viernes, 20 de junio de 2025

SERPICO — DEMASIADA HONESTIDAD PUEDE MATAR

 

Esta misma portada valdrá.
El ejemplo de integridad y
honradez que predica FRANK
SERPICO... ¿cómo debería
entenderse, dada la manera
como todo acaba? ¿Debemos
imitarle, o todo lo contrario?

PETER MAAS, el periodista que recopila las vivencias de FRANK Serpico, el agente del NYPD que primero destapó la corrupción que socavaba al Cuerpo, se lo reprocha en la última línea de la novela. Serpico no podía actuar de otro modo, no obstante. Era una cuestión de principios inquebrantables. Aun así, el Sistema derrotó al quijotesco detective. Serpico dejó el Cuerpo desalentado, desacreditado, amenazado, insultado. Un ex compañero le espetó al salir de la Central tras entregar credenciales: ¿Ha servido de algo? La respuesta de Serpico (“el problema es de otros ahora”, o algo así) no es la que debiera haber dado, sino la de: Al menos, la mierda al fin salió a flote.

Aunque anterior, Serpico comparte elementos con VINCENT MURANO, otro italiano de segunda (o tercera) generación en los Estados Unidos TRUMP, que toreará con la corrupción en la policía. Murano detalló más; dio el nombre aceptado en el Cuerpo a la corrupción: el Muro Azul, una omertá policial de fatales consecuencias para el delator.

A Serpico casi le cuesta la vida, empero no por culpa de sus compañeros corruptos, que tampoco se mataron en auxiliarle tras ser herido de gravedad. Un traficante le disparó en la cara. Sus compañeros procuraron enterrarlo mediante confesiones e informes falseados donde se pretendían héroes abocados a salvarle, cuando le dejaron tendido en el suelo medio muerto. Sobrevivió Serpico gracias a la ayuda de un vecino.

Obligaba a Serpico a ser íntegro tanto su carácter como convicciones. Lo de Murano no tenía tal exaltación; le cayó encima el marrón y acabó muy implicado, aunque deseara dejarlo con toda su alma. Serpico admiraba al policía de zona de la calle donde su padre tenía la zapatería. Le veía como un coloso de azul decidido a proteger a la gente honesta, como su padre, y merecía su abnegado respeto a cambio. Ese policía le estimuló a serlo.

Serpico, imagino que en algún momento
durante las tantas declaraciones ante el
Gran Jurado que realizó. Menuda
odisea la suya; fue a pelear contra lo
más recio y enraizado del
establishment

Aunque: cuando Murano entró en la Academia, ya topó con los futuros polis corruptos, pues querían ingresar en tal brigada o departamento al ser fácil trincar. Serpico sale laureado de la Academia sin haber detectado nada así. Una de dos: o se hizo el loco, o los cadetes no tenían entonces tan decidida la ‘vocación’, como cuando Murano (y, por mis cálculos, coincidieron en el Cuerpo al menos un lustro; Serpico se retiró sobre mediados de los Setenta; Murano quizás llevara ya un lustro en el Cuerpo. Serpico no pudo estar tan absorto en aprobar el examen como para no detectar indicios alrededor.)

El Cuerpo de la época de Serpico era irlandés. Policías viejos acostumbrados a meter la mano en los colmados o recibir “compensaciones”, como sucias comidas, por permitir a tenderos o restauradores aparcar en doble fila. Serpico descubre, muy pronto, que el insulto “cerdos” que les endosa la población a los policías viene del abuso que practicaban so pretexto de su placa. Serpico decidió entonces reivindicar la profesión, mostrarle al populux que hacen un trabajo harto arriesgado y que no están ahí para mangar manzanas o pedir “donativos”. Para nada sus compañeros lo facilitaron.

El excesivo AL PACINO encarnó
al honesto policía, neurotizado por
la cierta certeza de que le matarían
sus propios compañeros

Repugnó a Serpico que fueran a almorzar a un restaurante donde les endosaban sobras. Decidido a pagar su comida, el dueño insistió en devolverle el dinero, cosa que Serpico rechazó: Quiero comer y pago por calidad. Desconcertado, descubrió que algunos comerciantes sobornaban a la policía como recompensando así su dedicación.

Batallará años Serpico por depurar un Cuerpo cuyos primeros interesados en ocultar la podredumbre que lo carcomía eran los Jefes. En especial, el hipócrita Comisario Jefe, cuya reputación de JOHN WAYNE desaparecía al saberse que, durante su mandato, el NYPD era un hervidero de sobornos, dados o exigidos, tanto de las loterías (“dinero limpio”) como de las drogas (“dinero sucio”). Todos ellos, investigados en comisiones públicas, quedaron exonerados. Para que hablen del compañerismo de la Mafia.

Frank: estrellaste lanzas contra molinos de acero, ¡MÁS ACERO!, y quedaste tundido.