sábado, 3 de octubre de 2015

EDGAR ALLAN POE — UN CASO DE HIPOCRESÍA

Esperemos que, con esta desagradable manía
moderna de deconstruir la biografía de los
grandes hombres, no "descubran" que durante
un oscuro periodo de su vida le dio por los
niñitos negros. ¡Lo que faltaba!
Al escribir, poco ha, algunas mínimas-nimias apreciaciones estivales sobre la figura del coloso de las letras góticas norteamericanas, pretendía únicamente, apelando a la información biográfica aportada por JULIO CORTÁZAR y WALTER LENNIG, reflejar más su figura como persona que como autor, y si sus defectos como sujeto influían, de qué modo además, en la reputación de su obra. Dan, además, indicios sobre la arquitectura oculta de su narrativa.

Al autor le prodigan elogios. En grandes capazos, sean de palma o mimbre. Sirvieron para que un espabilado ROGER CORMAN le ‘sangrase’ en una sucesión de filmes de serie B (lindando lo execrable) únicamente recordados por la histriónica/histérica interpretación de VINCENT PRICE, que daba a su actuación, en esos travestimos hechos a presión de diversos cuentos poeianos, ese aire de decadente elegancia europea, macerada en perversidades de profundo corte sexual aberrante.

Las que, empero, Poe (¡ese titán del verxo, impotente para el sexo! —al menos, con mujeres vivas—) impregnaba a su prosa o poesía, cosas que resaltan con sólo prestar una mínima-nimia atención.

ROBERT E. HOWARD listo a ganar
un puñado de dólares. Arrastra una,
quizás, injustificada fama de majara.
¿Enfatiza o desvirtúa eso su obra?
Y aquí llegamos al meollo de la cuestión: Poe arrastra larga leyenda urbana de ser alcohólico, drogadicto, hemos visto: impotente sexual (con las vivas), contrajo nupcias con una menor (bastante joven, conviene resaltar —¿pederastia, sugiere eso?—), mentía sobre su vulgar tespiana cuna, adjudicándose ascendencia notable, si terciaba foránea/germana, hasta una profusa (aunque fantasiosa) agenda viajera, trufada con vibrantes duelos a espada… defensa de ultrajadas beldades… siga usted contando. (Qué triste, ¿no? No le bastaba su valor como persona, o su talento como autor. Debía mentir desesperadamente sobre esas cosas. —¿De veras es de admirar; no le desacredita?—)

Esto, en cualquier otra persona, provoca en el populux irrisión, o desdén, según el día, la enormidad del camelo, el carácter del receptor del embuste. En cambio, procediendo de Poe, inspiración del mediocre BÉCQUER, se aparta, se esconde, se ignora. ¡Tapujos, tabúes! Selectiva amnesia hipócrita sobreviene entonces. Y cuantos defectos se destacan en esa otra persona, marginándola por mor del conjunto de sus vicios, en Poe (y, atentos: es sólo uno entre tantos nombres a subrayar) ¡desaparecen!

DALÍ. Salga usted con esas pintas a la calle. ¡La
irrisión universal! (Antes de ponerle la camisa
de fuerza). Sin embargo, siendo Dalí, ¡se le
perdona! Y aun alaba
¡Loas a Poe! Poe ¡se exalta!, apelando a la innegable calidad de su producción. Bueno: ¿y si esa persona a la que discriminan por sus “debilidades” resultara luego un artesano competente, o soberbio trabajador? Su habilidad, ¿no le exonera, o lo suficiente, para ser clementes con él? No. No es Poe. Como LORD BYRON, o TENNESSE WILLIAMS, u OSCAR WILDE (más nombres de la larga lista), destacables también por sus vicios, depravaciones y, siendo su época tan represiva, el duro baldón de la homosexualidad, ¡por obviar sus problemas psicológicos!, se excluyen. Se salvan.

¿No es una perversa hipocresía que habla muy mal de nosotros y nuestras costumbres? Mostremos tolerancia, y ¡humildad!, sobre todo, ¡HUMILDAD!, porque, por mucho menos, ha muerto gente. ¡Por mucho menos calvario! Nadie está libre de pecado, ni defectos, o corrupciones. Sólo que, en según qué caso, se olvidan, soslayan, perdonan…