miércoles, 13 de octubre de 2010

DISTRITO 9 - ¡POR PRINGAO!

Uno de los afiches de la cinta. ¡Puta
envidia de película! ¿Por qué en España
no podemos hacer cosas así? ¿Dónde
estriba la diferencia?
Algo en la premisa publicitada previa a su estreno me daba malas vibraciones. Una cosa indefinible, difícil de cercar con palabras. Flotaba alrededor de un núcleo causando espectrales escalofríos inconsistentes. Era la idea, eso. No podía funcionar, a menos que se invirtiesen en su desarrollo centenares de tópicos, algunos manidos y edulcorados hasta casi producir diabetes.
Nada de esto ocurre: el resultado es potente, directo, descarnado, elevando una cumbre surgida de un telurismo violento en el terreno aparentemente plano de un género, ya sabéis, en crisis.
Creo que Distrito 9 empezó a cocerse cinco minutos después de ver BLACK HAWK DERRIBADO, porque apenas unas pocas secuencias vistas, es inevitable asociar aquél basural de Mogadiscio con el gueto donde se desarrolla la acción, con las tropas moviéndose en medio de una población ‘indígena’ hostil que malvive entre detritos, alimentando (con panoplias y con su propia carne) a guerrilleros negros comandados por un fulano en silla de ruedas más malo que una caída de espaldas. Por su temática, de inmediato recordé ALIEN NATION, una película con unos prometedores minutos iniciales que luego demarra hacia trasunto de ARMA LETAL o DANKO, CALOR ROJO: BUDDY MOVIE de antagónicos que salvan el día a fuerza de amalgamarse.
El prota, WIKUS VAN DE MERWE,
optimista antropológico, desahuciando
al personal como si tal cosa. ¿No ves el
peligro que tiene ese tío?
Ya en materia, comprobando que tu vida no vale una puta mierda (como descubre el protagonista, accidentalmente mutado por culpa del fluido/máquina/organismo negro que le salpica la cara -¡Huy! Otra referencia: ALIEN-, que, en poder de la multinacional donde trabaja, se las hacen pasar moradas para que active las armas alienígenas, muy poderosas y sofisticadas), la siguiente referencia que advertí fue la de INFIERNO EN EL PACÍFICO, seguida cerca-cerca por la de ENEMIGO MÍO (o sea, la versión en ciencia ficción de esa película), cinta donde un alien como los de Distrito 9 y un piloto americano bravucón y capullo acaban amigos y parientes, pues el humano se convierte en el tío del retoño que alumbra su enemigo, y que salva de una multinacional estelar. Todo muy sentimental y tal.
Ilustración de SHIROW MASAMUNE; el
detalle está en el arma. Distrito 9 goza de los
mejores aspectos del cómic, voy demostrando
Pero NEIL BLOMKAMP no se queda ahí quieto estableciendo lazos entre las razas (que llegan al extremo de cometer actos sexuales inter-especies), pese al pequeñín que corretea entre los desechos. Coge todos estos elementos, los bate con energía y le añade metralla de su propio arsenal. Nos muestra las principales escenas de brutalidad y violencia a través de cámaras de vigilancia remota, como intentando ofrecer la máxima ecuanimidad al espectador, al tiempo que le impide implicarse emocionalmente con uno u otro bando. Nos transmite la idea, cierta y actual, de que podemos presenciar los máximos estragos morales y físicos desde nuestra butaca favorita de la sala de estar a través del telediario habitual con total indiferencia. Creo que al darle al metraje ese ritmo de docudrama, de cámara al hombro y cortes a consecuencia de los accidentes que irritan a los personajes, tratando también de impostar normalidad, congruencia, habitualidad, a una situación que no puede serlo en absoluto, busca hacernos ver que estamos tan insensibilizados por la violencia de nuestro entorno que quizás no podríamos pasar un test de VOIGT-KAMPF. En cierto modo, no hemos sino renovado un espectáculo que ya disfrutaban en Roma hace siglos. Pero en vez de mirar a la arena y contemplar un lance a muerte entre dos gladiadores, esa sed de sangre, inherente a nuestra especie y cultura, por fortuna o suma desgracia, se satisface con noticiarios llenos de malas nuevas y sangre vertida en lugares remotos.
En el manga APPLESEED esto era un LANDMATE... y si
me apuran, una armadura de combate de la INFANTERÍA
MÓVIL descritas en TROPAS DEL ESPACIO
La película apuesta directamente por el espectáculo (más que por la espectacularidad) pero no descuida ni la emotividad ni la reflexión. Todas estas cosas están medidas con cuidado. Blomkamp elige a un funcionario anodino, un tío un poco capullo (o mucho, según el momento), pringado con una tarea que otros seguro que esquivaron con toda suerte de excusas porque intuían hasta dónde iban a verse enterrados en la mierda. Con extraño optimismo antropológico, se introduce en un gueto habitado por alienígenas hostiles, despectivamente llamados “bichos” (¡toma! ¡Como en TROPAS DEL ESPACIO!), que a modo han mimetizado rasgos de nuestra sociedad, blandiendo un documento con tintes de legal que les expropia ese basural para alojarlos en otro, pero más lejos de Johannesburgo. En cierto momento de la película, alguien se pregunta por qué la aparatosa nave alienígena frenó allí, por qué no en Los Ángeles, o Nueva York (lo típico): pues seguro que por el apartheid: para mostrar que aquellos que largos años lo sufrieron, ahora son incapaces de compadecerse de gente en su situación. Una vuelta de rosca más a nuestra moral.
Wikus superestresado, muy mal, fatal. En las últimas.
Acaba de descubrir qué mierda de mundo le traiciona
Es cierto que cuando comprendes que el pringao va a mutar, intuyes mucho de lo que va a pasar a continuación. Pero, ¡no! Quizás sea por la presencia ‘productora’ de PETER JACKSON el que se produzca un giro hacia la brutalidad y lo descarnado (hacia los orígenes gores del cine del neozelandés) que evita que Distrito 9 se sumerja en trochas trilladas. Nos muestran de modo amargo la decadencia del protagonista, su mutación y la gradual implicación con los alienígenas, pues, traicionado aun por su esposa, hija del ejecutivo que le encargó la misión (vaya forma de librarse de un poco luminoso y aún latoso cuñado, ¿eh?), comprende que él mismo era un extraño en un cierto ambiente y al que toleraban por razones hipócritas pero al que no querían, en el fondo.  
Inmortalizando nuestra hipocresía: si no podemos llevarnos
bien entre nosotros, ¿cómo lo haremos con los alienígenas?
Establecido un vínculo entre el ingeniero extraterrestre que resucita la aparatosa nave y el protagonista, acaso él, en la escena final, comprende que ha encontrado su auténtico lugar en el Cosmos. Se le ve feliz, pese a su metamorfosis, como si mitades de un mismo ser, discordantes, al fin ensamblasen perfectamente.

Hay que verla. Es otro gran hito de la integración de géneros y subgéneros.
Vuestro Scriptor.