miércoles, 10 de noviembre de 2010

TRON – VUELVE TUS OJOS A NOSOTROS

Chulada de afiche norteamericano.
Vuelve tus ojos a tu pueblo que sufre.
Dios dio los Mandamientos a Moisés.
Aquí, es un código de computadora
La inminencia del estreno de una “segunda parte” puede ayudar a infiltrar esta entrada en el interés de los lectores. A estas alturas, seguir amontonando palabras sobre el viejo estreno de DISNEY puede carecer de sentido. ¿Qué de nuevo se va a decir sobre esta película que no esté ya consignado? Imagino que nada, o más bien poco. Como mucho, ofrezco mi opinión particular.
Tron tiene el honor de ser la primera película digital y es un valor que durante estas décadas (DÉCADAS) han insistido de recordarnos. En el momento de su estreno esto se tomó por una extravagancia que cogió con el paso cambiado a la crítica (ramplonamente especializada/anclada en CASABLANCA por los siglos de los siglos, amén –coñazo de película, hostia-) y se miraba con confuso criterio. Creo que imperaba la cautela, aunque sabemos que entonces fue un descalabro. La audacia se paga, amigo mío. Con los años, no obstante, Tron se ha reivindicado. Algunos, estoy convencido, sin embargo vimos su potencial desde el primer visionado, y sabíamos que no se limitaría a ser una película de culto más, como LAS AVENTURAS DE FORD FAIRLANE o DOS DUROS SOBRE RUEDAS. Dos ejemplos de entre otros tantos. Tron tenía algo que quizás los años transcurridos ha desarrollado el lenguaje que lo explica.
DAVID WARNER hace de malo: "!Quien no se coma este
platoon lleno de chícharos, se va a la cama sin postre!"
Tron es un festín visual. Una experiencia aventurera gráfica/informática innovadora en su momento pese a su convencional argumento. Los planos simétricos y los colores son lo primero que acude a la mente al recordarla, la vistosa división en tonalidades que diferencian a los buenos de los malos (no sé hasta qué punto cosa maniquea), la extraña velocidad y el sonido “acolchado” de las carreras de motos o las líneas de los tanques y el portaaviones.
Hay más. Y seguro que otros muchos lo han visto, pero igual tengo suerte y nadie lo ha contemplado desde mi perspectiva, y parezco hasta innovador.
Cartelera española. Ahí toos apiñaos
Tron es una película profundamente espiritual. Vamos a dejar un momento de lado el que MOEBIUS estuviera implicado en el proyecto, que la obra respira sus elementos, tanto gráficos como quizás literarios, y que STEVEN LISBERGER no tuviera ni pajolera idea de lenguajes informáticos, al menos, como los empleamos ahora. Oyendo algunos diálogos, vemos que los lanzaba esperando que tuvieran algún sentido, coherencia. Términos como “antivirus” o “hacker” tienen otra definición en Tron. Sus equivalentes sólo pueden hacernos esbozar cierta sonrisa. También, tan injertado está en nuestro palabreo el concepto de los bits, los megas, los teras, los programas, los éstos y los aquéllos, que llegamos a no entender en principio de qué hablan. ¡Joder, es el disco duro! ¿Por qué le dan ese nombre? Pues como que me he perdido el sentido del diálogo.
Luego, la historia tiene algo que no acaba de cuajar (creo que es el prólogo; o que los protagonistas del mundo real son demasiado planos, puestos ahí para figurar, como muebles. También, está ese toque soft de las producciones Disney. -No confundir con PIXAR.- Tron busca ser madura, y hasta cruel, por un lado, mientras que por otro la embridan y limitan). Es agridulce. Todo está volcado al espectáculo visual. Quizás, si la FOX o PARAMOUNT se hubieran hecho cargo del proyecto, carentes de esos remilgos Disney, lo mismo sí hubiese funcionado bien desde el principio. Pero, al parecer, dado que Tron era animación, la veterana en esas cuestiones era Disney. Era natural que la desarrollaran ellos. (Y recordemos que, entonces, sólo la animación japonesa osaba enfrentarse a la CASA DE MICKEY MOUSE.)
