viernes, 30 de noviembre de 2018

EL HOMBRE QUE PUDO REINAR — AMISTAD, LEALTAD, SORTILEGIOS

Colorido afiche. Bajo la capa de una
audaz aventura se oculta un proceso
histórico que escapa al juicio moderno

Excelente clásico del cine familiar de aventuras, o de todo espectador. Desde el relato de RUDYARD KIPLING, uno de los grandes promotores del Imperio Británico, el cineasta JOHN HUSTON construye un imperecedero elogio a la lealtad, la amistad, la aventura, con una singular dosis de magia, o sortilegio, que impregna la narración efectuada por un desventurado MICHAEL CAINE.

La otra gran baza es SEAN CONNERY, el sólido DANIEL DRAVOT que encarna los arrebatos terrenales, el brío e impulso a veces desmedido, opuesto al truhán que Caine interpreta, astuto y calculador hombre de Estado (y finanzas) que tiene la mala suerte de emparejar su destino con el de Dravot. El trágico desenlace no tiene una gota de rencor o resentimiento, sino la triste sonrisa que suelen esgrimir los hombres que tienen una fuerte y vitalista pasión por la existencia, y desdeñan lo material (pese a llevarse toda la vida persiguiéndolo). Comprenden que cuanto llevamos con nosotros al final es el cartapacio de nuestras obras, buenas o malas, y serán las pruebas a presentar al Altísimo en el Juicio Final. (Cosa de creer en esto último, esto es.)

El conjunto de estos elementos, sazonados de una fina capa de humor, a veces negro, puede sin embargo desviarnos de una más interesante perspectiva que quizás no se haya tenido muy presente: la cuestión colonialista. La entrañable camaradería de ambos ex militares labrándose una suerte de majestuoso porvenir en una remota tierra pasado Afganistán en verdad distrae mucho.

Estos caballeros, puntales del expansionismo victoriano en la
India, serán asimismo testigos de sucesos extraordinarios

Gran Bretaña gobernaba parte del ancho mundo de manera rigurosa, llegando a acuñar aquello de que “las costumbres del mundo son las de Inglaterra”. No tenían dudas. Era lo del Destino Manifiesto norteamericano pero con las costumbres de su isla, que conseguía disimular su desdén por el resto de Europa con una suerte de elegancia y sofisticación, a qué negarlo, envidiables.

Mientras que a nosotros nos imputan crímenes sin cuento tanto entre las naciones que antaño constituyeron el Imperio donde jamás se ponía el Sol como los anglos en general, ingleses y norteamericanos celebran su expansión imperialista como una maravillosa gesta, sagrado deber civilizador que no temía pampas, páramos o roquedales de doquiera la Tierra se extendiera. Y Huston lo retrata de forma ejemplar. No ve en las maquinaciones expansionistas de Inglaterra (o Estados Unidos) agresión a las culturas indígenas, a las que embroman para arrebatarles todo y algo más, sino como eso: una cristiana obligación educadora, enriquecedora, en pagos sin temor a Dios, paganos que deben llevar levita y chistera y polisones las señoras. Té, a las cinco, please.

¡Misión cumplida! Al menos, uno de estos rufianes logra
coronarse. Esta cinta también puede tomarse por buena
parábola sobre cómo el poder corrompe; y el absoluto,
absolutamente. Tarde lo descubren los protagonistas
Nadie decide censurar esta conducta no exenta de sangre. Repito: pueden afearnos excesos de todo tipo, aplaudidos aún por según quiénes, que si hicimos esto en tal sitio cuando HERNÁN CORTÉS o aquello otro en Cuba, o si martirizamos tribus en no sé dónde del Alto Nilo (por disparatar, no quede), mostrándolo con maligna crudeza en cuantas películas se les antoje, ora también relatos o novelas.

Empero ¿hablar sobre cómo los británicos expoliaron la India, Virginia, Australia, Nueva Zelanda, donde ondease la Union Jack? ¡Ni hablar! Es la Civilización. Con Mayúsculas. Buena, pues es Inglesa (o estadounidense). Cui-dado. Algo sí debemos reconocerles: qué hábilmente emiten su Propaganda. Su poderosa y eficaz diplomacia lo logra todo como por ensalmo. Por desgracia, España rebosa de incompetentes y un desgarrador complejo de desorbitada culpabilidad inculcado por la progresía miserable y cretina.

Una desafortuna elección que precipitará el desastre
Las virtudes que acapara este western (lo es, si lo reflexionamos bien) deben asimismo contemplarse desde el que es también enaltecimiento del imperialismo blanco británico, inmaculado para esas mentes “bien pensantes” que nos satanizan donde sea y como sea. Aun así: esta disquisición no debe impedir disfrutar de este magnífico filme.