jueves, 14 de febrero de 2013

SAN VALENTÍN


Claro que sí, el amor es hermoso. Es tortuoso, y torturador (¿Me quiere; me mira? ¿Por qué tarda? ¿Qué dije para ponerla así? ¡Cristo, me deja!), y a veces amargo, y, como precisara DIANE CELANTO en EL TORMENTO Y EL ÉXTASIS (que es una peli pseudohistórica de CHARLTON HESTON, no un rollo S/M, mal pensados): “No es tormento ni es éxtasis pero es ambas cosas a la vez”. O parecido.

Porque, la verdad, la única justificación que tiene el amor, realmente, es que cuando te enamoras te sientes de puta madre y no hay meta inalcanzable; por doquier se abren alternativas, puertas, y consideras hasta próximas las estrellas. (Cogerlas es otro cantar, pero, bueno, se comprende que lo que cuenta es la intención.)

Aun uno mismo experimenta un renacer glorioso en que descubre salas y salones del espíritu que ignoraba poseyera, fuentes de energía inagotables capaces de prestar el combustible necesario para alcanzar esas metas que uno quiere compartir con la amada, porque ella lo merece (sí, ajá, ya te digo), y el mundo adquiere un agradable matiz rosado, tono alba memorable, y en que nada tiene espinas y los obstáculos han perdido punta, y su roma superficie no puede (no) herirte.

Y pienso que sí, que lo mejor que te puede pasar es que ames y seas correspondido (pues te da la fuerza que precisas para conseguir el resto); lo prefiero a la sandez “célebre” que prorrumpe CONAN (que en realidad dijo GENGIS KHAN) de que “lo mejor del mundo es matar enemigos”, etc. En eso estamos, en destruir, no en construir y legar.

Claro, que si te parten el corazón ahí queda una herida que no te digo nada cómo duele y qué insondable parece el abismo. Que esos harapos de carne jamás sanarán. No existe cura, salvo la inacabable amargura y la sensación de abandono, mares de color herrumbre que tu dañada nave personal surcará por siempre jamás, sin recalar en más puertos que lugares solitarios. Seamos prácticos y tengamos esto presente también.

Pero negarse a volver a amar, adoptar una postura fría, cínica, de “aquí rompo yo y que se joda como me pasó a mí” no es alternativa. Ser cauto tiene ventajas, esto es, pero es cosa distinta a volverse un ser que reacciona por espasmos vengativos orientados a desolar al prójimo. Depende de la voluntad y la madurez de la persona comprenderlo, y superarlo. Y la suerte, confiar en que, en la segunda, o tercera, oportunidad que se le da al amor, funcione y sea la relación, si no en plan LA PRINCESA PROMETIDA, tan llevadero y dulce como se pueda.

Celebremos la fiesta, ¿vale?

PD:
Esto no os lo esperabais de mí, ¿eh?

Vuestro Scriptor.