"Una hamburguesa, patatas fritas y... pero ¿me anota el 
pedido, PACKMAN?" (Este traje me aprieta los huevos)
Pero ¿cómo empieza la película? Muestra unas nubes digitalizadas y luego, la ciudad. El laberinto de las calles a continuación pasa a la pantalla del juego de las motos. Es como si se estableciera una correlación que comprendemos cuando FLYNN es introducido en el compucosmos que gobierna la IA al descomponerlo con el láser. Como si, para algún espectador espacial, la vida en la Tierra fuese una competición de la “rejilla de juegos”.
Todavía emociona ver esta competición. Verdaderamente,
en esto, TRON fue innovadora y espectacular
Ya en un ambiente de silicio e impulsos eléctricos medidos en bits (frías matemáticas sin ánima) notamos la profunda devoción que sienten la mayoría de los participantes en el drama por un Ente Superior (el Programador). Flynn es un Programador, un dios que ‘desciende’ a ver qué tal les va ‘sus’ criaturas. Y procura eliminar la monocromática tiranía computarizada con la que la IA literal somete ese Universo encapsulado en un disco duro. No obstante, el mesías carece de calidad redentora y habrá de ser Tron, un hosco programa adornado con los estándares del héroe y un profundo fervor (que ha empezado a cuartearse), quien devuelva el color a este compucosmos. Así contemplado, Tron es una parábola, accidental, sin interés de barrenar profundamente, de lo espiritual contra lo laico/material. La fe contra la masa.
Transferidos al coliseo computarizado. La sed de sangre se
extiende al corazón de los bits también
No creo que los autores de Tron anduvieran precisamente locos queriendo resaltar este aspecto de la historia. Era un recurso más para cebarla y que tuviera empaque. Igual pasa con la “historia de amor” que empotran en la trama, que sirve para que haya variedad en la narración y los roles heterosexuales queden impresos de forma correcta en la mente del chaval por formar que acudiera a ver la cinta.
Tampoco estoy muy seguro de hasta qué punto es un acierto que los protagonistas del compucosmos tengan el rostro de los programadores del “mundo real”, cuestionado ahora por esa imagen inicial como empieza Tron (¿seremos nosotros también un juego, sí?). No es algo que deba amargarnos la vida. Tiraban de elenco, ¿para qué contratar más gente? (Aunque DAVID WARNER parecía un poco azorado con su uniforme.) Pero se me plantea ahora: ¿hasta ese extremo imprimiríamos nuestra alma en los programas que escribiéramos? El rostro que asumen esos bits, ¿es una transferencia de energía mística que efectuamos inconsciente o subconscientemente? Es esta una especulación interesante: ¿hay ánima en una artesanía? Se le echa tiempo, pasión, se busca posea un determinado acabado y acaso refleje las emociones del instante en que se trabajaba en el objeto. ¿Impregnamos en esa cosa parte de nuestro espíritu? En un plano similar al de TOY STORY, cuando no miramos, ¿lo que hemos creado replica nuestras bondades y maldades, tienen una apariencia de lo que queremos ser o surge un individuo original de la mezcla?
El afiche de "la segunda parte". A ver
qué han hecho. Esto tiene mala pinta
Tron mismo no parece compartir muchos puntos en común con su programador, un sujeto con acentuados rasgos pragmáticos, cínico, autor de un programa/centinela que exige mecánicos procesos, no fe. Pero el programa cree en un ente superior lleno de justicia y bondad y ruega porque su munificencia alcance su atribulado Cosmos digital.
¿Hay vida más allá de las células? Y los objetos artificiales, ¿atesoran una espiritualidad que nosotros estamos perdiendo a gran velocidad? ¿La deprendan, incluso? Qué gran ironía sería, ¿verdad?

Sería lo que PHILIP K. DICK resumió en UNA MIRADA A LA OSCURIDAD: "Las cosas vivas y las cosas que carecen de vida están intercambiando propiedades."
Vuestro Scriptor.