Portada. Relato absorbente que da una visión mejor y más justa de un deplorado departamento de la policía; Una miniserie, sobre este texto, me parece buena idea |
Interesante libro ‘biográfico’, escrito
empero por WLILLIAM HOFFER, que relata los años que Murano pasó en la División
de Asuntos Internos del NYPD, durante los setenta y los ochenta; relata sucesos
que películas de entonces reflejan, a modo. Aquél NYPD era, con salvedades
notables (FRANK SERPICO, el mismo Murano, al que le consideraremos honesto por
entero en sus palabras), una madriguera de agentes corruptos que carecían
prácticamente de límites. Es una era entre un clásico Cuerpo de Policía
irlandés y otro que empieza a ser multiétnico. Cuando los jefes de Asuntos
Internos (y, por extensión, los del Departamento) se fijaron en el aumento de
corrupción entre los agentes (siempre la había habido; Murano pone ejemplos),
descubrieron que se debía a que, en un vuelco liberal de la política municipal,
empezaron a aceptar candidatos que ya valían por el simple hecho de ser negro,
hispano, chino o cualquier otra cosa. Que entre ellos hubiera honesta gente
responsable, es a su vez estadístico. Sin embargo: antes había una criba, una
observación más estricta sobre el aspirante al Cuerpo; el impulso progre de
hacer una pasma multicolor omitió ese escaneo, aceptando a sujetos con
tendencias criminales, aun antecedentes, porque era políticamente correcto.
Y, claro, éstos, ¿a quiénes beneficiaban? A
sus compinches, brindándoles una información privilegiada; conocían los
mecanismos de vigilancia y procedimientos como la policía actuaba para eludir
arrestos. Encima, siendo del Cuerpo, estos corruptos se crecían, llevando un
poco más lejos cada vez su actividad. Empieza la historia con un policía
corrupto que vende armas a un mafioso italiano (Murano infiltrado) y, según
iban haciendo averiguaciones del tipo, más cosas terribles iban saliendo.
No el primero en denunciar la corrupción tras el Muro Azul, pero sí el más popular |
Siempre retratan al policía de Asuntos Internos como una rata, un traidor despreciable, que procura putear a todos esos nobles agentes que protagonizan el filme. Pese a que nuestro héroe se salte los procedimientos o la misma ley para justificar el fin: enjaular al malo. Murano sin embargo hace un retrato duro, desalentador, de una tarea menospreciada por los integrantes del “Muro Azul”, la hermandad de los policías que practican una omertá sobre sus asuntos, que suelen ser de considerable turbiedad.
Murano insiste Insiste INSISTE en afirmar que a quienes arrestaban, o apartaban del Cuerpo, no era al clásico poli que gorronea comidas a cambio de dejar aparcar en doble fila, o no multar; WLLIAM CAUNITZ hace ya retratos bastante gráficos de tales ejemplos en novelas como CORRUPCIÓN EN LA POLICÍA. Murano cuenta de los agentes que vendían informes sobre sus compañeros, o de sospechosos, a peligrosos mafiosos, que podían degenerar en asesinatos, no sólo agresiones o extorsión.
Murano perseguía
auténticos pesos pesados. Policías sin escrúpulos que no se limitaban en
deshonrar su uniforme o el juramento que hacen, cuenta a un vecino, también
policía. Usan su posición para enriquecerse, extender raíces criminales,
librarse del tribunal.
Para más inri, esta novela desnuda el procedimiento de corrupción en el Departamento de Nueva York |
La mayor decepción de Murano, a quien el
corazón se la juega debido al estrés, es la de comprobar que el propio
Departamento detesta limpiarse, pese a sus campañas públicas de querer ser una
policía honesta, ejemplar, de la que se enorgullezca Nueva York. Abundan las
componendas e intereses políticos; dificultan la labor de Asuntos Internos. Su
peor experiencia sucede cuando, tras declarar contra unos mafiosos, éstos lo
acorralan en los juzgados y descubre que no tiene cobertura de nadie; su propia
gente le deja indefenso. Sólo horas después, uno de sus superiores acude a
rescatarle.
El hijo de Murano, cierra el libro, entra en la Academia. Confía sea más limpio el Cuerpo que él investigó para su hijo. Pero el lector desestima esa esperanza. Es un hábito arraigado que él mismo comprobó durante su instrucción: cómo sus compañeros buscaban los mejores destinos para poder desempeñar su labor corrupta con comodidad.