida que él aferra con firmeza al poco de su conexión. Ingratamente, defrauda las esperanzas que depositaron en Jasperodus, de vivir a su lado, y les abandona. ¡El ancho mundo, los extensos mares y los profundos océanos bajo el alto cielo y todos los vientos le esperan!
En ningún momento Jasperodus considera a sus padres ‘fabricantes’ o ‘constructores’, pese a su naturaleza mecánica/metálica. Bayley tampoco se esfuerza en corregir este aparente error. Parece una extravagancia de las que les consentimos a los escritores de fábulas de este estilo, pensando que puede tratarse de un giro, un tratamiento social, propio de la época que refieren. (La ciencia ficción se permite estas y otras licencias. Creo que eso es otra de sus grandezas. Y no necesita que se le explique exhaustivamente al lector qué es tal cosa: la misma dinámica de la historia hace ver que se trata de algo propio del relato. Rara vez la ciencia ficción trata o considera idiotas a sus lectores.) Por otra parte, también otros robots que aparecen en la novela tienen más tratamiento de mascota que de artefacto, y sus diseñadores y/o constructores sienten por ellos un afecto, o afinidad, que poco tiene que ver con esa idea-estándar de que el robot es un electrodoméstico especializado con el que nos podemos permitir pasadas y desprecios.
ROBIN WILLIAMS mecanizado para
protagonizar la amable fábula basada
en un relato de san ISAAC ASIMOV
y que muestra el alma de sus robots
Los robots que participan activamente en la trama son como Jasperodus: artesanías costosas y bruñidas sobremanera para tener una apariencia tal o una declinación cuál, desenvolviéndose en el mundo con un estilo particular. No se habla de producción en masa, de hileras de figuras metálicas ensambladas en factorías. En realidad, muy poca cadena de montaje marca HENRY FORD aparece en esta novela. Hasta las naves que salen, entre lo cutre y lo casposo, tienen un aire de reflotamiento desesperado, de haber sido sacadas de nuestro embrionario programa de exploración espacial y adaptadas con un par de potentes motores y una capa nueva de pintura. Pero pese a la curiosa identidad de que gozan en El alma del robot, éstos no pueden escapar de la tiránica imagen que un androide parece condenado a proyectar: su literal insensibilidad.
Otra cosa que llama la atención de El alma del robot es que se desarrolla en Europa (o “Masadelmundo”), en contraposición al cliché ya casi cultural de que todo pasa en Norteamérica. Y con ese aire cínico, sombrío, escéptico, del Viejo Continente, Bayley, británico, va contando en unos pocos capítulos cómo un Nuevo Orden Mundial lucha a trompicones, más que con arrojo, por recuperar las glorias de la frustrada utopía, la ERA DE TERGOV. (¿A que suena a apellido ruso?)
Vaya: como para negarle a estos dos alma. Pruebas
de sobras han dado de poseerla
La historia también opone dos tipos de aspirantes a hegemonía: uno artesanal/agrícola y otro industrial/de cadena de montaje, el principal enemigo del ambicioso aunque casi ignorante EMPERADOR CHARRANE. Es como una parábola de la guerra entre una Europa feudal contra la Norteamérica motorizada que, en principio, lleva las de ganar a tenor de su ingente producción. Atraído por esta gran batalla por el futuro, Jasperodus, inquieto, insaciable, robot-del-Renacimiento, se enfrasca hasta el fondo en ella, empeñado en su implacabilidad mecánica por obtener la victoria. Y Charrane juzga que lo hará sin reparar en medios, lo cual trae la ruina del tenaz robot con un noséqué que le diferencia del resto.
Tras su caída, Jasperodus engullirá una masiva dosis de humildad que le abrirá el mundo viéndolo con una perspectiva inesperada e insólita, y la cual, al final, le obligará a reconciliarse con su pasado, completar el rompecabezas de su vida con la última pieza que le falta y hallar la respuesta al enigma que le distingue de entre todos los robots.
El MICHELÍN metálico de
PLANETA PROHIBIDO, y
siervo de las LEYES DE LA
ROBÓTICA
Bayley apuesta por aspectos místicos en su narración, encuadrable en el movimiento NEW AGE. Entrevera la pura fábula del robot con una espiritualidad sui géneris, tratando de obtener un producto diferente, más que nuevo, singular, más que brillante. Ciertamente, en El alma del robot hay una extraña aspereza. No sé si se debe a la edición, pero todas sus páginas trasladan la idea de que estamos inmersos en un pantano crepuscular, con raros momentos de luz donde se nos muestran fastuosas ruinas cubiertas de antigüedad y enredaderas que deslucen su grandeza irrecuperable.
En un escenario dominado tiránicamente por las TRES LEYES DE LA ROBÓTICA, El alma del robot es una historia audaz, rebelde, disconforme, que se abre paso entre los “sagrados preceptos” con la fuerza de sus puños, la obstinación del carácter de Jasperodus y los sueños de dominio y triunfo, dignos de un conquistador español atajando por las tupidas enramadas amazónicas, que atesora el robot que descubrió que era singular pues poseía alma, y ésta no le dejaba conformarse con cualquier cosa.

Fotograma de WESTWORLD. ¡Desenfunda, Asimov!
Quizás no sea una gran obra del género; acaso aún cueste colarla entre las regulares, pero logra propagar resonancias que motivan a releerla con afecto más de una vez.
Vuestro Scriptor.